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La Derrota escribió el día 22/07/2009 a las 13:42
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ANEXO al 26.07.09 ~Museos de la No Historia ~
Lo del museo del Ejército ya le mosqueó hace más de 10 años cuando el asunto se puso en marcha.



EL MUSEO CONDENADO - A.P-R. 14 de Diciembre de 1997.

Pues sí. Resulta que el Ministerio de Defensa quiere unas fuerzas armadas profesionales que sean de la OTAN terror, del turco espanto. Y como los laureles se plantan tiernos, anima a los colegios a organizar conferencias y visitas a unidades militares, a fin de que los zagales desarrollen la afición a derramar por la Patria hasta la ultima gota de sangre. En eso de la Patria y de la gota el arriba firmante ni entra ni sale, porque a estas fechas del desguace me tiene sin cuidado que nuestras fuerzas armadas sean profesionales, mercenarias, mediopensionistas o reclutadas en una reserva apache. Incluso que no sean. Pero, puestos, se me ocurren otras actividades más útiles y dignas que enseñar un Cetme. Y no estaría de más recordar que, Bosnia aparte, las únicas actividades útiles que hoy se le conocen a las fuerzas armadas españolas se deben, casi todas, a iniciativas locales de jefes, oficiales y suboficiales. Como, por ejemplo, las Aulas del Mar -Navegación, Arqueología, Historia, Medio Ambiente- que el Centro de Buceo de la Armada realiza cada verano, callada y eficazmente en sus instalaciones de Cartagena, sin un duro de subvención, en concierto casi personal con la Universidad de Murcia.

Y tiene gracia -y maldita la gracia- que, en un momento en que el ministerio del ramo se llena la boca con la necesidad de que los jóvenes, etcétera, sea el mismo ministerio de Defensa el que se disponga ahora a desmantelar, con nocturnidad y por el morro, lo que pudo ser y es todavía su gran baza cultural e histórica: el eje en torno al que habría que vertebrar todo ese acercamiento demagógico y de boquilla, con el que tanto las pía en estos tiempos de insumisión y vacas flacas. Me refiero al Museo del Ejército de Madrid, y que constituye, con su bellísima concepción de museo romántico del XIX, una de las más importantes piezas de la Historia militar europea, y de la Historia a secas.

Vayan y miren, ahora que todavía pueden. Allí están las banderas de los viejos tercios del XVI y el XVII, la tienda de Carlos V, la mejor colección de armas de fuego antiguas que existe en el mundo, la bandera del San Juan Nepomuceno en Trafalgar y la tomada por Gálvez a los ingleses en la toma de Pensacola. Está la armadura del Gran Capitán. Están las urnas con las mortajas de Daoiz y Velarde, un sable que fue de Napoleón y otro de Murat, la espada de Boabdil, un trozo del árbol donde Cotés lloró su Noche Triste, salas coloniales, cuadros, uniformes, el pendón que llevó Pizarro en la conquista del Perú, un cañón del contratorpedero Plutón hundido en Santiago de Cuba y que Fidel Castro nos cambió por la silla de Maceo, ingenios antiguos, carruajes. Y una espada del siglo onceno que es nada menos que la Tizona del Cid.

¿Saben qué va a hacer Defensa con todo eso? Pues vaciar el recinto para ampliar el Prado -se diría que no hay otros edificios en Madrid-, desmontar el museo y llevárselo al Alcázar de Toledo. O, dicho de otro modo, dejar a la capital de España sin Historia militar, que es lo único que a muchos nos interesa de lo militar. Para lo que, por cierto, no hay plan, ni presupuesto, ni nada. De modo que la siguiente etapa será un largo sueño, quizá eterno, en los sótanos de quién sabe dónde. Y luego, con suerte, a un Alcázar de Toledo que -dicho sea con todo el respeto para sus defensores-, con su despacho de Moscardó y su museo del asedio, es un monumento a la Cruzada, o sea al franquismo, o sea a lo que ya me entienden. Y esa sutil canallada o espectacular gilipollez de identificar Historia y franquismo es, amén de falsa, peligrosa. Y más en los tiempos que corren. Porque, entre otras cosas, la Historia de España no tiene la culpa de que los vencedores de la Guerra Civil se la apropiaran en su faceta imperial, ni de que los trece años de Pesoe la llenaran de olvido y de mierda, ni de que los meapilas del Pepé gobiernen comprando apoyos y avergonzados de sí mismos.

