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La Derrota escribió el día 17/09/2007 a las 18:00
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ANEXO al 23.09.07
Vaya, vaya, así que Laetitia es "absolutamente tonta del culo", pero qué culo señores. En fin, éste es el cartel de la peli a la que alude don Arturo:




La mala noticia es ésta, los pescadores muertos de Barbate, R.I.P.:
http://www.heraldo.es/heraldo.html?noticia=207797


Existe cierto tipo de periodismo televisivo, que enfada mucho a don Arturo, con el que ha dejado bien claro que no quiere tener nada:

"… Todo eso, que parece anecdótico, no lo es. Supone un síntoma evidente de la degradación del respeto entre los españoles, del escaso aprecio en que nos tenemos a nosotros y a nuestras instituciones, y de la peligrosa facilidad con que confundimos cordialidad y grosería. No hay que remontarse a la España de mi amigo el capitán Alatriste, cuando tratar a alguien no ya de tú, sino de vos en lugar de vuestra merced podía terminar a estocadas. Mi generación ha conocido hijos que llamaban a los padres de usted, y mi abuelo utilizó hasta su muerte ese tratamiento con algunos de sus mejores amigos. Lo que no es tan extrordinario, si tenemos en cuenta que en Francia, sin irse muy lejos, varios matrimonios conocidos míos se hablan entre sí de usted con la más natural cordialidad del mundo.
En fin, volviendo a la España de ahora, mucho me temo que, por más que nos empeñemos, ni todos somos compadres ni vamos a serlo en nuestra puñetera vida; por mucho que finjamos que esa es otra darnos palmaditas en la espalda y nos tuteemos como si hubiésemos frecuentado la misma casa de putas. Así que conmigo no cuenten: seguiré llamando de usted a quien me dé la gana, y eligiendo cuidadosamente los amigos a quienes tuteo. Y más en este país de soplapollas donde lo único que falta por normalizar es «oye, rey»; que suena más moderno, y menos formal, y más campechano que el copón de Bullas. Pero todo se andará, y ese día me nacionalizaré mejicano. Allí todavía te pegan un tiro hablándote de usted."
Oye, ministro - 10 de agosto de 1997


"…Me explico. En aquellos tiempos podía tocarte, a lo peor, un jurado de espectadores de Código Uno -ése fue mío durante mes y medio- o de Lo que necesitas es saber dónde. O sea. Basurita más o menos controlable. Los que ahora pueden juzgarte son espectadores contumaces de Gran Tomate, Salsa Marciana y demás. Gente que tiene en la tele exactamente lo que pide. Y lo que pide es espectáculo sin reglas, protagonizado por profesionales de la telemierda. Como la fórmula es eficaz, ya no se limita al ámbito clásico de las bisectrices de Carmen Ordóñez o Sara Montiel, sino que contamina todos los aspectos de la información general. Y así puede verse a cualquier pedorra autocalificada de periodista hablando de derecho penal a las cuatro de la tarde, a un maricón de penacho de plumas y pandereta subido a una mesa explicando cómo habría resuelto él la guerra de Iraq, o a un putón esquinero fichado como comentarista rosa explicando por qué le ve cara de asesina a ésta o aquélla. Amén de las rigurosas encuestas televisivas de costumbre a pie de obra, con los vecinos de la víctima o el verdugo aportando su objetiva lucidez al asunto.
Así que me ratifico. Y digo más. Si hace ocho años no quería ser jurado ni por el forro, ahora, tal y como han ejecutado la cosa, le rezo cada día a San Apapucio y al Copón de Bullas para no caer nunca en manos de doce sujetos cuyo único vínculo con la realidad pueda pasar a través de nuestra puta tele…"
Jurados del pueblo popular - 12 de Octubre de 2003


"…Por poner un ejemplo: cuando oyes a un comentarista analfabeto de Salsa Marciana o Tomate Rosa hablar de los compañeros reporteros de guerra muertos en tal o cual sitio, a veces dudas si te encuentras ante una idiota -o un idioto- o ante un hijo de la gran puta…"
La cena de los idiotas - 25 de octubre de 2004


