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La Derrota escribió el día 24/09/2007 a las 17:51
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ANEXO al 30.09.07
El ganador del Goya al mejor guión adaptado en la VIIª edición en 1993, junto a Francisco Prada, Antonio Larreta y Pedro Olea, no va ha dejar que crezca la hierba en la senda del cine español. No, porque de vez en cuando, o muy a menudo -según algunos-, nos recuerda la peculiar situación del cine español y de sus artesanos. Siempre se llevan los palos los mismos: productores, directores, guionistas y actores; ni una palabra para los humildes y muy eficaces oficios técnicos -aunque al montador de Alatriste le daba yo un pescozón-. En fin, nada como lo que le hará al tal Jim McBride cuando se lo encuentre después de perpetrar "Uncovered" basada en su novela LTdF




Sobre actores y actrices - 2 de abril de 1995
"…
Y es que ésa es otra. Porque hablamos de la crisis del cine español; pero resulta que, salvo una docena de honrosísimas excepciones, la mayor parte de nuestros buenos actores hacen teatro, hacen doblaje o no hacen nada. En el cine y en la tele, como mucho, les caen papeles secundarios. ¿No les suena sospechoso que los actores extranjeros de una película mejores, más creíbles, que buena parte de los españoles que hablan en su lengua original? ¿Y no es igual de sospechoso que tantas películas españolas ganen una barbaridad en su versión doblada para el extranjero? O sea. Convendrán conmigo en que es como para mosquearse.
En otros lugares, un actor es alguien especializado en teatro o en cine, pero a menudo intercambiable. Estrellas de la pantalla llenan salas de teatro, y viceversa. Mas resulta que en España, no. Aquí el divorcio es total. Y lo es, entre otras, por una razón miserable: un actor de verdad, de pata negra, hecho con estudio, esfuerzo y experiencia, es un profesional que debe ser pagado como Dios manda, y además no acepta cualquier cosa, y no tiene por qué andar tomándose copas en bares de diseño con los amiguetes para que le den cuartel, pues su talento debería bastar, en principio, como aval de su vida profesional.
Pero ya ven. En este reino de la improvisación y la chapuza, donde todo vale para cualquier cosa, cualquier tetona de concurso televisivo, cualquier mozo con cara simpática, cualquier niña guapita que pasa por ahí, se autocalifica como actor o actriz y además la gente hace como que se lo traga. Y los productores, encantados; porque les sale más barato y así contratan a tres por el precioo de uno. Al final, lo de menos es la credibilidad, la modulación, la voz, el gesto, el cómo decir la cosas para que la ficción parezca realidad y nos conduzca al mundo mágico de lo imaginado hasta hacerlo más real que la vida misma. Un compadre mío, Antonio Cardenal, produjo hace poco una película muy divertida que ha sido un éxito y me alegro; porque el guión, ingenioso y bien desarrollado, consigue hacer olvidar la infame actuación de una primera y primeriza joven actriz -trasplantada de un concurso de la tele- que está tremenda, eso sí; pero que supone la negación absoluta de la palabra interpretar ante una cámara.
En fin. Valgan estas líneas como saludo y homenaje a todos ellos. A esos actores de verdad que desaparecen, o se refugian en el teatro ignorados por el gran público, o malviven en las comedias de la tele y en el cine dando la réplica a personajes protagonistas encamados por niñatos y fantasmas cuyo papel, en otro tiempo, no habría ido más allá de decir: «La cena está servida». Eso, en el caso improbable de que alguien les hubiera permitido abrir la boca. "


Nacionales malos, rojos buenos - 16 de julio de 1996
   Un amigo cinéfilo y cineasta, muy poderoso en estas cosas del celuloide nacional, se ha mosqueado con el arriba firmante porque hace tres semanas, en esta misma página, dije que la película Tierra y libertad del británico Ken Loach era una mierda. «Eres el único que opina eso», me dijo el otro día. Pero no estuve de acuerdo. Quizá, respondí, sea el único que opina eso por escrito. Con el estreno de aquella película sobre los anarquistas y las brigadas internacionales en nuestra guerra civil, casi todos los críticos cinematográficos se apresuraron a aplaudirla como obra maestra, joya cinematográfica, maravilla de director y actores, y rigurosa fidelidad histórica. O sea, muchas estrellas en esas listas que sacan los periódicos para saludar los estrenos de los amiguetes y los compadres, y destrozar, o ignorar, el trabajo de quienes no son de su cuerda. Por decirlo de algún modo, nunca aplaudirán más que con la punta de los dedos la película de un artesano honesto y eficaz como, por ejemplo, Pedro Olea -no es de la mafia-; pero sí saludarán, con los ojos en blanco, la gilicomedia más estúpida de cualquier colega con el que se tomen copas, calificándola de joya de las pantallas o pequeña obra maestra. En literatura, por cierto, pasa igual. Pero hoy hablamos de cine.