Imagínense el traslado que se avecina: las banderas centenarias que al sacarlas de sus vitrinas se convertirán en polvo, y todo de acá para allá. La Historia de España en cuatro cajas y luego al Alcázar -lo que no desaparezca por el camino- asimilado al patrimonio de quienes rezan un Padrenuestro en la tumba de Miláns del Bosch. Y mientras, el ministro de Defensa enseñándoles cuarteles a los nenes, con un bocadillo de mortadela y un tanque Leopard que encima es alemán y lo tenemos en leasing.



Con reparos también le gustó el museo de las Atarazanas


La galera de Lepanto (21/01/1996)

Pues ocurrió que el otro día, en Barcelona, el arriba firmante acababa de releer las últimas páginas de El buen soldado, de Ford Madox Ford. No tenía más libros a mano -estúpida imprevisión la mía-, así que, hecho polvo, huyendo del aburrimiento y la melancolía como el Ismael de Moby Dick, decidí buscar refugio en el mar y me fui Rambla abajo hasta las Atarazanas, para echarle un vistazo al Museo Naval.

No sé si conocen ustedes el museo de las Atarazanas. La Historia -creo haberlo escrito alguna vez- es la única clave que nos permite interpretar como hombres libres el presente, y cuando todo anda confuso alrededor, uno encuentra fuerzas, ánimo, aplomo para resistir, en sitios con viejas piedras y paisajes inmutables, en recintos como los museos y las bibliotecas. Lugares que no son simples estampas para fomentar el turismo y que las fotografíen ochocientos mil japoneses, sino memoria de los padres y de los abuelos, y de todas las generaciones que nos conformaron la memoria. Con esto quiero decir que cuando entro a un museo, sea español, francés, inglés o austríaco, no voy de visita, sino a mi casa. A buscar mis propias huellas en los objetos que han logrado salvarse del naufragio de los siglos. Soy europeo y mediterráneo, y eso hace que mi estirpe sea dilatada y rica, y que ninguno de los hechos que esas venerables salas albergan me sea ajeno. Nadie, por tanto, tiene derecho a pretender que me sienta extranjero; y mucho menos en un museo naval, cuando el mar es precisamente la más abierta y generosa de las patrias, la más solidaria, la que más une a los hombres de todas cuantas conozco.

Y sin embargo, los responsables de las Atarazanas de Barcelona han hecho todo lo posible por organizar un museo provinciano, paleto, exclusivo y excluyente, donde más que una generosa exposición de esa historia colectiva de que las piezas reunidas en ese museo forman parte -una historia, con lo bueno y con lo malo, que se llama historia de España- lo que hay es una oportunista y calculada selección de objetos ordenados con arreglo a un fin: el de convencer al visitante de la existencia de una historia naval catalana. Cuestión indiscutible, por otra parte, si la enmarcamos debidamente en una historia naval del reino de Aragón y su expansión mediterránea, y en la otra, la más amplia historia naval española, que incluye honorables minucias como la circunnavegación del globo, la empresa de Inglaterra, el descubrimiento de América, el comercio con las Indias, Trafalgar, la lucha contra el turco y la batalla de Lepanto.

