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La Derrota escribió el día 21/10/2009 a las 09:24
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ANEXO al 25.10.09 ~ Soldados del amor ~


«… En milicia también somos vanguardia a tope. El mérito no es de la nueva administración, ojo, porque ya el anterior gobierno consiguió que el español fuese el único ejército del mundo, por delante incluso del norteamericano, donde las mujeres están en unidades de combate de primera línea; detalle que confiere a nuestras fuerzas armadas una despiadada ferocidad. Además, hemos inventado el concepto brillantísimo de fuerzas armadas desarmadas, con soldados que no son para la guerra –que está mal vista por la sociedad– sino para atender a niños huérfanos en maremotos o cosas así. Sobre el pacifismo combinado con la integración de extranjeros, ni les cuento. En Melilla, donde si un día hay enemigo éste será moruno, casi el cuarenta por ciento de los soldados en algunas unidades es de origen marroquí: más integrados y pacíficos a la hora de combatir, imposible. De momento le queman el coche al sargento cuando hay discrepancias tácticas. A ver qué se han creído estos españoles racistas de mierda.…»
Somos el pasmo de Europa - 15 de mayo de 2005




«… De pronto, resulta que hay legionarios españoles que mueren en Bosnia. Como la de los toreros, la existencia de los soldados profesionales se justifica porque la muerte existe. Sólo así el resto de los ciudadanos paga o tolera, de buen grado, igual que a los matadores de toros la fama y tos contratos millonarios, a los segundos las casas subvencionadas y los economatos militares. El prestigio del soldado de carrera, el respeto que se le dispensa en las sociedades normales y democráticas, no está en función de que el marcial mílite lleve pistola, sino en la seguridad de que un día, a requerimiento de sus conciudadanos y compatriotas, irá a que lo maten por defender aquellos aspectos que se le encomienden. Quizá tenga suerte y nunca se le exija ese compromiso y pueda jubilarse de general con un "Valor: se le supone" en su hoja de servicios, cubierto de medallas por buena conducta. Pero si llega el caso, su obligación es acreditar el valor yendo a que le vuelen la cabeza sin rechistar.



No fantasmas de fanfarria anclados en el pasado, supermachos apolillados, bravucones de desfile, sino profesionales adecuados al tiempo actual, voluntarios bien adiestrados, gente que va a la guerra, a una guerra ajena que no lo es tanto para hacer su trabajo con eficacia y dignidad. Saliendo de escena, cuando los matan, sin hacer ruido y sin dramatismos, Con la modestia, la serenidad y el entrañable fatalismo de quienes han hecho de su vida un servicio al ser humano. Me gustan mucho esos lejías que mueren llevando medicinas, salvando a la población civil, dejándose la piel en. Bosnia y lavando con su sangre la vergüenza de Europa, nuestra vergüenza. Esos redaños se los aplaudo, si ustedes me lo permiten.
Aplaudo su vida, no a la muerte, sino a la vida.»
Lejías - 27/06/1993



También los soldados son personas y, a veces, héroes.


El soldado Vladimiro - 31/10/93
Una vez conocí a un héroe. No era alto ni apuesto, ni le pusieron medallas, ni salió en primera página de los periódicos, ni en el telediario. Nadie aplaudió su hazaña, y ni los políticos ni los generales ni los mangantes que explotan en su provecho las virtudes ajenas hicieron discurso al respecto. Se llamaba -espero que se llame todavía- soldado Vladimiro. Tenía veinte años y se ocupaba de la ametralladora de 12,70 de un blindado de los cascos azules españoles en Bosnia central. De soldado tenía lo justo: no le gustaba la guerra, ni la vida militar. Se había alistado por si se presentaba la ocasión de ver mundo. Después pensaba regresar a la vida civil y estudiar idiomas. Eso, precisamente, lo convertía en un elemento valioso para sus jefes y compañeros legionarios: hablaba un poco de ruso, que es al bosnio lo que el castellano al portugués. Por eso estaba asignado al BMR del coronel Morales, el jefe de la agrupación Canarias.

