¿Menudos amigos, capitán!

 

Viernes, 23 de noviembre de 2007

 

El dibujante Joan Mundet, Belmonte Serrano, José Perona, Díaz Yanes y el poeta Luis Alberto de Cuenca acompañan en Murcia a Pérez-Reverte

 

ANTONIO ARCO

 

 

 

PURO SIGLO DE ORO. Alatriste conversa con Quevedo, en una ilustración exclusiva de Joan Mundet para La Verdad.

 

 

 

 

 

Lo siento mucho por si a alguien le escuece, pero Alatriste, pese a que su edad se cuenta en siglos y sus heridas superan a sus sonrisas, se conserva muchísimo mejor, de cuerpo y alma y de todo lo demás, que sus devotos seguidores, incluido su creador, el caballero Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), por el que tampoco, joder, parecen pasar los años ni aflorar la rutina. Algunos de esos devotos -José Belmonte Serrano, profesor y crítico de La Verdad; José Perona, maestro de Gramática; el excelente dibujante de Alatriste, Joan Mundet; el poeta Luis Alberto de Cuenca...- andan estos días acompañando a Pérez-Reverte y al capitán Alatriste, o al revés, en el Congreso Internacional Alatriste: la sombra del héroe, que se viene celebrando en Murcia y que preside -con mimo- Belmonte Serrano.

 

No creo que haya faltado la ginebra -Bombay azul zafiro, por supuesto- en algún momento del encuentro entre amigos, dé o no su permiso Bocanegra o la madre que los parió a todos. Bombay a la salud del capitán, del hombre, del amigo, del perdedor. Bombay a la salud del escritor que lo inventó y se lo regaló a varios millones de lectores leales, ¿venga un brindis por ellos! ¿Y arriba también el ron!

 

Pérez-Reverte -retador, lúcido, imprevisible- se batió el martes en duelo público, dialéctico y amistoso, con José Perona, el profesor de Gramática del mundo con el que mejor se lo pasa el escritor -de noche y de día, vivo o muerto-. Perona, otro enamorado perdido de Alatriste, un tío duro y nada amigo de las medias tintas que ya en 2000 sentenció que «Occidente ha desaparecido, hace falta cuanto antes un apocalipsis», comparte con Pérez-Reverte su pasión por La isla del tesoro, de Stevenson, la ballena blanca de Melville y las inquietantes novelas La línea de sombra y El corazón de tinieblas, de Joseph Conrad. Vaya, dice Perona que por no hacer muy larga la lista de amores conjuntos obviará «otras obras claves como la trilogía de La Bounty, los cuentos de Tintín y las películas que, si aún recuerdan ustedes los días en que fueron niños, nos hablaban de la grandeza, de los tesoros y de los peligros del mar». No, no, no, profesor de Gramática, no obvie usted a Tintín, que hay otro fan a muerte de Alatriste, el impecablemente vestido y peinado poeta Luis Alberto de Cuenca, que participa entusiasmado en el congreso y que se pirra por Tintín, la película Shanghai Express, de Josef von Sternberg; y las aventuras del bigotudo Astérix y el grandullón Obélix, que no todos nuestros ídolos van a ser españoles.

 

Belmonte Serrano indica, a propósito del nacimiento de Alatriste, que «después de diez años en el mundo editorial -desde 1986, fecha de publicación de El húsar, su primera y ya lejana novela, que sigue siendo una pequeña joya a la que no se le ha prestado la atención que merece-, Pérez-Reverte tenía derecho a darse el gusto de un pequeño capricho: una novela muy personal, en la línea de las aventuras que leyó siendo niño, con ilustraciones y la posibilidad de convertirse en una historia por entregas, como en los tiempos del folletín».

 

Al carajo las previsiones

 

Pero, ¿uff!, «la idea inicial del escritor cartagenero ha desbordado todas las previsiones. Nadie esperaba que vendiera tantos miles de ejemplares en todo el mundo. Nadie había sospechado siquiera que sus relatos fueran traducidos a decenas de idiomas. Nadie podía imaginar que Diego Alatriste se habría de convertir en un verdadero paradigma del héroe -antihéroe, para precisarlo mejor- de nuestro tiempo, del siglo XXI», aunque, eso sí, «su habla, su vestimenta, sus armas, pertenezcan al siglo XVII. Es lo que verdaderamente se echa de menos en la novela actual, tan insustancial, tan ligera, tan poca cosa, tan light. Se echa de menos la creación de personajes para recordar siempre, como Alatriste». Es cierto que, como explica el profesor y crítico, «la novela de estos últimos años, al menos en España, se había decantado por la aventura del lenguaje, dejando a un lado el lenguaje de la aventura». Pero llegó Pérez-Reverte, que «ha devuelto a los españoles la alegría del contar, incorporando en sus relatos un sólido hilo argumental, sin olvidar una inequívoca carga filosófica, la lección magistral para la vida de quien está de vuelta de tantas cosas».

 

Estos días, en Murcia, «se trata de averiguar, en la medida de lo posible, en dónde reside el éxito sin precedentes de esta creación literaria entre lectores de diferentes lenguas y nacionalidades. ¿Por qué Diego Alatriste, soldado y espadachín a sueldo del siglo XVII español, es un personaje que ha traspasado el tiempo y el espacio hasta convertirse en un hombre que comparte el temor y el temblor de los seres humanos del siglo XXI?». ¿Menuda pregunta, hombre de Dios!

 

Rostro

 

Lo que es seguro es que Joan Mundet, que ha puesto rostro y cuerpo, y ademanes y anhelos, y mirada y tristeza, y bravura y sangre a Alatriste a través de sus dibujos, estaba como siempre en su justo punto de estado de gracia cuando dibujó para los lectores de La Verdad al capitán Alatriste conversando con Quevedo -¿beso sus pies si hace falta, don Francisco!- a propósito del periódico que lee el genial escritor: La Verdad. Y, ay, ay, ay, lo claro que lo tiene Quevedo y la razón que lo asiste: «La Verdad hay que amamantarla, si no se torna esquiva y engañosa». Joan Mundet -Castellar del Vallés, 1956-, dibujante, pintor e ilustrador expone estos días en Murcia con motivo del congreso que nos ocupa. Concretamente, los que se acerquen por el Aula de Cultura de Cajamurcia podrán disfrutar de las ilustraciones de Corsarios de Levante, la sexta aventura de Alatriste.

 

Qué bien consigue Mundet que «el lector pueda proyectarse dentro de la ilustración, para sentir el sol, la lluvia, la tristeza o la alegría. Yo me lo planteo como si cada ilustración fuera una puerta abierta por la que poder entrar en la novela, para ver detalles diferentes, para imaginar más, para sentirte dentro de la historia. Intento ser lo mas fiel al espíritu de las novelas del capitán». Y, claro, también acierta cuando dice creer que «la mayoría de lectores de Alatriste tenemos una cosa en común; en algún momento todos nos hemos sentido Alatriste». Pues claro, chico, y hazle caso a Arturo (*) y ¿pinta a Alatriste guapo, coño, que lo es!

 

(*) Arturo para los amigos.