Pero resulta que no. Que a las autoridades de quienes depende el museo que, por instalaciones y fondos materiales, podría ser el más importante de España, lo que de verdad les interesa es que los visitantes puedan leer sólo en lengua catalana los rótulos explicativos de cada pieza expuesta. 0 que cuando se hable de la hazaña almogávar en Bizancio se aluda a ésta como empresa catalana. 0 que las tres cuartas partes del espacio histórico consistan en una plúmbea exposición a base de fotografías y antiguos registros comerciales sobre temas tan apasionantes como la exportación de los paños de Tarrasa en el delta del Po, el viaje que hizo Jordi Borafull comerciante del Bajo Llobregat, a Túnez para comprar una tonelada de dátiles, o cuántas sardinas pescaban al mes los llaúdes catalanes construidos en Mallorca o Valencia. Todo eso rotulado como: La apoteosis comercial catalana en el Mediterráneo, o La gesta ultramarina catalana en su clímax naval, y cosas así. Y en un museo marítimo que forma parte de un país que tuvo a Juan Sebastián Elcano, los Pinzones, Churruca, Gravina, Juan de Austria, Malaspina y unos cuantos más, el único personaje del que recuerdo haber visto objetos personales, es el general Prim. Que no fue marino, pero era de Reus. Sin embargo, lo más insufrible es ver la pieza maestra del museo la Galera Real que mandó don Juan de Austria en Lepanto, privada de su contexto, huérfana de todas las connotaciones históricas que podrían enriquecer su presencia impresionante, que tantos recuerdos suscita. Entre muchos otros, el de un pobre y oscuro soldado que se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra, que navegó junto a ella y peleó a su vista, perdiendo un brazo, en la más alta ocasión que vieron los siglos.

¿Saben lo que les digo? Si del arriba firmante dependiera, con mucho gusto cambiaría los disputados archivos de Salamanca por la vieja y querida Galera Real, para llevármela a otro sitio. A cualquier lugar donde ni a ella ni a mí, ni al mar que navegó y que también era el mío, nos deshonren la memoria.




"…Pero ésa es otra historia, y de quien quiero hablarles es de mi amigo el almirante González-Aller. Le adeudo, como lector, su magnífica recopilación de la correspondencia de Felipe II sobre la empresa de Inglaterra, en los cinco tomos de la obra –todavía inacabada– La batalla del Mar Océano; y, por supuesto, la reciente, monumental e indispensable Campaña de Trafalgar: dos grandes volúmenes con todos los documentos españoles sobre el desastre naval de 1805. Pero mi deuda afectiva es aún mayor, y data de cuando hace nueve años lo conocí como director del Museo Naval de Madrid, por donde yo husmeaba a la caza de cartas náuticas, tesoros hundidos y rubias a las que contarles las pecas hasta el Finisterre.…"

PATENTE DE CORSO 02.07.2006 Los torpedos del almirante




"… Machín de Gorostiola es un personaje ficticio, como su compañía de infantería vizcaína. En efecto. Pero uno y otros deben mucho al capitán Machín de Munguía y a los soldados de su compañía, «la mayor parte vascongados», que, según una relación del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, pelearon como fieras durante todo un día contra tres galeras turcas, en La Prevesa.…"
PATENTE DE CORSO 19.08.07 - Cortos de razones, largos de espada




"…     Pensaba en eso el otro día, cuando asistí a una amena conferencia de José Ignacio González Aller sobre la marina española en la época de los Austrias y el desastre de la empresa de Inglaterra. González Aller es historiador, almirante, y hasta hace nada director del museo naval de Madrid, y lo acompañaba otro marino y escritor, Álvaro Delgado Cal, capitán de navío, responsable del museo naval de Cartagena. …"
Marinos ilustrados - 25 de junio de 2000



"…Si quieren ustedes ahondar en el asunto, déjense caer por una librería; y más ahora que, gracias a la recalcitrante estupidez del ex presidente Aznar, el Museo del Ejército de Madrid lo han hecho trizas, llevándose a Toledo los restos del naufragio…"
PATENTE DE CORSO 15.07.07 - El día que cobraron los gabachos




Museonaval de s.Fernando
http://museonavalsf.iespana.es/
http://es.wikipedia.org/wiki/Museo_Naval_de_San_Fernando


Museo Marítimo de Barcelona
http://www.mmb.cat/default.asp?idApartado=96&idIdioma=2

Castillo de Montjuic
http://www.ejercito.mde.es/Unidades/es/unidades/Madrid/ihycm/Museos/barcelona/index.html
http://www.castillomontjuic.com/index.php?option=com_content&task=view&id=58&Itemid=69

Museo Naval de Madrid
http://cvc.cervantes.es/ACTCULT/museo_naval/
http://www.armada.mde.es/ArmadaPortal/page/Portal/ArmadaEspannola/ciencia_museo/






Gracias Arturo, gracias Salva


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