   Así que estoy, incluso, dispuesto a ir más lejos todavía. Desde mi punto de vista, que es parcial y subjetivo pero es mío, Tierra y libertad sigue siendo una mierda como el sombrero de un picador, insisto, a pesar de todos los cantamañanas que la han jaleado hasta el éxtasis. Como también lo es Libertarias, otra película cuyas excelencias y originalidades -la monja exclaustrada acogida por las lumis de buen corazón es demasiado para el cuerpo- nos han estado metiendo con calzador, en portadas de revistas y suplementos de fin de semana incluidos. Me temo que incluso en éste.
   A ver si lo dice alguien de una puñetera vez. Esas dos películas, saludadas por la crítica como dos joyas sobre la guerra civil española, son maniqueas, indocumentadas, llenas de lugares comunes y manipulaciones fáciles, poco creíbles, poco probables, y suponen un insulto a la inteligencia y a la memoria. Además, están mal interpretadas. En algún caso, porque los actores son tan infames que cuando te largan un discurso libertario, camaradas, solidaridad y muerte al fascismo, suena tan falso que no se lo creen ni ellos. También porque los mismos guiones cantan a postizo, a pastel, desde la primera página. Ni Ken Loach ha visto, ni es capaz de imaginar a un anarquista español ni por el forro, ni Vicente Aranda -con todo el respeto que me merece el veterano maestro- puede creerse a sus putas redimidas por la revolución, a Miguel Bosé en plan Durruti, ni todo ese libertarismo chungo, elemental, que nos endilgan en el filme; que a mí lo que me parece es un insulto descarado a las mujeres que de verdad dieron la cara entre el 36 y el 39.
   Puestos a ser falsos, en ambas películas son falsos los diálogos, las situaciones, y hasta los gestos y la indumentaria, recién salida de la máquina de coser del sastre, botas en vez de alpargatas, camisas limpias en las trincheras, de colores, en vez del mono azul o las camisas caquis, o blancas de toda la vida. Y sobre todo, esa división absurda de los buenos, y los malos tan obvia sobre todo en la pelicula de Ken Loach: el prisionero que no se arrepiente de ser un militar canalla opresor del pueblo; los rojos que no fusilan a nadie, más tiernos que el día de la Madre; los soldados nacionales que salen de la iglesia usando como escudos humanos a las pobres mujeres campesinas; o la interminable escena de la colectivización de las tierras liberadas: un docudrama que aburre a las ovejas, y que sin embargo ha sido glosado como el no va más del cinema-verité.
   Después de aguantar cuarenta años la maquinaria de propaganda del Invicto reiterándonos lo malvados que eran los rojos, y después de los veinte años largos de democracia que llevamos entre pecho y espalda, que a estas alturas se pretenda contarnos la guerra civil limitándose a cambiar de bando al malo, supone un insulto a la inteligencia de cualquier espectador. Allá cada cual si nadie lo ha puesto por escrito, pero la guerra de Ken Loach y la de Vicente Aranda son más falsas que un billete de Mortadelo. Y ya está bien de que nos tomen por gilipollas.




