Pérez Reverte y González-Aller se entendieron en la batalla
Lo que se esperaba como un enfrentamiento dialéctico sobre la batalla de Trafalgar entre dos de sus especialistas no fue tal. El contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro se mantuvo en su papel de mando de la armada y el escritor Arturo Pérez Reverte, fue menos contundente en sus juicios que en otras ocasiones.
Al final, los cañonazos de palabras que se esperaban se quedaron en un espléndido coloquio con una notabilísmima altura técnica e histórica acerca de lo que ocurrió en las costas españolas en 1805, al que acudió un millar de personas. El nutrido público llegó a poblar los pasillos del Palacio de Congresos demostrando la capacidad de convocatoria que tuvo el Ateneo de Cádiz en colaboración con la Diputación. Tal fue la asistencia que se formó un pequeño revuelo a la entrada del recinto ya que una veintena de personas con invitación no podían entrar al estar el aforo completo.
El periodista Óscar Lobato fue el encargado de poner en suerte los temas, que comenzaron con las explicaciones de González-Aller sobre la fragua de la escena de la batalla. La maniobra de diversión ideada por Napoleón, que pretendía mandar a su flota a las Antillas para despejar así la flota inglesa del Pas de Calais y permitir la entrada de la Grande Armée hacia la conquista de Inglaterra, acabó con la flota combinada apostada el 20 de agosto en Cádiz y seguida de cerca por Horacio Nelson.
En ese momento, comenzaron los problemas para la combinada: «España y la Armada estaba exhaustas económica y materialmente», dijo. «Los españoles eran los mejores navíos del mundo -apuntó Pérez Reverte- con los mejores oficiales, pero no tenían tripulación por una política nefasta y un engaño continuo. Los propios oficiales tuvieron que pintar los navíos con dinero de su bolsillo». En ese contexto, salieron a combatir el 20 de octubre en inferioridad de condiciones, sobre todo en lo que se refiere a la tripulación.
Relataron los pormenores del combate, en el que criticaron duramente decisiones como la de Villeneuve, que mandó virar la línea y ponerla rumbo a Cádiz dejando a la flota franco española desordenada «inmóvil y a merced del inglés», según el escritor. De no haber sido así, «Gravina hubiera podido virar por avante y doblar a los ingleses», para González-Aller. De la maniobra de Nelson, que partió la línea francoespañola con dos líneas de ataque, Pérez Reverte destacó que sabía lo que hacía: «tenía marinos muy agresivos, con ganas de combatir y un patriotismo tremendo, aunque estuviese basado en la pasta».
También se llevó lo suyo la figura del francés Dumanoir, que estaba al mando de la escuadra de vanguardia y que no acató las órdenes de Villeneuve que le mandaban virar en redondo y socorrer al grupo central de la escuadra. «En 1810 le hicieron un consejo de guerra y no salió corneado; algo inexplicable. Su gesto era para haberlo fusilado», dijo González-Aller. «Lo odio con toda mi alma. Se largó del combate», subrayó Pérez Reverte.
González-Aller también atacó la figura de Villeneuve por dar las instrucciones a sus barcos franceses y no a los españoles. «Sabía lo que iba a hacer Nelson desde 48 horas antes y no hizo absolutamente nada para remediarlo», explicó.
Óscar Lobato supo introducir un tema polémico en el debate: la figura del controvertido Federico Gravina y Nápoli, almirante de la flota española y que accedió a salir de Cádiz a combatir en lugar de negarse a los deseos de Villeneuve. «Siempre ascendió demasiado rápido. Era educado, correcto, sabía bailar divinamente y traía a las señoras locas. Era muy acomodaticio a lo que decían los franceses y por eso lo eligió Napoleón», sugirió González-Aller. Pérez Reverte fue más allá: «era un niño pijo de buena familia. Su pecado moral fue saber que íbamos al desastre y no hacer nada para evitarlo».
Los dos contertulios coincidieron también en el poder que tuvieron las carronadas, los cañones que incorporaron los ingleses en sus navíos que disparaban gran cantidad de metralla a corta distancia y devastaban las cubiertas. Desgraciadamente, solo se habían cargado en los barcos ingleses. «España también las tenía, incluso antes que Inglaterra, pero, en la Armada ya se sabe: comisión de evaluación tras comisión de evaluación...», dijo González-Aller con sorna.
También hubo espacio para el humor en la charla. El antiguo director del Museo Naval explicó como se desarrolló la técnica de rescate apodada «del cerdo». Un navío que estaba encallado a punto de hundirse no podía tirar una línea a tierra para sacar a la tripulación. Afortunadamente, alguien les gritó desde la costa que atasen a un cerdo a un cabo y lo tirasen al agua. El animal consiguió llegar a tierra y salvó a los náufragos. «Lo terrible fue que se comieron al cerdo», dijo González-Aller.
También disertaron sobre la actitud encomiable de la población gaditana que acogió y rescató a los heridos. Al final del acto, los tres contertulios acabaron brindando en pie «por los héroes y los caídos. Por ellos».
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