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La Derrota escribió el día 02/02/2010 a las 10:54
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ANEXO al 07.02.10 ~ yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos ~

Espero que tengáis ganas de Arturo hoy. Tema tremendo el de la inmigración, los inmigrantes y su integración entre nosotros. Fragmentos y artículos completos. Dejaremos el asunto de la política para otro momento.




Morito, paisa - 06 de marzo 1994

De vez en cuando se salen de una curva y se matan quince, y por la cuneta se desparraman las sandalias, la cazuela del cuscús y la bicicleta para el sobrino Hassanito. Antes iban siempre así, quemando etapas hacia el norte, o rumbo a Algeciras por vacaciones. Ahora muchos se quedan aquí: albañiles, basureros, peones en los campos o los invernaderos del sur. Buena parte de ellos son ilegales, pero temo decepcionar a los lectores. Hoy no me pide el cuerpo hacer demagogia barata sobre el pobre morito que se ahoga en el Estrecho y el malvado español que le restriega su opulencia por el morro. Eso se lo dejo a los cantamañanas que tienen la Verdad sentada en el hombro y siempre saben quiénes son los buenos y quiénes son los malos de todas las películas.

Pero volvamos al moro. A quien, por cierto, nadie se atreve a llamar en público por ese hermoso y antiguo nombre histórico, sino con los eufemismos norteafricano, musulmán, magrebí -que es moro dicho de otra forma y cosas así, que suena todo mucho más solidario y menos xenófobo. Aunque de puertas adentro todos los sigamos llamando moros. Como mi amigo Ángel, que fue timador callejero durante casi cuarenta años de su vida, y suele quejarse amargamente, entre caña y caña de cerveza, de la cantidad de morisma que se tropieza ahora en su antiguo oficio, desplazando a los manguis nacionales en modalidades como distribución de chocolate, tirones de bolsos y atracos a punta de navaja.

Yo, fíjense, estoy de acuerdo con Ángel. En esto de que me atraquen soy de lo más xenófobo, y prefiero que me ponga la navaja en el cuello un chorizo nacional antes que uno de afuera. Sobre todo por el idioma. Así que me parece muy bien que a los magrebíes, norteafricanos, moros, o lo que sea, que deciden resolver por su cuenta y a las bravas la distribución de riqueza norte-sur, los agarre la policía por el pescuezo y los reexpida a Tánger. Donde -allí sí- me parece de perlas que atraquen a sus turistas. Porque los turistas, sobre todo algunos que conozco, están exactamente para eso. Para ser atracados e ir a quejarse y complicarles la vida a los cónsules y a los secretarios de embajada, que suelen ser bastante capullos.

Pero la mayor parte de los moros que uno se cruza por la calle no son así. Vienen, lejos de su tierra, a buscar una vida mejor a costa de soledad y de humillación. Los vemos con sus raídas chaquetas y sus gorros de lana, oliendo a hambre, a miedo y miseria. Soñando con volver a su tierra conduciendo un flamante coche de segunda mano, con regalos para deslumbrar a la familia y los vecinos, con esa bicicleta de Hassanito que a veces se queda tirada en la cuneta.

Uno se los cruza como fantasmas solitarios el día de Aid al Fatr, la noche del Cordero que es su Nochebuena, con la certeza de que esa noche darían lo poco que poseen, el jergón en el semisótano, los cuatro ahorros y la mitad de sus sueños, por estar en Xauen con la familia, rodeados de padres, críos, parientes y vecinos, con calor en el corazón, y no en esta tierra fría, hostil, donde para comer hay que ser el morito bueno que dice sí, jefe, sí, paisa. Donde te basta mirar a los ojos de cualquier arrumi, de cualquier cristiano, de cualquier español, para leer en ellos el desprecio y la desconfianza. Donde, ya en la misma frontera, los policías se dirigen a ti con el más grosero tuteo, como si en Marruecos los hombres fueran siervos o delincuentes, y las mujeres fueran putas.

Sin embargo llevamos la misma sangre, hecha de historia y de siglos, de mutuo conocimiento, guerras, matanzas, olivos y sal mediterránea. Buena parte de los españoles, incluido el arriba firmante, estamos más en nuestra casa, el sol nos calienta más los huesos y el corazón, en un cafetín de Tetuán o un mercado de Nador que en la plaza mayor de Bruselas o en los cafés de Viena. Ustedes piensen lo que quieran, pero a menudo me reconozco en mi paisa, el moromierda, más que en esos bastardos anglosajones que se ponen ciegos de alcohol para destrozar bares, o esos alemanes que se me antojan marcianos, o esos mingafrías escandinavos que se suicidan porque se aburren.

Prefiero Marruecos a esa Europa pulcra y bien afeitada que trabaja por sentido del deber, que procrea sin pasión, que mata sin odio. Nada de todo eso vale la mirada de Mohamed, o Cherif, cuando, con sólo tres palabras pronunciadas en su lengua -la Paz, hermano-, consigues que el rostro se le ilumine en una sonrisa radiante y agradecida.




«Después de la pajarraca que se ha liado en los últimos tiempos con la expulsión de los inmigrantes africanos, al arriba firmante se le han quedado en el cuerpo un par de conclusiones. Vaya por delante que esta página no la firma Santa María Goretti, ni maldito lo que al suprascrito le importa la índole moral del asunto. Y mucho menos después de pasarme dos semanas oyendo a una pandilla de demagogos y oportunistas dispuestos a subirse a los trenes baratos; hermanitas de la caridad que, por cierto, deberían explicar alguna vez, a cambio, cómo carajo se mete en un avión a alguien que ha quemado su pasaporte y no quiere irse, o cómo se da empleo a los siete mil millones de africanos que, con todo el legítimo deseo de sobrevivir del mundo, sueñan con venir a instalarse en esta Europa egoísta y miserable que - pobres infelices - se han creído que es Hollywood.

Me van ustedes a perdonar -o no-, pero tanta virtud me da gana de echar la pota, en este país donde siempre, por humanidad, por ciudadanía, incluso por amor al arte, triunfan la honradez y la transparencia excelsas; no como en esas sombrías democracias europeas donde los temas críticos que afectan al terrorismo, o a la seguridad nacional, o al orden público, o a las instituciones, o a la razón de Estado, se llevan con una discreción, una responsabilidad y delicadeza que rozan lo abyecto, y donde en esas materias los gobernantes guiris tienen el cinismo de decir esto es lo que hay, y punto. Por suerte, aquí funcionamos de otra manera. Somos mejores ciudadanos, más honestos y transparentes que franceses, ingleses o alemanes. Qué coño. Aquí tenemos más respeto a los derechos humanos que nadie. Y como somos todos tan solidarios, tan entrañables, cuando detectamos el mal entramos a saco, poniéndolo todo patas arriba caiga quien caiga, y cuantos más caigan, mejor. Aquí, cada vez que se tercia, muere Sansón con todos los filisteos.