Gilicomedias y otros filmes - 6 de julio de 1997
"…
Y, mientras le miraba el careto a todo ese personal, el arriba firmante se preguntaba lo que hubiéramos hecho en España con los cuatrifoscientos kilos que Scorsese se pulió en su casino de Las Vegas. Cuánta gilicomedia fastuosa y cuánta obra maestra definitiva que aburre a las ovejas, y cuánto intenso thriller cutre habríanse podido marcar, voto a tal unos cuantos fulanos que conozco porque aquí, chavales, nos conocemos todos , con el aplauso de ciertos señalados compadres de la crítica cinematográfica. Los mismos críticos, casualmente, que a menudo coescriben los guiones y luego ponen estupendo el producto. Los mismos cuyo nombre naturalmente, sin que ellos sepan nada van esgrimiendo por ahí unos productores que yo me sé a la hora de recabar pasta para sus películas, garantizando tratamiento cuatro estrellas en las páginas de espectáculos de tal o cual periódico, revista o suplemento. 0 a ver si se creen ustedes que cuando de pronto en este país nos meten con calzador, a coro y hasta en la sopa, una solemne soplapollez de película, el evento es casual. Aquí, lo último casual fue que el Cid dejara embarazada a doña Jimena justo antes de irse a la mili
Hay otro cine decente, honrado, eficaz. Un cine hecho por gente que ama su oficio, no para que le digan muy bueno lo tuyo en los cotarros de diseño, sino porque esa es la pasión que les revuelve el corazón y las tripas, y están dispuestos a jugarse la mujer, la pasta y lo que sea con tal de realizar los sueños que tienen en la cabeza. Gente humilde que no está en los circuitos de mangantes y no se come una rosca, guionistas con talento a quien nadie hace caso porque en este país cualquier director y cualquier productor se creen perfectamente capaces de inventar una historia; directores jóvenes y no tan jóvenes que aprendieron a hacer cine donde se aprende, en las pantallas de cine y leyendo, no en la onanista contemplación de su ombligo. Productores qúe se zambullen a cuerpo limpio, a menudo con su dinero y no el de los otros. Francotiradores que lo hacen reconciliarse a uno, de vez en cuando, con las palabras cine y España, cuando vienen juntas.
De cualquier modo, a fin de cuentas, cada público tiene también el cine que se merece. En Francia, los gabachos acuden a los estrenos a ver la última de Tavernier, o de Depardieu, como antes seguían a la Girardot, Lelouch, Truffaut, o Gerard Philippe. Apoyan a sus directores, a sus actores y sus películas. Aunque, claro. Allí, cuando tienen viruta hacen La reina Margot, Cyrano o Capitán Conan, y después la gente aguanta en largas colas bajo la lluvia para entrar y verlas. Aquí despilfarran en lo que todos sabemos; pero cuando alguien se juega el pescuezo y consigue algo digno, entonces no recauda un puto duro de taquilla, porque el bacalao de la promoción lo cortan las distribuidoras gringas, con la complicidad de los golfos a sueldo y de los palanganeros que se lo hacen gratis. Y como somos una panda de imbéciles, nos vamos al cine de al lado, a ver, por ejemplo, La sombra del diablo. Que lleva no sé cuantos meses en cines de toda España, y es un plomazo y una mierda como el sombrero de un picador. Pero sale Brad Pitt."


La estocada de Nevers - 20 de junio de 1999
   "… Pero da igual. Tiene buena pinta, y se me hace la boca agua. Lo mismo encima la peli es de Chereau, o de Tavernier, y me compro una bolsa de palomitas y me pongo hasta arriba de estocadas. Seguro que al menos éstos no tienen la intención de contármelo todo sobre su madre.…"


Sobre gitanos y vikingos - 12 de agosto de 2001
    "Hace un par de semanas me acusaron de plagio. En realidad nos acusaron a tres: al productor y a los dos guionistas de Gitano, aquella película con Leticia Casta y Joaquín Cortés. Por lo visto -tienen mi palabra de honor de que yo lo ignoraba-, a otro guionista se le había ocurrido antes escribir una historia con música flamenca, droga, patriarcas y gitanos que salen de la cárcel y nosotros le habíamos fusilado, dice, la original trama por todo el morro. Es, para entendernos, como si un guionista acusa al equipo de una película del oeste de haberle plagiado la trama porque en la película salen también unos cuatreros, un sheriff, una chica del salón, una partida de póquer, indios que hablan de rostros pálidos, de agua de fuego y de hablar con lengua de serpiente, y uno de los pistoleros le dice al otro: «¡Yo de ti no lo haría, forastero!».