Canutazos Impertinentes - 19 de junio de 2005
Nunca me gustó hacer el payaso, ni que los payasos ganen su jornal a mi costa. Quizá por eso me irrita cierta clase de periodismo basura que se hace en televisión, a base de reporteros provocadores que se plantan en actos oficiales o en situaciones más o menos serias y, bajo pretexto de una divertida y sana informalidad, impertinencia tras impertinencia, procuran dar un tono grotesco a la información. Eso, que en el mundo rosa tiene un pasar –quien vive de dar espectáculo, con su pan se lo coma–, se extiende también, sin escrúpulos, a asuntos más serios como la cultura, o la política. Rara es la tele que no dispone de un programa donde sus reporteros ponen la alcachofa, no para solicitar información, sino para el intercambio de supuestas ingeniosidades o tonterías a palo seco, siendo el objetivo real ridiculizar al entrevistado. Siempre que me toca estar en público eludo prestarme a ese tipo de canutazos, que rara vez favorecen a nadie, y sólo sirven para que el reportero se apunte haber logrado una chorrada más y que la gente pueda reírse a gusto. Ni siquiera en la etapa pionera de esa clase de programas, cuando Wyoming y su brillante equipo realizaban Caiga quien caiga con humor y extrema inteligencia, fulanos simpáticos como Pablo Carbonell o Sergio Pazos consiguieron arrancarme más que un saludo cortés. A veces, ni eso.
Comparados con algunos de sus epígonos en los tiempos que corren, aquellos caraduras eran exquisitos. Algunos hasta se cortaban un poco ante la gente respetable. Ahora, quienes practican el género entran a saco sin el menor escrúpulo; y lo que es peor, sin hacer distinciones entre lo respetable y lo otro. Por supuesto, la culpa no es suya –a fin de cuentas hacen un trabajo con el que se ganan la vida–, sino de las cadenas que se lucran con esa clase de esperpentos, del público bajuno que los disfruta, y sobre todo de quienes se prestan indignamente, con tal de aparecer treinta segundos en la tele, a las más peregrinas idioteces. A uno se le cae el alma a los pies cuando ve a gente en principio respetable, políticos de fuste o personalidades de las ciencias, las artes o las letras, dar cuartel en ese tipo de emboscadas groseras, deteniéndose en mitad de un acto oficial a responder, con una sonrisilla forzada y buscando desesperadamente una palabra o frase ingeniosa, a las incongruencias que plantea un entrevistador irreverente que mira a la cámara de soslayo mientras guiña un ojo al teleespectador, como diciendo: a ver por dónde nos sale ahora este gilipollas.
Sobre todo tratándose de políticos, la cosa no tiene remedio. Ahí son todos iguales, sin distinción de sexo o ideología: ven una cámara y se les hace el culito gaseosa. Hasta los más brillantes se prestan al juego al verse interpelados micrófono en mano. Asistí a una demostración práctica el otro día, durante un acto de la Real Academia Española. Nos disponíamos a inaugurar una placa conmemorativa en la casa donde murió Cervantes. Se trataba de un acto solemne, con los académicos allí congregados, y el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, había anunciado su asistencia. En ésas, un reportero televisivo, que llevaba un rato haciendo el gamba por los alrededores, pegó bajo la placa cervantina una foto de la presidente de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, con quien el alcalde de la ciudad tiene, como sabemos, ciertas diferencias. Yo estaba entre los académicos con traje oscuro, corbata y toda la parafernalia; y como nadie intervenía, me acerqué al reportero, le pasé amistosamente un brazo por los hombros para apartarlo de la cámara, tapé con una mano la alcachofa, y le dije al oído: «Éste es un acto muy serio de la Real Academia, no del alcalde. Así que, como lo envilezcas, te pego una hostia. Personalmente». Algo desconcertado, mirando la insignia académica que yo llevaba en la solapa, el reportero inquirió, perspicaz, si lo estaba amenazando. Respondí: «Evidentemente», y volví junto a mis compañeros. Llegó entonces el alcalde, el reportero le metió el micrófono en la boca, el alcalde pareció encantado con que hubiera periodistas divertidos y cachonduelos que aliviasen la formalidad de aquel acto cultural, y yo, discretamente, me fui a tomar una caña. Al rato, desde el bar, vi pasar el cortejo con mis compañeros camino de la segunda parte del acto, hacia la iglesia de las Trinitarias. Delante iban la cámara, grabando, y el alcalde de charla con el reportero como si fueran compadres de toda la vida. Y qué quieren que les diga. Pedí otra caña.





También ha tenido otras "agarradas" con periodistas de medios más serios, comentadas por ejemplo, en:
El ideal gallego me toca las narices - 18  de febrero de 2001
Matando periodistas -30 de marzo de 2003


Gracias Salva.


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