Vladimiro era uno de esos soldados vivos y listos que se buscan la vida como nadie, que se esfuman de pronto y, cuando todos creen que han desertado, reaparecen con dos gallinas y una hogaza de pan para sus compañeros. Allí, en el valle del Neretva, Vladimiro llevaba niños en brazos, repartía tabaco a los ancianos, daba sus raciones de campaña a las mujeres que lloraban junto a los escombros de sus hogares. Y yo vi de noche, cuando se hallaba de centinela, acercársele la gente agradecida para traerle un trozo de pan, una taza de té, incluso una desvencijada hamaca para que pudiera hacer sentado su turno de guardia.

Una noche el soldado Vladimiro fue un héroe, aunque posiblemente ni siquiera el mismo lo sepa. Intenten imaginar el cuadro: oscuridad, disparos de francotiradores, trazadoras que pasan recortando esqueletos negros de edificios. Hay tensión en el ambiente, y por uno de esos azares de la guerra, aquellos a quienes los legionarios vinieron a socorrer se convierten, de pronto, en adversarios. El coronel Morales, que manda la columna, decide ir, solo, al puesto de mando bosnio para solucionar la crisis. Eso es meter la cabeza en la boca del lobo; en medio de enorme confusión, entre musulmanes armados y muy nerviosos, el coronel ordena por radio a su segundo, un comandante, tomar el mando si no regresa. Vladimiro se ofrece a acompañarlo, pero Morales le ordena permanecer a cubierto en el BMR. Después se aleja en la oscuridad, rodeado de amenazadores milicianos.

Y es entonces cuando el soldado Vladimiro se remueve inquieto, y en la penumbra interior del blindado nos mira a los que estamos dentro. Sus ojos reflejan un pensamiento: no se trata de que el coronel le caiga bien o mal. Simplemente es su coronel, y le avergüenza verlo irse solo. De pronto, lo vemos mover la cabeza como si acabara de tomar una decisión. Precipitadamente, con nerviosismo, se mete dos granadas en los bolsillos. Requiere un Cetme y comprueba el cargador.
-No, si ya verás- murmura como para sus adentros, mientras amartilla el arma-. ¡Esta noche nos van a inflar a hostias!
Le tiemblan las manos y la voz. Pero aun así, con esas manos que le tiemblan, abre el portillo del blindado, se cala el casco, aprieta los dientes para morderse el miedo y echa a correr en la oscuridad detrás de su coronel. Cuando una hora más tarde Morales sale del puesto de mando de la Armija, lo encuentra sentado en las sombras de la escalera, con el Cetme en la mano, esperándolo. Entonces el coronel, que es un legionario bajito, duro y con mala leche, le echa una bronca tremenda por incumplir sus órdenes. Después se encamina hacia la columna de vehículos, siempre escoltado por su tirador, que le sigue cabizbajo.
-¡La próxima vez que desobedezcas una orden te voy a meter un paquete que te vas a cagar, Vladimiro!- Le dice. Después, el coronel se detiene y, aún con gesto hosco, saca un paquete de cigarrillos y le ofrece uno. Y mientras lo hace disimula una sonrisa en un extremo de la boca.
Ocurrió exactamente así. No sé qué otras cosas buenas o malas hará Vladimiro el resto de su vida. Pero aquella noche, en Bosnia central, su coronel le ofreció un cigarrillo y yo me prometí dedicarle este artículo. Hoy, supongo, habrá regresado ya a España. Y tal vez, cuando entre en la discoteca de su pueblo -es flaco y con granos en la cara- las chicas, que prefieren a los guaperas apuestos, a los bailones que marcan paquete, ni siquiera se fijen en él.
¡Qué sabrán ellas...! ¿Verdad, Vladimiro?



Hace unos pocos años también intentó explicar el asunto y el trabajo de los soldados y para qué son las fuerzas armadas:



El timo del soldadito Pepe - 03.08.2003
Es que lo ponen a huevo. Observen si no la perla. Televisión, hora de máxima audiencia, publicidad: «Nuestras fuerzas armadas siempre están donde se las necesita». Ahí, nada que objetar. Las fuerzas armadas están para eso. Patria aparte, soldado viene de soldada, que significa cobrar por jugarse el pellejo. Al oír lo de fuerzas armadas -fuerza que lleva armas- uno imagina a intrépidos guerreros desembarcando con el machete entre los dientes, corriendo colina arriba bajo el fuego enemigo, o defendiendo Perejil hasta la última gota. Incluso -a ver si le hago caso a mi madre y me reconcilio con los obispos de una puta vez- a curtidos lejías sin rastro de grifa en la mirada marcial, llevando en alto al Cristo crucificado en las procesiones de Málaga tras poner su equis en la correspondiente casilla eclesiástica de Hacienda. Uno espera eso, por lo menos, de un anuncio que reclama voluntarios para las fuerzas armadas. Pero no. Desilusión al canto. En vez de referirse a la guerra espantosa, que es lo relacionado de toda la vida con ese oficio, se diría que el anuncio se lo encargaron a la factoría Disney.

Supongo que también lo han visto: unos jóvenes y jóvenas con cara de buenos chicos, maravillosos, solidarios, vestidos de camuflaje, ayudando a la gente de una manera, oyes, que te pone la carne de gallina, sonrientes, abnegados; maravillosos. Este da de beber al sediento, aquel viste al desnudo, el de acá visita al enfermo, el otro consuela a los afligidos. Todo como a cámara lenta y con música, creo recordar -lo mismo no era esa peli, pero se parece-- de La Cenicienta. Ya saben. Eres tú el príncipe azul que yo soñé. Y, por supuesto, ni pistolas, ni tanques, ni nada. Armas de destrucción masiva o en menudeo, ni por el forro. El arma de esos muchachos, desliza implícitamente el anuncio, es su corazón de oro. Disparar ya no se lleva, por Dios. Para antibelicistas, nosotros. Tenemos las únicas fuerzas armadas pacifistas del mundo. Invento nacional, marca Acme. Así que ya lo sabes, joven. Si quieres ayudar a tu prójimo, hazte soldado.

Y qué quieren que les diga. Antes, el ministerio de Defensa sacaba a unas topmodels estupendas vestidas de marineras y de rambas, que daban ganas de engancharse y reengancharse varias veces, por la patria o por la cara. Ahora, con la cosa humanitaria, no sé. Porque esa imagen del soldado en plan Heidi y Pedro tiene la pega de que luego, cuando te descuartizan -en la guerra suele ocurrir- el interfecto puede decir oiga, esto no venía en el anuncio. Me querello. Y además, lo del soldado pacifista es una idiotez que se han sacado de la manga los que viven y trincan de no llamar a las cosas por su nombre. Porque, o eres, o no eres. Y si eres, lo asumes y punto. Sin milongas. Aparte de dar medicinas a los niños en sus ratos libres, que es muy loable, los soldados están, sobre todo, para pegar tiros. La filantropía a tiempo completo corresponde a las oenegés, y no conviene confundir al personal. El enorme respeto que merecen los militares españoles muertos en misiones humanitarias no debe hacer olvidar que ésa sólo es una parte, y no la principal, del oficio castrense. Cada uno a lo suyo: las oenegés ayudan y los soldados escabechan. Eso de la reconversión pacífica del soldado moderno es una milonga macabea española. Pregúntenle a los marines, que son modernos de cojones, o a las pacíficas ratas del desierto de Blair. A ver para qué está un soldado si no es para matar a troche y moche. Otra cosa es que la guerra sea reprobable e indeseable, que en España no haya presupuesto para escopetas, que un cazabombardero sea políticamente incorrecto, y que salga más bonito y barato tirarse el pegote con lo del ejército humanitario. Pero oigan. Si jugamos a eso, que el Gobierno sea consecuente y lo asuma a fondo. Que disuelva las fuerzas armadas y las sustituya por las fuerzas desarmadas, los cascos rosa Ken y Barbie o la oenegé Soldados Besuqueadores sin Fronteras. Así no gastaremos viruta en uniformes de camuflaje, tendremos la conciencia como los chorros del oro, y no habrá necesidad de poner en la tele anuncios con el tocomocho del soldadito Pepe. Y si un día nos ataca Andorra, que no cunda el pánico. Seguiremos poniendo el culo en Washington para que los marines de Bush -al fin y al cabo, ocho de cada diez se apellidan Sánchez y hablan castellano- maten por nosotros. Aquí, paz. Y después, gloria.





Gracias Arturo, gracias Salva.


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