No estoy dispuesto a dar cuentas a nadie, ni a entrar en dimes y diretes a través de la prensa, como ha ocurrido en otros casos. Esa película ya la he visto muchas veces y no me gusta. Pero por nada del mundo consentiría que ustedes, ante quienes doy en esta página la cara cada domingo, se quedaran sin la explicación que sin duda merecen. Los demás, excepto el juez que en su momento esclarezca la cosa, pueden irse a hacer puñetas.


Perra y triste España - 13 octubre 2002
"Oigan. Me van ustedes a hacer el favor de irse inmediatamente al cine, a ver Los lunes al sol. Que es una película dirigida por Fernando León de Aranoa, y protagonizada por Javier Bardem y unos cuantos más; que como no son mis amigos, ni mis conocidos, ni nada de nada, puedo permitirme recomendar aquí su peli tal cual, por la patilla y el morreti, sin que esto suene a dar cuartel a los compadres. Y si son ustedes tan primaveras que no se fían de mi palabra y pasan de ir a verla y se escaquean, pues allá cada cual. Aténganse a las consecuencias. Porque entonces se habrán perdido una de las mejores películas españolas que -salvo error u omisión- se han hecho en los últimos diez o quince años. Digo yo. O a lo mejor son más. No sé. Veinte años, tal vez. O treinta.
Y es que el otro día fui al cine y me quedé de pasta de boniato. Excepto la música, que no me gustó, y una escena de karaoke que considero un guiño innecesario a la británica Full Monty-la película de Fernando León es mucho más dura y sólida de aquí a Lima-, Los lunes al sol me pareció casi perfecta. En el casposo panorama de lo que algunos, sin fundamento, llaman industria del cine español, donde los guiones no existen, donde nueve de cada, diez actores no saben hablar ni falta que les hace, donde auténticos salteadores de caminos producen con dinero ajeno bazofias de cualquier tipo, a fin de trincar antes del rodaje, y luego les importa un carajo que se estrenen o no, porque ya han cobrado lo suyo, la película de la que hablo resulta especial. Insólita. Rara de narices. La peripecia sombría, vulgar, de unos amigos en paro tras el cierre de los astilleros donde trabajaban, la desesperanza mezclada con el humor negro y la mala leche en un guión impecable -que ya me habría gustado firmar a mí-, la contención con que se narra la historia, triste y amarga sin cruzar nunca el umbral del melodrama y la lágrima fácil, el tiempo interior del relato, la interpretación magnífica de los actores, incluido lo más difícil en cine y literatura, que es dialogar con los silencios, todo eso, en fin, amén de muchas otras cosas, son elementos que convierten Los lunes al sol -tengo dudas sobre si el título no necesitaría una coma en medio- en un ejercicio impecable de cine de altísima calidad.
Y qué cosas. A eso, de la alta calidad iba a añadirle: cine que, por lo antedicho y por desgracia, no parece español. Pero si uno va y lo piensa, afirmar eso sería inexacto. Precisamente porque esta película sólo es posible por ser española hasta la médula. Y ahí está la cosa. El intríngulis…"


Poco cine y mucho morro - 16-02-03
Pues claro que el cine español ha perdido espectadores. Y más que va a perder, antes de que la última película se titule Cerrado por defunción. Hay menos rodajes, menos inversiones y menos ventas. Los de la industria nacional -digo industria por llamarla de algún modo- se quejan de que el celuloide se va al carajo, y de que las productoras norteamericanas se nos comen. Es verdad. Los gringos controlan televisiones y salas de cine; y, aparte de imponer modelos ideológicos y culturales, asfixian el cine europeo y español, hasta el punto de que los exhibidores se bajan los calzones y encima pagan el cafelito. Por eso la cinematografía hispana reclama medidas urgentes. Y yo me sumo. Pero la risa locuela me viene cuando oigo que esas medidas permitirían «competir en igualdad de condiciones con el cine estadounidense», y cuando productores y directores culpan a las televisiones de no invertir más en sus apasionantes proyectos cinematográficos.