Porque, como todo el mundo sabe, nosotros somos así: honestos, solidarios, transparentes, demócratas. Nosotros somos la hostia. »
11/08/1996 Sobre virtuosos y chivatos






Negros, moros, gitanos y esclavos - 24 de octubre de 1999

   No, no digan nada. Ya sé que los meapilas del qué dirán y el no vayan a creer ustedes, o sea, toda esa panda de soplagaitas de la puntita nada más, aconseja escribir africanos de color, magrebíes, colectivo de raza romaní, y trabajadores inmigrantes, para no herir la sensibilidad de los capullos políticamente correctos. Pero resulta que no me sale de los higadillos; así que lo escribo como me da la gana. Y pongo negros, moros, gitanos y esclavos, porque hoy he recibido noticias de un amigo que me cuenta cosas. Y vengo a la tecla algo caliente.

Mi amigo vive allí donde la tierra seca que Dios maldijo —y ojalá haya Dios, para pedirle responsabilidades— anda en los últimos años cubierta de plásticos con tomateras, y frutas tempranas o como se llamen, y cosas así. Una tierra de cuarenta grados bajo un sol asesino, donde nadie que esté en su sano juicio se atreve a arrimar el hombro; de modo que los patronos tienen que buscar mano de obra entre los parias de la vida, porque el resto dice que para ellos verdes las han segado, y que vaya a la tomatera la madre que te alumbré. Pero desde el otro lado del Estrecho, o sea, desde el culo del mundo, miles de desgraciados miran hacia arriba y ven la tele y dicen, anda tú, allí atan los rottweiler con longaniza, y quiero tener un coche blanco, y una casa blanca, y un sueño blanco. Más que nada para comer caliente. Incluso para comer, aunque sea frío. Y los que no se ahogan por el camino les llegan a los mentados patronos como agua de mayo; así que los amontonan en barracones y les exprimen el tuétano. Bueno, bonito y, sobre todo, barato. Mano de obra extranjera, se llama el eufemismo. Y entonces a todos los que se benefician del asunto se les llena la boca con la solidaridad, y lo buenos chicos que son, y lo mucho que se les estima y se les quiere. Pero en cuando protestan, piden justicia, o sacan los pies del tiesto poniéndose en huelga para sacar dos duros más, entonces les sacuden hasta en el cielo de la boca. Se fumiga a los indóciles y se renuevan las existencias.

Mi amigo tiene una teoría, que comparto. No es un problema de racismo, sino de esclavitud. A casi nadie le importa que sean moros o negros, porque eso está asumido gracias —algo bueno habían de tener— a los telefilmes norteamericanos. La cuestión, como siempre, se basa en esa unidad monetaria todavía llamada peseta. Un español con DNI gana setecientas a la hora recolectando lechugas. Una mujer con el mismo DNI gana veinte duros menos. En cuanto a los gitanos, ellos sí son considerados una raza inferior; pero están censados y votan, y además les va el acople y se reproducen como conejos pariendo futuros votantes; así que el alcalde del pueblo los compensa regalándoles el agua y la luz, y en vísperas de las elecciones municipales les construye unas viviendas a unos, los decentes, y les hace la vista gorda a los otros, los que trapichean con polvillos blancos o marrones en determinadas chabolas y no quieren mudarse ni a La Moraleja. Así que esa gitana marchosa que se levanta a las siete de la mañana con su flor en el pelo para recoger tomates, que por la tarde va al almacén a arreglarlos, y que por la noche toca palmas y canta, y en el Seat 1430 le echa un alegre casquete a su gitano —que a menudo no curra, porque es un faraón y para algo está ella—, cobra quinientas pesetas.

Debajo de la pirámide están los ucranianos, y los sudacas. Y los moros. A veces ser rubio o hablar español significa veinte o cuarenta duros más que las doscientas pesetas que cobra el moro por echar una hora en la tomatera; que hasta en la miseria hay clases. Al moro, que es la chusma de esa galera, lo alojan usureros que cobran un huevo de la cara por barracones infectos, y lo dejan pudrirse en los descampados; y después, cuando ya están viejos y no rinden, o cuando protestan, siempre hay alguien que manda a su sobrino y unos amiguetes a romperles la crisma, o de pronto se acuerda de que son ilegales y convence a los picoletos de que los quiten de en medio. Y luego, cuando van a la panadería o al supermercado, se niegan a dejarlos entrar porque ofenden la sensibilidad de la señora del Range Rover o porque, dicen, son peligrosos y a veces venden hachís. Y a ver cómo puñeta no van a ser peligrosos, mis primos. Denles media hora y unos cócteles molotov, y podrán comprobar lo peligrosos que pueden llegar a ser ellos, cualquiera, usted, yo mismo, cuando te explotan miserablemente y te mantienen sujeto a la esclavitud y el desprecio.






 «… El otro aspecto que me encanta de la fiesta bélica nacional es la idea que acaricia Defensa perdonen que me ría, pero cada vez que escribo Defensa me atraganto de abrir el ingreso en las Fuerzas Armadas a los emigrantes, a ver si cubren plazas. Los patriotas de piñón fijo ponen el grito en el cielo, pero a mí me gusta. A fin de cuentas, hay antecedentes. Aquí ya tuvimos la Legión y los regulares y los moros que trajo Franco, y toda la parafernalia africanoguiri. Y yéndonos algo más lejos, en la última etapa del imperio romano los legionarios del limes se reclutaban entre las mismas tribus bárbaras a las que combatían. A mí me parece estupendo que los inmigrantes puedan integrarse, y sobre todo comer, gracias a la milicia; no todos van a ser putas y traficantes y mano de obra barata. De ese modo tendrían más utilidad pública; como la tiene, por ejemplo, el Ejército norteamericano, que está lleno de negros y de hispanos porque esa es la única manera de salir de la marginación y la miseria. Además, las guerras ya no son como antes, y los ejércitos rara vez se matan entre sí. Ahora se usan mucho para matar civiles. Es la última moda, y para esa función operativa es mejor un ejército mercenario de negros y de moros de afuera; que mientras se integran o se dejan de integran les importará un carajo a quién matan y a quién no. Así los jefes y oficiales blancos podrán sentirse otra vez como Alfredo Mayo en Harka, que es lo que a todo milico le hace tilín. Y puestos a elegir entre el cenutrio del 0,5 de coeficiente y un moro listo que se busca la vida, y además va y preña si puede a la sargento Sánchez, yo me quedo con el moro. Y la sargento Sánchez también. Porque ya está bien de errehaches endogámicos y de razas puras, rubias o con una sola ceja. Este país de imbéciles necesita que nos renueven la sangre.»
Dejen que me defienda solo - 26 de diciembre de 1999








    «… Que jóvenes de origen marroquí se echen a la calle a cortar el tráfico y apedrear a los guardias, con El Ejido ahí mismo y reciente, no es una anécdota sin importancia. Es el síntoma externo de un problema. Pero lo peor no es el hecho, sino el enfoque oficial. Gamberrismo juvenil, dicen las fuerzas vivas. Chiquilladas. Los políticos y los caciques españoles son especialistas en la táctica del avestruz, y en que mañana responda el maestro armero. Todos tienen la impune certeza de que el problema, cuando estalle, tocará resolverlo a otros. Así vivimos enfangados en conflictos que cualquier ciudadano de infantería ve venir, pero que ningún político tiene el coraje de prevenir. No vayan a creer que somos esto o lo otro, y además necesitamos el voto de Mengano. Aquí, los responsables se reciclan o hacen de la amnesia virtud política. En la finca de semejante gentuza, conflicto aplazado es conflicto resuelto.

