“Los ritmos de El tango de la guardia vieja”

 

Lunes, 26  de Noviembre de 2012

 

JUAN CRUZ

 

Arturo Pérez-Reverte siente querencia por el Teatro Español como lugar para las presentaciones de sus libros, y hoy se presenta allí, en Madrid, muy lejos de Guadalajara, México, donde me encuentro ahora mismo, su El tango de la guardia vieja, que es, a mi parecer, su mejor novela después de El pintor de batallas.

 

De nuevo, como en muchos de sus libros, los héroes están cansados, pero en este caso el héroe se va cansando a medida que el ritmo del libro va convirtiendo su antigua apostura bandolera en recuerdo vago de lo que pudo haber sido. El tipo, porque es en definitiva un tipo, y muchas veces incluso un tipejo, aunque tiene rasgos de un héroe arrojado capaz de cualquier cosa por salvar su sangre secreta, se llama Max Costa y vive en la zona más peligrosa de la Europa del siglo pasado, transitando además a la Argentina de los bandoleros de Borges, donde nace.

 

Tiene que ver con la Italia fascista, con aquella Argentina rica y permisiva de los años treinta y se adentra en la posguerra buscando, aún, guerra de la que sacar tajada. Como siempre en las novelas de Pérez-Reverte, la perfección funcional es una aspiración, en este caso logradísima; pero, como hizo en El pintor de batallas, el novelista ha querido pintar por dentro y por fuera los personajes (la mujer, el músico, el bandolero, el espía, el ladrón...) para dar de sí retratos que son aportaciones psicológicas muy relevantes en la escritura del autor de Alatriste.

 

Para lograrlo, Pérez-Reverte se ha servido de dos ritmos que tienen similitudes y que se alcanzan en la mente y en el tiempo, el ritmo del tango y el ritmo del ajedrez, ese juego talismán del novelista de El maestro de esgrima. En los primeros y detenidos capítulos del libro, el tango va marcando la música que ambienta los gestos de los personajes, y al final, cuando el ajedrez entra en escena, esos mundos se van fundiendo con la música compartida entre este juego matemático y la matemática del más famoso baile argentino.

 

Max Costa es un bailarín mundano; siguiendo sus pasos Arturo Pérez-Reverte se ha marcado un tango formidable, una novela que no se puede abandonar como no se puede abandonar a la mitad ni un tango viejo ni una partida de ajedrez. En cierto modo es, también, una obra que tiene por dentro la estructura del viejo teatro, ese cuidado de los ritmos para que nada se salga del sitio en que lo pensó el autor. Pienso ahora que quizá por eso, porque su obra guarda esos ritmos, Arturo presenta en el teatro muchos de sus libros.