Recuerdos sin rumbo




    Ayer, entre el desenfreno y la locura juvenil, entre moles de hormigón y acero, entre el veloz y estresante zumbar de la vida, en un mar frío y gris carente casi por completo de sentimientos puros y nobles, de repente, el tiempo quedó detenido.

    Un trocito de historia, unas gastadas sandalias, un pantalón raído, una vieja bicicleta sujeta por viejas manos, un Perico el de los Palotes cualquiera, un Gramola de la vida. La camisa abotonada hasta el cuello, empapada de sudor y de sufrimientos. La mirada vidriosa, de las que conmueven, triste pero firme, cansada. El rostro surcado de arrugas como las eras de un campo de labor; trabajo y esfuerzo parecen decir, eso y ochenta años a cuesta. La boina ladeada, a la usanza de su padre, herencia de costumbres que no se pierden.
El sol de cara, el ceño fruncido, cansado hasta de la vida misma, y sin embargo arrastrando aquella vieja y oxidada bicicleta, de las de bocina de pera y barras de hierro, de las que chirrían con cada pedalada y cruje sus engranajes tal y como lo haría un torturado.

    Todo a su alrededor discurre deprisa, más de lo que puede comprender.

    Cómo ha cambiado el mundo- se dice una y otra vez con cada paso.

    Tal vez debería haberme subido al tren hace unos años, cuando mi mujer, mis amigos, mi mundo, lo hicieron. Quedé rezagado y el maquinista se olvidó de mí. Cómo ha cambiado el mundo, Manué...-

    Ahora aquel iceberg de viejos recuerdos, maneras e ideales, de usos y costumbres, de formas y modales, seguirá navegando a la deriva por el frío y gris mar de nuestros tiempos, sin rumbo, sin puerto, sin faro, a la espera de que el sol derrita sus últimas fuerzas, su firmeza, su coraje, su instinto de supervivencia. A la espera de que el sol, duro e implacable, le castigue la espalda tal y como lo hacía en las tierras de labranza. A la espera de que el sol le conceda un billete, solamente de ida, en el tren de la vida y de la muerte. Y que, como Dios, firme pero bueno, le permita viajar a una tierra confortable.

    Allá donde todo es reconocible, justo en medidas. Allá donde los tuyos caminan con el mismo paso. Allá donde hace tiempo que le aguardan. Allá donde le quieren y respetan. Allá, en el hogar de los recuerdos.
Allá, en casa.
 
 
 

Cagafuego.