Los únicos que parecen ignorarlo son los de siempre. Los pasteleros sin escrúpulos que buscan el negocio y el voto para hoy, y nos condenan a la tragedia para mañana. »
Preludio de intifada - 26 de marzo de 2000



   «… Además, recuerden que hay gentes y etnias a las que sería práctico tener controladas. Los emigrantes, por ejemplo, podrían llevar en la matrícula una (EM) así, entre paréntesis, con el añadido de (MO) -moro-, (SU) -sudaca-, (NC) -negro de color- y (CHI) -chino, o sea oriental- según cada registro. No deberíamos olvidar (GI) -gitano- y (MA) -maricón-. Y estoy seguro de que en ciertos ambientes sería bien acogido que quienes no tengan ocho bisabuelos catalanes, o los ocho vascos, o los ocho andaluces, o los ocho gallegos, o los ocho de Villacapullos de la Puta Que Me Parió, lleven también una marca distintiva en la matrícula. Algo identificativo, con eficacia probada y con solera. Una estrella amarilla, por ejemplo.…»
Matrículas y poca vergüenza - 24  de septiembre de 2000




«… Lo malo, como siempre, es que los responsables de todo eso tampoco estarán aquí para que alguien les parta la cara. A unos, a los ciudadanos de a pie, por permitir con nuestro silencio cómplice y nuestros votos mal aprovechados que la improvisación, la imprevisión y la poca vergüenza de gobiernos, patronales y sindicatos desparramen impunemente los polvos que traerán tales lodos. A otros, a los mentados, por ser incapaces de adelantar medidas inteligentes, políticas sociales activas que reduzcan el vía crucis en que se ha convertido la vida profesional-familiar, y den a la gente cuartelillo para el futuro. Porque calculen cuántos hijos van a atreverse a tener quienes viven en la precariedad de contratos basura, rehenes en manos de empresarios cuya impunidad avala el Estado, con bancos sin escrúpulos que chupan hasta la última gota de sangre, con absurdas universidades que vomitan miles de parados sin trabajo estable ni perspectiva de tenerlo, en este país de insolidarios, chapuceros y mangantes donde para recoger tomates hay que contratar a abogados ecuatorianos, para encontrar un fontanero hay que llamar a un ingeniero polaco, y donde todos nos quejamos del desempleo, pero sale una convocatoria de puestos de trabajo para subir ladrillos a una obra y no se presenta nadie, porque las palabras europeo y albañil resulta que ahora son incompatibles, cosa de negros, y de moros; y lo que todos queremos, no te fastidia, es trabajar tres días a la semana, a ser posible tocándonos los huevos como representantes sindicales, y que nos paguen una pasta.

Así que en realidad no me da mucha pena que todo se vaya al carajo, porque nos lo hemos ganado a pulso. Y si nuestros hijos se ciscan en la madre que nos parió cuando se den cuenta del panorama que les dejamos como herencia, que se fastidien o que se espabilen. Y una forma de espabilarse será abrir las puertas de una vez, con criterio pero sin reservas y sin tanto la puntita nada más, a esa inmigración que para entonces ya no sólo será útil, sino imprescindible. A nuestros nietos nos les quedará otra que acoger a todos esos africanos, magrebíes, hispanoamericanos y ucranianos que vendrán en oleadas cada vez mayores a buscarse la vida, dándole marcha de una repajolera vez a este apolillado, reaccionario y miserable lugar. Y se mezclarán con nuestros nietos y nietas, y habrá, como en otros países, policías negros y ejecutivos sudacas y militares moros, y perderemos unas cosas y ganaremos otras, porque así es la vida y la historia de los pueblos. Y España, que pese a lo que sostienen cuatro fanáticos y cuatro tontos del culo fue siempre tierra común y de mestizaje, lo seguirá siendo con mayor intensidad aún. Y tendremos unos nietos cruzados de mandinga y de tuareg que estarán como quesos, y unas biznietas mulatas con ojos eslavos y cuerpazo colombiano que van a hacer que cada vez que un turista inglés vuelva a Manchester le pegue una paliza a su Jennifer, como revancha. Y todos esos Heribertos, Egíbares, Ferrusolas y demás paletos imbéciles que andan obsesionados por la pureza racial de su parroquia y las costumbres ancestrales del pueblo de Astérix y de la fiesta patronal de Villacenutrios del Canto, se van a joder pero bien jodidos, cuando sea un moro maketo de Tánger el que les cambie los dodotis en el asilo, o cuando a su Ainhoa le altere el RH su novio peruano al preñarla, o su Jaume Lluis tenga una nieta que se llame Montserrat Mustafá Ndongo. Vayan y háganles una inmersión lingüística a ésos. A ver si se dejan.»
El 18 de marzo de 2001 - Se van a enterar






   «… Hay que ver la de tiempo libre que tiene la gente. En los últimos tiempos he recibido varias cartas afeándome el uso que hago de palabras políticamente incorrectas. Lo de negro, por ejemplo. Cuando me refiero a un negro diciendo que es negro -a mí me han llamado blanco en África toda la vida- resulta que soy xenófobo. Escribir que algo es una merienda de negros, por ejemplo, o que esa negra está para chuparse los dedos, o hablar de la trata de negros, me asegura media docena de cartas poniéndome de racista para arriba. Hasta decir cine negro o lo veo todo negro es peyorativo, argumentan; y pasarlas negras, sin ir más lejos, se asocia de modo racista con pasarlas putas. Por eso también debería evitar la palabra negro como sinónimo de cosas malas o negativas. Así que diferencie, cabrón. No influya negativamente en la juventud, llámelos subsaharianos, sugieren unos. De color, sugieren otros. Afroamericanos, si son gringos. Etcétera. Y a veces, esos días en que uno se pone a escribir sintiéndose asquerosamente conciliador, intento contentarlos a todos y a mí mismo -negro me sigue pareciendo la forma más natural y corta- y escribo, verbigracia, subsaharianos de color negro; pero entonces, encima de que me queda un poco largo y rompe el ritmo de las frases, algunos piensan que me lo tomo a cachondeo y las cartas se vuelven más explosivas todavía. Estoy desconcertado, la verdad. ¿Naomi Campbell es o no es una pedazo de negra?... ¿El halcón maltés es una película de cine subsahariano de color?... No sé a qué atenerme.