Menudo morro, el de mis primos. Sobre todo el de algún productor que conozco. Hay nobilísimas excepciones, por supuesto. Muchas. Gente que se rompe los cuernos para sacar adelante proyectos dignos, y a veces lo consigue. Pero otros tienen un hocico que lo arrastran. El cine se muere, dicen quienes ayer aún voceaban eufóricos el gran momento del negocio. Ahora no hay viruta, lloran. Todos al paro, etcétera. Y los periodistas del ramo, y algunos medios oficiales corean con palmas flamencas. Nada que objetar a eso. Pero lo que nadie dice es que algunos de esos productores que tanto sufren por la agonía del cine, a los que hace ocho o diez años conocimos tiesos como la mojama, se han hecho millonarios en poco tiempo gracias a esa industria que ahora agoniza. ¿El truco? Chupado. No se trata de hacer películas buenas, sino sólo de hacer películas. Lo mismo da que sean malas y baratas, aunque si son caras, mejor. También da igual que se estrenen o no, y que recauden filfa. No imaginan ustedes la cantidad de películas que en España se han rodado en los últimos años, y luego ni siquiera se estrenaron. Pero a pocos les importa, porque con el sistema de producción basado en financiación de televisiones y respaldo oficial, casi nadie puso en ellas un duro propio. Una película significa beneficio industrial para el productor espabilado que maneja dinero fácil: a veces, con sólo rodarla ya gana dinero. Y cuanto más se ahorre en guión, en actores, en dirección artística, en semanas de rodaje, mejor. Si luego va bien en los cines, chachi. Si no, Santa Rita y la culpa a los espectadores, que Hollywood les come el tarro y no apoyan el cine nacional. Y ese sistema, conocido y amparado por todo cristo con la complicidad inevitable de quienes necesitan películas para trabajar, es el que funciona en el cine español. Así se explica que se ruede tanta caspa: unos cuantos listos extorsionando al estado y a las televisiones para forrarse sin que nadie proteste ni lo denuncie, mientras la gente que se juega con dinero propio las habichuelas y el futuro se pega leñazos de muerte y tiene que hipotecar la casa.
Pero la culpa no es sólo de esa clase de productores que lloran por un cine que han matado ellos. Salvo honrosas y singularísimas excepciones, que el público agradece en taquilla, el perfil de la película española media es la historia anodina de un fulano y/o fulana que pasan hora y media diciendo obviedades entre planos larguísimos y gratuitos que aburren a las ovejas. Y encima pretenden que la gente pague por verlo. Eso, o la nonagésimoquinta plasta maniquea sobre la guerra civil, que no se cree nadie, nacionales malvados y republicanos bondadosos, con actores que no saben ni decir hola, en este país donde el guionista no existe o no le pagan, y donde cualquier tiñalpa de la tele se convierte, gracias a críticos de pesebre, en la revelación artística del año; mientras los pocos actores de verdad que van quedando tienen que buscarse la vida como pueden. Queremos cine como el francés, claman los de la presunta industria. Allí el público hace cola apoyando el suyo, mientras que el nuestro pasa mucho. Pero claro. Los gabachos, además de trincar, hacen Nikita, El Gran Azul, Capitán Conan, Chocota,t Cyrano, La reina Margot, Los ríos de color púrpura, La cena de los idiotas, Doberman, Vidocq o El pacto de los Lobos, con actores como Juliette Binoche, Cassel hijo, Isabelle Huppert, Depardieu, Rochefort y Jean Reno. No te fastidia. Dale El puente sobre el río Kwai y toda la pasta del mundo a un productor de aquí. Que busque director, y luego te haga un guión y un casting.


