“La mujer es el territorio más fascinante de todos”

 

Domingo, 9  de Diciembre  de 2012

 

ADRIÁN SACK

 

Acaba de publicar El tango de la Guardia Vieja, una novela que transcurre en parte en Buenos Aires y en la que el amor es protagonista

 

Arturo Pérez-Reverte puede ufanarse de mantener varias constantes en su obra: como pocos autores de lengua castellana, respalda sus relatos ficcionales con un minucioso trabajo de documentación, cuida al máximo su estilo de escritura y, por sobre todas las cosas, no deja que ni una sola de sus sentencias resulte superflua.

 

Sin embargo, con la publicación de El tango de la Guardia Vieja (Alfaguara), el escritor reconoce grandes cambios en su carrera y, sobre todo, que ya no es el mismo intérprete de la realidad y los sentimientos que había comenzado a elaborar esta cautivante novela hace más de veinte años.

 

"El que empezó a escribir este libro no es el Pérez-Reverte que conversa ahora contigo. Cuando culminé la primera parte de la historia, decidí suspenderla porque me di cuenta de que me sentía inseguro. Se trataba de un relato para ser contado por un tipo que había vivido mucho, y no por el sujeto de 39 años que yo era en aquel momento", confiesa a LA NACION.

 

Hoy,que acaba de cumplir 61 años, Pérez-Reverte ya se atreve a mirar con mucha pena lo que en otros tiempos miró con ilusión. Y, ya sintiéndose listo en la vida y en la literatura para presentar su primer tango hecho novela, el autor español no duda en mostrar en esta novela, de una manera mucho más explícita y desatada que en obras anteriores, su pasión por hablar sobre las mil y una vidas de una mujer.

 

Por eso esta vez, y como nunca antes, sus personajes le ven distintas caras al enamoramiento, que baila a media luz en tres épocas diferentes, con escenarios tan dispares como la intrigante Buenos Aires de 1928 (con escenas vívidas e inolvidables en el mítico barrio de Barracas), la convulsa y misteriosa Francia de los años 30 o la efervescente Sorrento de la década de 1960, en plena Guerra Fría.

 

-¿Fue especialmente difícil escribir esta novela, teniendo en cuenta el paréntesis de dos décadas que se tomó?

-Siempre es difícil y desagradable escribir para mí. Porque nunca me gustó tanto escribir como imaginar una historia. Esto, además de que toda novela es un desafío técnico complicado. Y esta novela no fue la excepción: aquí en particular tuve que jugar con tres tiempos narrativos diferentes. Además, utilicé la documentación que siempre empleo en mis obras, pero en un sentido más pragmático que en otras oportunidades. Es decir, empleé los datos para que el lector pueda ver lo que yo veo, y pueda sentir aromas, someter a su tacto y a todos los sentidos la gran cantidad de detalles de los que está sembrada la trama.

 

-¿Considera que no hizo lo mismo en sus trabajos anteriores?

-Sí, pero en otras novelas yo los había empleado como decoración. Aquí, en cambio, los detalles también están hasta en los silencios. En este libro, en el que hay muchísimos diálogos, importa también que el lector perciba cuándo la protagonista se pone de pie, o que el protagonista se dé la vuelta, o que saque la pitillera. Son pequeños hechos que van construyendo un acontecimiento, y son parte siempre de un todo.

 

-¿Qué diferencia a esta novela de otras historias suyas?

-Yo creo que este libro se caracteriza por ser, básicamente, acerca del amor y de unas intensidades altas, y de silencios y de otras sensaciones que no se encuentran en otras novelas .

 

-Es su primera historia netamente sobre el amor...

-El amor, como temática, siempre está en mis obras. Desde El Maestro de Esgrima hasta El Asedio . La diferencia es que nunca, como en El tango., había llevado al amor al primer plano ni relegado la aventura al decorado. Poner al frente una historia de amor de 40 años, con sus vaivenes... eso no lo había hecho jamás.

 

-¿Siente un placer especial por las mujeres en cuanto a sujetos de sus relatos?

-La mujer es el territorio más fascinante de todos. Y hablo desde el punto de vista literario y también desde la experiencia humana. Utilizar a la mujer como material para escribir una novela es la lectura más atrapante que puede existir. El héroe masculino está superagotado, desde Homero hasta Mad Men. El hombre siempre ha sido el protagonista. Incluso Ana Karenina o Madame Bovary siempre han tenido vida en función de otros hombres. Pero eso era antes.

 

-Y ahora, ¿cómo las ve?

-En el siglo XXI hay una mujer nueva, resultado de un cambio social e incluso genético. No ha dejado de ser la que era y, a la vez, ya es otra cosa. Puede ganar 10 millones de dólares y estar preocupada porque, al mismo tiempo, tiene a su hijo en la cama con gripe. Aunque esa mujer un día se liberará de eso también, porque va hacia un territorio nuevo. Eso es lo que también las transforma en un sujeto narrativo más interesante. Porque dan, más que nunca antes, momentos literarios de sorpresa, de gloria y de novedad.

 

-¿Qué aprendió sobre las mujeres al trabajar en esta obra?

-Me convencí más, entre otras cosas, de que la mujer es la juez, la verdugo, y puede ser el mayor premio que la vida puede darle a un hombre. Porque cuando un hombre logra la aprobación y la admiración de una mujer que es superior intelectualmente, es cuando ese hombre alcanza las cotas más elevadas de la felicidad personal. Y eso es la tensión que domina el relato en la novela, la de saber cómo se consigue esa aprobación de Mecha Inzunza, la protagonista.

 

-El tango contiene historias de mujeres superiores, como madres intachables y espíritus independientes que destrozan corazones a los más guapos. ¿Por eso lo incluyó en su obra?

-El tango figura en la obra por tres razones. Primero, porque le puso música al siglo pasado. Segundo, por su valor simbólico, porque es un territorio argumental ideal, junto con el ajedrez, para hacer mover a los personajes. Pero, por sobre todas las cosas, porque el tango es sexo, practicado por gente vestida y en posición vertical. Y lo que más me atrapó del baile es aquello de que, en apariencia y solo en apariencia, el hombre parece guiar a la mujer. Pero es ella, en verdad, la que lo dirige a él, la que traza la geometría de lo que los dos van a hacer. Ella es la que dibuja las líneas maestras del mundo, y la que sanciona con sus miradas de aprobación y desaprobación lo que hace el hombre. Y el tango, en ese sentido, como símbolo narrativo, es realmente insuperable..