    Y lo de moro, ésa es otra. Debería usted decir norteafricano o magrebí, apuntan graves. Lo de moro suena a despectivo, a reaccionario. Hasta un erudito lector me lo calificaba el otro día de término franquista: los moros que trajo Franco y todo eso. Sin embargo, ahí debo reconocer que, por muy buena voluntad que le eche, se me hace cuesta arriba prescindir de una palabra tan hermosa, antigua y documentada. Moro viene por vía directa del latín maurus, habitante de la Mauritania; figura en las Etimologías de San Isidoro y en Gonzalo de Berceo, y si hay una palabra vinculada a la historia de España, y que la define, es ésa. Ganada a los moros en 1292 reinando Sancho IV el Bravo, leemos -los que leen- en los muros de Tarifa. Olvidar esa palabra sería ignorar lo que en las ciudades españolas aún significa morería, por ejemplo. O lo que la palabra morisco supuso en los siglos XVI y XVII. De cualquier manera, ahora que todo el mundo anda rescribiendo el pasado a su aire, tampoco tendría nada de particular que revisáramos la historia y la literatura españolas, empezando por el xenófobo y franquista cantar del Cid, sustituyendo la palabra moro por otra más moderna. Las coplas de Jorge Manrique perderán algún verso bellísimo; pero ganaríamos, además de corrección política, palabras como pincho magrebí, que es aséptica y original, en vez de la despectiva pincho moruno. Y reconozco que decir fiestas de norteafricanos y cristianos en Alcoy también tiene su cosita. …»
Pinchos magrebíes - 05 de agosto de 2001




   «… Esa fue la bonita anésdota callejera. Y fíjense lo que les digo: en el fondo no culpo al fulano. A fin de cuentas, si uno llega a una casa y se encuentra la puerta abierta, y la señora también se abre de piernas, y el marido no rechista por miedo a que lo llamen celoso y dice barra libre, cha, pues uno va y se calza a la señora, y al marido de la señora y de paso vacía el frigorífico. Sobre todo si la otra opción que te exploten en un bancal por cuatro duros miserables descontándote del sueldo esa covacha donde vives con veinte más, como animales. Y cuando lo piensas, a quien verdad te gustaría borrarle la sonrisa es a los empresarios sin escrúpulos que con su avaricia persuaden a los inmigrantes de que es más rentable el hachís en Torrevieja que un invernadero de Lorca. También a los cantamañanas que con discursos oportunistas los convencen de que esto es jauja, y que aquí todo el que llega puede aprovecharse de los derechos sin respetar las normas locales y las obligaciones. Y en especial a esas presuntas autoridades que, por debilidad, oportunismo y miedo al qué dirán, carece huevos y de sentido común para poner límites razonables a un desmadre que hace tiempo se les va de las manos. Y al final, cuando todo se ido de verdad al carajo, pagarán el pato los de costumbre: el inocente que pasaba por allí, el pobre inmigrante a quien, camino de la tomatera, apalea un tropel de energúmenos con bates de béisbol. Lo de siempre. Nada nuevo en esta España triste y falsa hasta la náusea, feudo de demagogos, de sinvergüenzas y de cobardes.»
16.06.2002 - La sonrisa del moro




23-06-02 - El gendarme de color (negro)

Esta semana también va la cosa de moros y negros de color. Porque estoy sentado en el café parisién que es uno de mis apostaderos gabachos favoritos, cuando observo algo que me recuerda lo que tecleaba el otro día: un gendarme franchute, negro azul marino, multa al conductor de una furgoneta. Y el multado, un tipo rubio y con bigote que parece un repartidor de Seur del pueblo de Astérix, asiente contrito. Y hay que ver, me digo. Tanto que se habla en España de integración racial. Estamos a años luz, o sea, lejos de cojones. Porque integración es exactamente esto: que un guardia negro ponga una multa, y que el conductor baje las orejas. Y aquí paz y después gloria.

Me imagino la escena en España. Y me parto. Ese guardia municipal negro que dice ahí no puede aparcar, caballero, o no se orine haciendo zigzag en la acera, o haga el favor de no pegarle a su señora en mitad de la calle. Y la reacción del interpelado. ¿A mí me va a decir un negrata de mierda dónde puedo aparcar o mear o darle de hostias a mi señora? Venga ya, hombre. Vete a la selva, chaval. A multar en un árbol a la mona Chita. O metidos en carretera, en la nacional IV por ejemplo, ese guardia civil que se quita el casco y aparece la cara de un moro del Rif diciéndole al conductor oiga usté, acaba de pisar la continua. Documentación, por favor. Y sople aquí. No veas la reacción del fulano del volante, y más si lleva una copa de más y va a gusto. ¿A mí? ¿Pedirme un moro cabrón los papeles a mí? ¿Y que encima sople? Anda y que le soplen el prepucio los camellos de su tierra. No te jode el Mojamé, de verde y en moto. Etcétera.

Y sin embargo, ahí está la cuestión. En España, donde la demagogia y el cantamañanismo confunden integración con política y beneficencia, la cosa no estará a punto de caramelo hasta que uno suba a un taxi y el taxista sea de origen peruano, y el guardia tenga un abuelo nacido en Guinea, y el médico de urgencias provenga de Larache, y lo veamos como lo más normal del mundo, y por su parte todos esos taxistas, guardias, médicos, funcionarios o lo que sean, dejen de considerar a España un lugar donde ordeñar la vaca mientras están de paso, y la sientan como propia: un lugar donde vivir echando raíces, del mismo modo que otros se establecieron en Gran Bretaña o Francia, y al cabo de una o dos generaciones son tan británicos y franceses como el que más.

Me levanté de la terraza parisién y fui a dar un paseo, y al rato vi una escuela infantil donde, bajo la bandera tricolor que allí ondea sin complejos en todas las escuelas, se leían las viejas palabras: Liberté, egalité, fraternité. Y por qué, me dije, salvando las distancias y los Le Pen y los ghettos marginales, que haberlos haylos, eso que es posible en Francia o Gran Bretaña no lo es en España. Cuánto tiempo tendrá que pasar. Porque la integración es ante todo una cuestión de tiempo y cultura: te instalas en una cultura extranjera, de la que te impregnas poco a poco, aceptas sus valores y cumples sus reglas, y a la vez la renuevas, enriqueciéndola en el mestizaje. La diferencia es que Francia y Gran Bretaña, que se respetan mucho a sí mismas, supieron cuidar siempre con extraordinario talento su historia nacional, su lengua principal y su cultura, manteniendo el concepto de comunidad, ámbito solidario y referencia ineludible. De modo que, cuando miembros de sus ex colonias o inmigrantes diversos quisieron mudar de condición, a ellas viajaron y en ellas se reconocieron; o procuraron adoptarlas, para ser también adoptados por ellas. Ese sentimiento de pertenencia, a veces hecho de lazos muy sutiles, se fomenta todavía con una política exterior brillante y con una política cultural inteligente que nadie allí cuestiona en lo básico. A quien acojo y educo, me ama. Quien me ama, me conoce, me disfruta y me enriquece.