Esta industria de aquí - 08 de febrero de 2004
Me han convencido, pardiez. Me refiero a los anuncios de apoyo al cine español que han puesto en la tele, choteándose del que se hace en los Estados Unidos. También a las declaraciones de ciertos productores cinematográficos -la industria, se llaman a sí mismos- afirmando que hay que educar a los espectadores, que nuestro cine es mejor, y que parece mentira que, con los pedazos de películas que hacemos aquí, la estúpida chusma no acuda en masa a la taquilla, y en cambio se infle a canales digitales y deuvedés, o haga cola en los estrenos de Hollywood, hay que joderse, toda esa competencia desleal e inexplicable, incluidos los moros y los negros manta, rediós, una conjuración de Venecia que te vas de vareta. Oye, todos contra el buen y sólido cine español. Acogotadito lo tienen, a pesar de su calidad y su tronío. Y claro, dicen. El espectador, que es tonto del nabo, salvo en carambolas como Los lunes al sol o Mortadelo y Filemón, se deja engañar por estafadores tipo Peter Weir o Ridley Scott en vez de precipitarse a las butacas cuando estrenan Fulano o Mengano -disculpen que eluda nombres, pero insultar me da mucha risa, y toso-. La solución, naturalmente, es que el Estado y las televisiones suelten más subvenciones y más pasta. Todo cristo, ojo, menos los productores de cine. Porque es sabido que en España ningún productor importante arriesga un duro propio. Hasta ahí podíamos llegar. Una cosa es ser industria y pasar de paria a comprarte chalets en San Apapucio de la Infanta, y otra es ser gilipollas. No te fastidia.
Así que estoy con ellos, lo mismo que con algunos imprescindibles directores nuestros que sólo pueden oponer el noble argumento de su pata negra auténtica, española, a la brutal ofensiva del cutre cine norteamericano. Esos guiris son vulgares mercenarios que se limitan a contar una historia de forma eficaz, ajenos a los delicados matices artesanos del cine que hacemos aquí, al contenido filosófico, a la cultura, a nuestra hilarante capacidad para filmar comedias que envidiaría Billy Wilder. Sin contar con que Hollywood juega con sucia ventaja. Allí hay guionistas que escriben guiones, y actores que cuando dicen algo te lo crees, y hasta el niño de los Soprano, que no abre la boca, parece un actor. Y claro, así hace cine cualquiera. Hasta los gabachos lo hacen: En busca del fuego, Amelie, Capitán Conan, Tanguy, El pacto de los lobos y todas esas pelis facilonas y poco espontáneas que luego son éxitos porque el público franchute es chauvinista y apoya su cine, aunque sea una mierda. El mérito es hacer cine sin guión y sin actores, como lo hacemos aquí. Porque el cine de verdad se hace con un productor con cuartelillo en las teles y en el ministerio, con un director que -a ser posible- se la succione al Pepé, al Pesoe o a quien mande, y con actores naturales como la vida misma, no maleados por las escuelas de interpretación, el teatro o la experiencia: gente que farfulla con la misma frescura y naturalidad que se utiliza en la puta calle, y a la que da lo mismo que te creas o no, porque lo que cuenta es que sepan decir: oye tía, paso de ti, con espontaneidad honesta.
También, volviendo a la industria, comprendo que ser productor de películas fascinantes e incomprendidas lleva sus gastos. La culpa la tienen el Estado y las televisiones, que llevan la tira financiando doscientas obras maestras cada año, y ahora se rajan. O sea, que te acostumbran a tirar con pólvora del rey, y de pronto llegan los aguafiestas y dicen: chaval, se acabó el chollo, o sea, ya no hay más viruta para que hagas arte y de paso te pagues las letras del yate y el estirado de pellejos de tu pava. Ya sé que todos los críticos -los de aquí- ponen tus películas de cinco estrellas para arriba. También sé que has producido la versión neohistóricaporno de Rosario la Cortijera, el apasionante drama psicológico Pásame la sal, cariño o la desternillante comedia Al sur del oro y el moro de Moscú, esta última nada menos que con Andrés Pajares. Sí. El cine español está en deuda contigo, colega. Una deuda que te cagas. Por eso te dimos once estatuillas y un beso de Paz Vega en la gala de los Goya. Pero la teta no da más leche. ¿Captas? Treinta y seis espectadores no justifican los seiscientos kilos que te endiñamos por cada una. Así que chao, Cecilbedemille.
Eso es lo que te dicen ahora. Y claro, te hunden el negocio. Perdón. La industria.



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