“"Soy un leal mercenario de mí mismo", se definió Pérez-Reverte"

 

Viernes, 20 de junio de 2008

 

Concluyó la cumbre de intelectuales en España

El exitoso novelista compartió la última jornada con estudiosos de su obra

 

SANTILLANA DEL MAR, España.- Cuando el río suena, agua trae y lo que sus aguas decían era que no iba a quedar títere con cabeza.

 

De eso se encargó Arturo Pérez-Reverte, el caballero vestido de negro y pelo cortado a cepillo que sacó las hojas del discurso que había preparado y, como si fuera la espada de su capitán Alatriste, empezó a repartir sablazos aquí y allá.

 

Se lo veía feliz en su salsa guerrera, divertido como el personaje de una de las miles de novelas de aventuras que leyó antes de llegar a los veinte años; condición ésa, la del personaje, que siempre le atrajo más que la del autor.

 

"¿Sigues buscando batalla, Arturo?", le preguntó LA NACION, cuando todo había terminado. "¿Qué quieres que haga? Es que, si no, me aburro", confesó el novelista y miembro de la Real Academia Española (RAE).

 

Fue cuando se recogían ya las sillas de lo que fue el campo de batalla: un salón en la torre medieval que albergó a la Fundación Santillana, organizadora del ciclo "Lecciones y maestros", en este pequeño poblado de calles empedradas.

 

Auditorio expectante

 

Escuchaban a Pérez-Reverte un puñado de invitados cuidadosamente elegidos. Los estudiosos de su obra -18 novelas y 15 millones de ejemplares vendidos-, gente de universidades de EE.UU., Francia, Italia, Alemania y el Reino Unido.

 

Lo escuchaban también sus editores, sus críticos y ellos, la banda apodada "los Piratas", que no son otros que sus amigos. Y estaban Mario Vargas Llosa y Javier Marías, quienes ocuparon las jornadas previas del ciclo de tres días.

 

Empezó el autor más vendido de España con una definición de sí mismo. "Yo no pretendo ser referente moral ni partero intelectual de nadie. Soy un novelista accidental al que le gusta contar historias, pero que nunca siente sobre sus hombros el pesado fardo de la responsabilidad moral del artista porque soy, básicamente, un leal mercenario de mí mismo."

 

¿Un mercenario? Sí, un mercenario "de mí mismo, de mis gustos, de mis aficiones, de mis sueños, de mi imaginación, de mis amores y de mis odios", sentenció. Y ahí empezó el descabezamiento, a párrafo limpio, de aquellos que se dedican al "lado solemne de la literatura" y de los críticos que "viven del cuento de contar no cómo son sino cómo deberían ser los libros que escriben otros".

 

Sangraba, todavía, Pérez-Reverte, por la herida de esos años iniciales, en que su trabajo literario fue perseguido y maltratado por buena parte de la crítica española. Las cosas cambiaron cuando sus libros, traducidos a 35 idiomas, empezaron a ganar premios en el extranjero, como el que le acaban de dar en Italia por El pintor de batallas .

 

Cargó contra quienes sólo consideran válida "la literatura difícil y minoritaria" y, fiel a su costumbre de hacer amigos, lanzó dardos contra los creadores de opinión literaria, los "parásitos iletrados" y "cagatintas analfabetos".

 

Frente a los que pretenden "sentar cátedra", exaltó a la escritura como un mero "acto de felicidad" que emprende no para dar lecciones morales a nadie, sino para satisfacción propia y de los lectores.

 

Leer, escribir y navegar son los paraísos de felicidad en los que se refugia Pérez-Reverte. Y siguió: "Escribo porque soy lector y busco contar historias de la forma más eficaz posible, que la gente se sienta proyectada no es cosa mía. Escribo porque me gusta escribir, así vivo otras vidas además de la mía. Escribo porque sí, porque me pagan, por lo que sea".

 

Se proclamó "novelista accidental, lector contumaz" y aseguró que en lo suyo no hay mucho arte, sino mucha disciplina y horas de trabajo. Y la suerte, dijo, de haber nacido en una familia con "biblioteca grande". Porque eso "facilitó mucho las cosas".

 

El coloquio cerró entre aplausos. Hasta el año que viene.

 

Por Silvia Pisani

Corresponsal en España