Y al cabo esas son las claves: educación y cultura como vías para la integración. Pero mal pueden educar ni integrar gobernantes analfabetos, oposición irresponsable, oportunistas animales de bellota sin sentido solidario ni memoria histórica. A diferencia de Gran Bretaña o Francia, el inmigrante no encuentra en España sino confusión, amnesia, ignorancia, insolidaridad, cainismo. A ver cómo va a integrarse nadie en cinco mil reinos de taifas que se niegan y putean unos a otros. Aquí todo depende de dónde caigas, cómo respire el alcalde de cada pueblo y si la oenegé local está a favor o en contra. Y para eso los inmigrantes ya tienen su propia cultura, a me nudo vieja y sólida. Así que nos miran y se descojonan. Que primero se integren los españoles, o lo que sean estos gilipollas, dicen. Que se aclaren, y luego ya veremos. Mientras tanto conservan el velo, exigen mezquitas, salones de baile angoleños, restaurantes ecuatorianos con derecho de admisión, y pasan de mandar niños a la escuela. A falta de una patria generosa y coherente que los adopte, reconstruyen aquí la suya. Se quedan al margen, dispuestos a no mezclarse en esta mierda. Y hacen bien.





Esta navaja no es una navaja - 13 de Julio de 2003

Qué cosas. Abro un diario y me topo con un titular inquietante; Menor detenido por matar a una turista. Hay que ver, me digo. Estos menores violentos, enloquecidos por la tele y los dibujos animados. Un chaval es autor del apuñalamiento, sigue la cosa. El menor homicida iba acompañado de un amigo. "Porca miseria",- pienso. Cada vez tenemos asesinos más jovencitos. Y es que, claro. Con tanto Matrix y tanto videojuego, así anda el patio. Niños psicópatas a troche y moche. Sigo leyendo: Al robarle el bolso y resistirse la mujer, el chaval zanjó el forcejeo con una puñalada. Pues vaya con el chaval, concluyo. Como para disputarle una bolsita de gominolas. Si uno es así de cabroncete en la tierna infancia, imagínate cuando sea mayor.

Sigo leyendo, y más abajo me entero de que el menor era de origen marroquí, y ya había sido detenido antes: la cosa viene como perdida en el texto, y es evidente que el redactor, procurando no meterse en jardines racialmente incorrectos, ha situado la nacionalidad y la marginalidad del chaval -en lo de chaval insiste cinco veces- de forma casual, como de pasada. Comprendo esa cautela, aunque sea discutible: si destacar que el niño era marroquí puede interpretarse como asociación facilona de la inmigración con la delincuencia, también es cierto que diluir el dato, o camuflarlo en el texto, es sustraerle al lector una clave para comprender el suceso. Pero, bueno. Asumo que, en estos tiempos, y con lectores que no siempre son capaces de hilar fino, hay que asírsela -observen hasta qué punto refina ser académico de la R.A.E.- con papel de fumar.

Total. Abro otro periódico y me encuentro una foto del chaval. Quiero decir del menor. Y el niño, que sale esposado, es un pedazo de moro más alto que los policías que lo trincan. Diecisiete años, dice el pie de foto. El nene. Interno en un reformatorio para menores con delitos graves, once meses por robo con intimidación, disfrutando del cuarto permiso de fin de semana. Lo demás, rutina: Madrid, dos jóvenes navajeros al acecho, una turista paseando -delante del palacio de las Cortes, por cierto, lugar peligroso de cojones-, tirón del bolso, la turista que no se deja, cuchillada, tanatorio. Suceso habitual en una ciudad, como en otras, donde la madera, escasa de medios y personal, maniatada por la infame lentitud de la Justicia y por el miedo a que los apóstoles de lo conveniente confundan eficacia y contundencia razonable con exceso policial, prefiere tocarse los huevos a complicarse la vida. Lo que me preocupa es que, en vez de limitarse a contarlo, y punto, diciendo que dos navajeros peligrosos acaban de cargarse a otra guiri, el redactor en cuestión, o sus jefes, o el director de su periódico, tengan tanta jindama a que los tachen de intolerantes y de racistas y de incitar a sus lectores a desconfiar de los inmigrantes, que prefieren marear la perdiz con circunloquios, rodeos y pepinillos en vinagre, repitiendo veinte veces lo de chaval, y pasando de puntillas por el origen marroquí. Escamoteando que las palabras delincuente e inmigrante, cuando van juntas, son uno de los principales problemas de seguridad en ciertas ciudades españolas. Y no porque los emigrantes sean delincuentes, ojo, sino porque nuestro egoísmo e imprevisión complican mucho las cosas. En el caso de los numerosos jóvenes marroquíes que cruzan el Estrecho, por ejemplo, pocos se ocupan de atenderlos, evitando que se busquen la vida a su aire. Y olvidamos que un inmigrante marginado y sin trabajo puede volverse muy peligroso en una sociedad opulenta, confiada en sus derechos y libertades, tan ostentosa y estúpidamente consumista como la nuestra, que él, con diferentes valores y afectos, no considera suya, y a la que ve como lugar hostil o territorio a depredar. Como un coto de caza lleno de tentaciones.

Negar eso, disimularlo como si origen, cultura y ubicación social no tuvieran nada que ver, es alimentar el problema. Ni los inmigrantes deben ser acosados y expulsados, como dicen los cenutrios malas bestias, ni todos son angelitos negros de Machín. Tenga diecisiete o cuarenta años, tan hijo de puta es un navajero nacido en Badajoz como el que nace en Tetuán. Y lo históricamente probado es que una democracia se suicida cuando, en parte por culpa de los explotadores, los demagogos y los imbéciles socialmente correctos, los animales de la ultraderecha intransigente llenan sus mítines de votantes hartos de que los apuñalen para robarles el bolso.





PATENTE DE CORSO 18.04.04 ~ Omar y Willy al volante
En este país de gilipollas y gilipollos, donde confundimos realidad y demagogia, donde cualquier cantamañanas puede soltar la chorrada más inmensa y el gobernante local o general de turno responder, oiga, vale, bueno, de acuerdo, vamos a estudiarlo detenidamente, etcétera, más que nada porque no se diga que él no es más razonable y más liberal y más demócrata que el copón de Bullas, hay temas de opinión incómodos. Uno de ellos tiene que ver con la inmigración, y eso lo hace más delicado todavía, pues abordar la materia supone moverse por la cuerda floja, entre los cenutrios xenófobos que echan su estupidez y frustraciones sobre la espalda del inmigrante que viene a trabajar y ganarse honradamente la vida, y los imbéciles de buena voluntad que sostienen, impertérritos, que todos los que llegan son cachos de pan bendito. O sea: que un pedazo moro de diecisiete años con una navaja, o un hijoputa latino que clona tarjetas de crédito en el restaurante donde trabaja de camarero, son, respectivamente, un pobre menor magrebí marginado por la sociedad occidental y un entrañable indiecito guaraní como el del bolero. Y bueno. Todo esto viene a cuento por un asunto que llevo tiempo esquivando: los permisos de conducir de los emigrantes. Lo que pasa es que hoy no se me ocurre otra murga para teclear. Además hace frío, me he tomado dos orujos, y lo socialmente correcto me importa un huevo.
No todos, claro. Pero algunos conducen como para darles cuatro tiros. Muchos son peligros públicos al volante de máquinas de matar y de matarse. Las razones son evidentes: menos exigencias para obtener los permisos en sus países de origen, o la adquisición de aquéllos con el único trámite del pago de su importe, sin prácticas, ni autoescuelas, ni ciruelos en vinagre. El funcionario trinca lo suyo y tú puedes conducir lo que te salga. Eso ocurre en ciertos países de Hispanoamérica, el Magreb y África; pero es que, además, ni siquiera todos los permisos allí obtenidos por la vía derecha son garantía absoluta. Sólo a un retrasado mental se le ocurre sostener que el nivel exigido a un conductor en Senegal es el mismo que en España o en Holanda. Además, en Europa se estilan comportamientos al volante que, sin ser homogéneos, ni perfectos - tampoco vamos a comparar a un italiano o un español con un alemán o un sueco-, se sitúan dentro de una convención general que tiende al civismo, a la urbanidad, al respeto por las normas. Es lo que algunos llaman educación vial; pero en algunos países de origen de nuestros inmigrantes, ese marco de convivencia no siempre es el mismo, sino al contrario: cada uno por su cuenta y todos contra todos.
Y claro. Luego llegan aquí Willy Rodríguez, Omar Nguema o Ludmila Popescu, se compran un cacharro de tercera o cuarta mano -que ésa es otra-, se suben ocho o diez para poder llegar temprano al tajo, al taller, al invernadero donde los explotan por cuatro putos duros, y en el paso a nivel los desparrama a todos el Talgo, o en la curva se empotran contra una familia. O se matan ellos solos con la moto de mensaka yendo en dirección contraria con el casco a lo Pericles, o te endiñan por detrás y por delante con la furgoneta de reparto, o se saltan el semáforo que en Bamako, Quito o Tirana siempre está fundido, o adelantan en cambio de rasante porque en su tierra están acostumbrados, si un policía les dice ojos negros tienes, a soltar dos mortadelos y aquí no ha pasado nada. Y eso no puede ser, porque además cada vez son más -y es bueno que lo sean, que vengan a meterle sangre joven y ambición y cojones a esta vieja Europa arrugada, estéril, zángana, caduca y egoísta-. Por eso es preciso que todo se regule con sentido común y con justicia, y que en vez de que salgan a la calle, como hace poco no sé dónde, cuatro mil pardillos a pedir que se homologuen sin más trámite ni requisitos, por la cara, todos los permisos de conducir de los emigrantes sin excepción, ya mismo, o sea, ipsoflauto, intentemos evitar que cada año sean detenidos en España, estadísticas en mano, diez mil que circulan sin carnet de conducir, con éste irregular o sin el seguro obligatorio -que ésa es otra: te espilfarran y vete a cobrar los daños—. Pero eso no se improvisa con simplezas solidarias. Se planifica despacio, con cuidado, a largo plazo. Sin vulnerar derechos de gente honrada, pero sin tampoco hacer el chorra. Sin demagogia barata. Con garantías para los inmigrantes, claro. Y para todos.




PATENTE DE CORSO 25.04.04 ~ Vienen tiempos duros ~
El problema de escribir esta puñetera página es que hay que hacerlo con dos o tres semanas de antelación, y nunca sabes qué ocurrirá mientras tanto. Aun así, en España no resultan difíciles ciertas predicciones: te apuntas a lo peor y aciertas siempre. O casi. Para eso los militares tienen una fórmula: dispuestos para la hipótesis más probable pero preparados para la más peligrosa. Razonable, ¿verdad?... Pues no. Aquí nadie se prepara para nada. Nos adaptamos sobre la marcha, y que salga el sol por Antequera. Y claro. Todo nos pilla de sorpresa: la nevada, el apagón, las lluvias, la operación salida, la operación retorno, el terrorismo islámico. O sea, todo. Nadie lo ve venir. Manda huevos.

Lo del terrorismo islámico, por ejemplo. En los últimos treinta años, desde el Pesoe al Pepé sin olvidar a la Ucedé y vuelta al Pesoe, o sea, desde que palmó Franco hasta el 11-M, el asunto musulmán se la estuvo trayendo floja a todo cristo con mando en plaza: desidia, incapacidad, falta de medios operativos, ignorancia extrema de la realidad árabe, ausencia de, política magrebí, marginación de los especialistas, etcétera. Lo que, en un país con la tradición y experiencia moruna del nuestro, clama al cielo. A eso hay que añadir, como guinda, una inmigración masiva cuya regulación, asentamiento e integración se basa en la indiferencia del Estado, la codicia de los empresarios y la demagogia absoluta de tanto cantamañanas que confunde la realidad con la canción del negrito y la ucraniana de -por otra parte inmenso- Joaquín Sabina.

Así que voy a hacer un par de predicciones. Y no digo que las voy a hacer gratis, porque este artículo lo cobro: Aramís Reverte Fuster, pero sin tetas. Previsiones, por cierto, que podría hacer cualquier idiota. El terrorismo moderno, para abreviar, sólo se combate con leña; y sus principales aliadas son las leyes mismas, unidas a la demagogia y la falta de agallas. Hoy, el arma clave del terrorismo en Europa son precisamente las garantías legales, los derechos ciudadanos adquiridos durante siglos con esfuerzo y sacrificio: el delincuente y el terrorista, se protegen con ellos mientras los vulneran o destruyen. Conseguir el delicado equilibrio entre libertad y seguridad no se improvisa; hace falta decisión política, honradez e inteligencia. Controlar ciertas libertades individuales es peligroso, pero también lo es cerrar los ojos a la realidad, y que, por ejemplo, los expertos franceses y británicos alucinen preguntándonos cómo carajo queremos combatir el terrorismo con demagogia y la puntita nada más. Por cierto seguro que a nadie se le ha ocurrido estos día: darse un garbeo por los barrios de población inmigrante magrebí y ver lo preocupada que está la gente mayor y lo envalentonados que andan algunos chiquillos con tanto islam y tanta Palestina en la tele y tanto americano linchado en Iraq. Pero claro. Mirar hacia otro lado es más socialmente correcto y no le complica a uno la vida. Ni te llaman fascista.

Por eso dudo que nuestra -con las excepciones de rigor- infame clase política, acostumbrada a abalanzarse cada mañana sobre los periódicos para ver si sale su foto, tenga la firmeza democrática, la falta de complejos y los cojones suficientes para encarar los nuevos desafíos. Y como hacer terrorismo de mochila está chupado, y los jueces, por si acaso, seguirás cogiéndosela con papel de fumar hasta para pincharle el teléfono a Bin Laden, y cada investigación policial será detallada en conferencia de prensa por el ministro del ramo, alertando a los malos sobre sus aciertos y errores fin de demostrar que para transparencia democrática la que tenemos en este país de gilipollas, resulta, señoras y señores, que viene tiempos muy duros. Y que aunque durante lo próximos cuatro años el Gobierno no va a esta todo el día meando agua bendita, porque de momento se les acabó el chollo a los Legionarios de Cristo, a Kiko Argüello y a las Siervas de San Apapucio, me temo que los nuevos gobernantes seguirán practicando la cristiana propensión a poner la otra mejilla. Quiero decir que nos la seguirán dando ahí. A todos. Va a ser divino de la muerte, oigan: Alá ajbar por un tubo, lo geos cascando por las prisas, los infelices magrebíes inocentes -hasta que los hagamos deja de serlo- pagando el pato de la xenofobia y el cainismo hispanos, y los nacionalistas, allá en su pueblo de Astérix, cobrándoselo en carne, como siempre.






«… En España, afortunadamente, no hacen falta concursos ni selecciones bufonescas. Si es cierto que la figura del animador real se extinguió con el tiempo, la de payaso ha tenido mucha fortuna desde entonces, y la sigue teniendo. Y no me refiero a los respetables payasos que hacen reír a los niños, sino a otros que uno se topa cada día, al encender la radio o la tele, o abrir el periódico. Payasos contumaces con escaño y coche oficial, con derecho a voz y a voto, desprovistos, en buena parte, del más elemental sentido del ridículo o la decencia. Payasos de todo tipo y pelaje. En ese registro, las variedades ibéricas son dignas de una serie del National Geographic: payasos de gaviota desplumada, escapulario y corbata fosforito, payasos a los que les tocó la lotería un 11-M y no saben qué hacer con el décimo, payasos de la Izquierda Unida Verde Manzana Federal del Circo Price, payasos que compran votos con chanchullos, subsidios e inmigrantes, payasos periféricos que ya se cargaron una monarquía y dos repúblicas y a quienes sólo importa la caja registradora de su tienda de ultramarinos, payasos que falsifican la Historia según quién les ceba el pesebre, payasos de uniforme, fajín y menudillo de Yak bajo la alfombra, payasos episcopales y casposos incapaces de retener a la clientela, payasos analfabetos que dicen representarme aunque son incapaces de articular de modo inteligible sujeto, verbo y predicado, payasos cuñadísimos con moto de agua y camisa intrépida de General Mandioca, payasos de la demagogia galopante y omnipresente, payasos y payasas de género y de génera. Y de postre, para rematar el circo, todos esos Payasos sin Fronteras, Payasos del Mundo, Payasos Solidarios, Payasos en Acción, que de vez en cuando escriben cartas protestando porque, en legítimo uso de la acepción principal de la voz payaso en el Diccionario de la Real Academia Española -persona de poca seriedad, propensa a hacer reír con dichos o hechos-, llamo payasos a tantos a quienes, en realidad, debería llamar irresponsables hijos de la gran puta.»
17.10.04 ~ Sobre bufones y payasos





«… También algunos políticos periféricos, sensibilizadísimos siempre con Camerún, exigieron que el ministro del Interior compareciese en el Congreso para detallar en qué circunstancias extrañas e incomprensibles pudo recibir un inmigrante clandestino, en el barullo del asalto, un inexplicable y desproporcionado pelotazo de goma, golpe o algo así. Y para completar el paisaje, como el presidente de la autonomía melillense comentó la elemental obviedad de que la Guardia Civil no es un cuerpo de azafatas, ni tiene por qué serlo, otras voces se sumaron al clamor de ortodoxia humanitaria, casi llamándolo totalitario y racista, y exigiendo que los cuerpos y fuerzas actúen siempre de forma eficaz, sí, pero –matiz básico– no violenta. Ojito con eso.…»
PATENTE DE CORSO 25.09.05 - Picoletos sin fronteras






«… Faltan hojas del calendario, como digo, para tantas nobles causas; y la gente anda por ahí, como loca, buscando un día libre al que endiñársela. No digo que la cosa aburra, claro. Dios me libre de decir que estoy hasta la bisectriz de celebrar sin respiro, uno tras otro, el día internacional de salvamento urgente ya mismo de la Amazonia, el día mundial contra la violencia en las videoconsolas, y el día universal del orgullo del transexual inmigrante de género. Al contrario. Me parece bien. Me parece muy solidario; y, sobre todo, eficaz que te vas de vareta..»
06.08.2006 - Día internacional de Scott Fitzgerald




«… Lo malo no es sólo eso, sino que hasta la gente educada que viene de fuera pierde las maneras en contacto con nuestra grosera realidad nacional. Hace cosa de medio año me llamaba mucho la atención una cajera de Carrefour, inmigrante hispanoamericana, que era de una amabilidad extrema, y todo lo decía trufado de «por favor» y «gracias», incluido un delicioso «¿me regala su firma?» al entregar la factura, o te despedía diciendo «que usted lo pase bien». Me pregunté, al observarla, cuánto iba a durar aquello. Y les juro por el cetro de Ottokar que sólo seis meses después –harta, supongo, de hacer la panoli–, no dice ya ni buenos días, trata a los clientes como a perros y entrega la factura como si se contuviera para no arrojártela a la cara. Es, al fin –enhorabuena–, una española más. Una inmigrante perfectamente integrada. »
14.01.07 - El síndrome Lord Jim




«… Desde mi privilegiado lugar de observación asisto, casi en primera línea de fuego, al intercambio verbal entre el taxista y el furgonetero, que tiene un aspecto inmigrante del tipo Machu Pichu de toda la vida. «¡Vete a cagar, panchito!», sugiere el castizo. «¡Hijoputa!», responde bravo y sin achantarse el otro, que ya domina con soltura –todo es ponerse a ello– la dialéctica nacional.…»
17.06.2007 - El taxi maldito




«… En ese momento, del grupo parado en el lado opuesto de la calle se adelanta una mujer menuda, de pelo negro, vestida con un chándal gris y zapatillas deportivas, que lleva una bolsa del Corte Inglés en una mano. Dirigiéndose al encuentro del abuelo, esa mujer lo toma por el brazo; y luego, haciendo ademanes en solicitud de paciencia a los conductores, lo acompaña hasta dejarlo a salvo en la acera, ante las miradas indiferentes de cuantos allí aguardan sin inmutarse. Pero lo que me llama la atención no es el episodio en sí, sino la extraordinaria ternura, el afecto insólito y dulce con que esa mujer ha cogido del brazo al vejete desconocido para conducirlo, tranquila y paciente –parecía tener todo el tiempo del mundo, y ponerlo a disposición del anciano–, hasta dejarlo a salvo. …»
09.03.08 - La mujer del chándal gris



«… Empeño legítimo, por cierto, para un catalán, un vasco o un gallego nacionalistas; pero injusto para quien no lo es. En una España llena de naturales e inmigrantes que van de una autonomía a otra buscando trabajo, es un disparate negarles el único idioma que permite comunicarse en todo el territorio nacional –y también fuera de él– con soltura y libertad.…»
31 de Agosto de 2008 - Mi propio manifiesto (y II)




«… No en este país miserable. Imaginen los titulares de los periódicos al día siguiente: «El chulo de Pérez-Reverte y el macarra de Marías se dan de hostias en la calle con unos inmigrantes». «Xenofobia en la RAE.» «Dos prepotentes académicos racistas, machistas y fascistas apalean salvajemente a dos inmigrantes.» Aunque aún podría ser peor, claro: «Marías y Reverte, apaleados, apuñalados e incluso sodomizados por dos indefensos inmigrantes».…»
16.11.08 - Los fascistas llevan corbata



«… Descubren también la clave mágica española: el victimismo. Aprenden pronto a explotar la mala conciencia y lo políticamente correcto, a montar pajarracas sabiendo que nadie va a negarles, como a los moros y los negros, el derecho a exigir incluso más de lo que exigen los propios españoles. En todo caso se les dará, no por sus méritos de trabajo, educación o cultura, que a menudo los tienen, sino por el qué dirán, por el no vayan a creer que soy racista, o lo que sea. Y a eso, algunos –no todos, pero no pocos– suman malas costumbres que traen de allí: la afición a ponerse hasta arriba de alcohol, a conducir mamado hasta las patas, y la tradicional bronca de fin de semana, tirando de arma blanca o de otro calibre; con ese orgullo valiente y peligroso del que hablaba antes, y que lo mismo puede ser una virtud que una desgracia, cuando no se maneja con cabeza. Y mientras, las autoridades que deberían acogerlos y educarlos, planificando para ellos una España futura, inevitable y necesaria, emplean su tiempo y nuestro dinero en contaminarlos de la sarna política al uso, adobada con la más infame demagogia. En atraerlos a su puerco negocio, halagándolos de manera bajuna y jugando con ellos al trile de los votos, sin que importen a nadie su pasado, su presente o su futuro. Haciendo lamentar, a los lúcidos, que la suya sea el español y no otra lengua que les permita irse a otro país que de verdad sea Europa. »
25.01.09 ~ Una de panchitos













Gracias Arturo, gracias Salva, gracias




Y como gran postre final, una lección de justicia:


PATENTE DE CORSO 16.04.2006 Arturo Pérez-Reverte
El juez que durmió tranquilo

Alguna vez les he hablado de mi amigo Daniel Sherr, judío, alérgico y vegetariano, que además de tener un corazón de oro y ser un ecologista excéntrico y pelmazo, es el mejor intérprete del mundo. Trabaja para Naciones Unidas, diplomáticos y gente así, habla más lenguas que un apóstol en Pentecostés –su amistad soportará esa hipérbole poco ortodoxa en lo mosaico–, y asiste a inmigrantes hispanos en los juzgados gringos. A veces, mientras saca un plátano del bolsillo y se pone a pelarlo sin complejos en la mesa de un restaurante de varios tenedores –«Tiene mucho potasio», le dice al incómodo camarero–, Daniel me cuenta historias judiciales tristes, recuerdos que lo dejan hecho cisco durante días y noches. Para alguien que, como él, cree que la compasión hacia los desgraciados es obligación principal del ser humano, los juzgados suponen, a menudo, una nube oscura sobre su corazón y su memoria. Pero hay que ganarse la vida, dice con sonrisa triste. Además, cuando se trata de pobre gente, siempre puedes echar una mano. Ayudar.

Ayer, mi amigo me contó, al fin, una historia reciente que no es triste. Hablábamos de jueces y de injusticias; de cómo, a veces, quien administra la ley, con tal de no complicarse la vida, pone la letra de ésta por encima del sentido común y de la humanidad. Fue entonces cuando Daniel me contó el último asunto en el que había intervenido como traductor, en un juzgado de familia de Nueva Jersey. De una parte, una mujer con una niña de dos años, cuya custodia pedía. De la otra, un funcionario de la división de Juventud y Familia del Estado. En medio, un juez. La mujer, ecuatoriana, solicitaba seguir con la niña, de origen mejicano, cuya madre se la había confiado hacía año y medio y no había vuelto nunca más. La señora pedía la custodia legal de la niña, pues las vacunas para la criatura costaban ochenta dólares la inyección, ella tenía un trabajo humilde y escasos recursos, y con la custodia legal tendría derecho a que por lo menos las vacunas las pagase el Estado. Pero había un problema: la ecuatoriana era inmigrante ilegal. Su situación, ley en mano, obligaba al juez no sólo a acceder a la petición del funcionario del Estado para que le quitasen a la niña, sino, llevado el caso al extremo, a expulsar a la mujer de los Estados Unidos.

Según me contó Daniel, el juez inició así su interrogatorio: «Señora Espinosa, usted no está en este país legalmente, ¿verdad?». La respuesta fue: «No, señoría». El juez miró a la niña, que correteaba entre los bancos de la sala. «¿Sabe usted que el funcionario del Estado alega que Nueva Jersey no puede ofrecer prestaciones a un trabajador indocumentado?» La señora parpadeó, tragó saliva y miró al juez a los ojos: «Sí, señoría». El juez guardó silencio un momento. «Señora Espinosa –dijo al fin–, lleve esta hoja con mi membrete y mi firma a los Servicios Católicos de ayuda. Mi ayudante le dará la dirección. Dígales que va de mi parte y que quiere regularizar su situación.» Dicho eso, el juez se dirigió al funcionario del Estado: «Como ve, la señora Espinosa está tratando de regularizar su situación. ¿Es suficiente?». Pero el funcionario no parecía convencido. Para él, la ecuatoriana era un número más en los expedientes, y sus jefes le exigían eficacia. «Señoría…», empezó a decir. El juez levantó una mano: «Escuche, señor X. Como juez tengo que aplicar la ley, pero también necesito poder dormir con la conciencia tranquila. Es evidente que esta señora es una madre concienzuda y que realmente ha ayudado a la niña. Mírela. A esa niña la quieren, y donde mejor va a estar es con esta mujer». El funcionario seguía aferrado a sus papeles: «Señoría, la ley…». El juez arrugó el entrecejo y se inclinó un poco sobre la mesa hacia el funcionario: «Mi trabajo consiste en aplicar la ley, pero administrándola e interpretándola con humanidad. Además, esta mujer ha demostrado cierto valor al venir aquí, a un tribunal, siendo ilegal. Podría haber sido detenida y expulsada, y aun así ha venido. Y lo ha hecho por la niña. Así que dígaselo a sus supervisores. Y usted, señora, haga lo que le he dicho. Y vuelva a verme dentro de treinta días».

Cuando, mascando un tallo de apio, Daniel terminó de contarme la historia, sonreía con aire bobalicón. «¿Y tú qué hiciste?», le pregunté. «¿Yo? –respondió–. Pues, ¿qué iba a hacer? Traducir escrupulosamente cada palabra.» Luego me miró acentuando la sonrisa, con un trocito de apio en el labio inferior. «Pero esa noche yo también dormí tranquilo.»


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