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La Derrota escribió el día 05/01/2010 a las 12:40
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ANEXO al 10.01.10 ~ Desapariciones y Titanics ~
1993.11.21 El síndrome Viracocha
2007.01.14 El síndrome Lord Jim
y este
2010.01.10 El síndrome del coronel Tapioca

Don Arturo es un puto fuera de serie; hasta los títulos, el cabrón los piensa y administra siguiendo el orden y el ritmo que estos tiempos marcan, degeneración: un dios, un personaje de ficción, una tienda de ropa, a guai of laif.


síndrome.
(Del gr. συνδρομή, concurso).

1. m. Conjunto de síntomas característicos de una enfermedad.
2. m. Conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada.
~ de abstinencia.
1. m. Psicol. Conjunto de síntomas provocado por la reducción o suspensión brusca de la dosis habitual de una sustancia de la que se tiene dependencia.
~ de Down.
1. m. Med. Enfermedad producida por la triplicación total o parcial del cromosoma 21, que se caracteriza por distintos grados de retraso mental y un conjunto variable de anomalías somáticas, entre las que destaca el pliegue cutáneo entre la nariz y el párpado, que da a la cara un aspecto típico.
~ de Estocolmo.
1. m. Actitud de la persona secuestrada que termina por comprender las razones de sus captores.
~ de inmunodeficiencia adquirida.
1. m. sida.
~ de pánico.
1. m. Psicol. Cuadro clínico de miedo compulsivo relacionado con la depresión.


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27-02-2005 - Nos encantan los Titanics
No siempre, claro. Pero a menudo, cuando me topo con alguna de esas carnicerías colectivas que luego dan tanto cuartelillo a los programas de sobremesa y a las tertulias radiofónicas, en plan qué horror más horrible, quién lo iba a decir y no somos nadie, pienso en lo estúpidos que somos todos. En primer lugar, por sorprendernos cuando la naturaleza o la vida misma, que van a lo suyo, dicen aquí estoy y se cobran, de golpe, sus diezmos y primicias. Después, porque el género humano –o por lo menos su parte privilegiada– sigue empeñado en convencerse a sí mismo de que es joven, guapo e inmortal, de que el dolor y la muerte pueden ser mantenidos a raya, y de que basta pulsar la tecla enter del ordenata para que el confort y la vida sigan su curso tranquilo. Y claro. El Universo, que es un cabrón sin sentimientos, estira de pronto las patas, bosteza, pega un zarpazo al azar, y una parte de la Humanidad se va a tomar por saco con la cara asombrada de quien murmura: esto no puede ocurrirme a mí. Después la gente acude indignada y con pancartas a pedirle cuentas a Dios, al Gobierno, a Telefónica, al alcalde, al maestro armero. Como ese tarugo a quien hace un par de semanas, cuando los temblores de tierra de Lorca, escuché decir en la radio: «Llevemos (sic) nueve días durmiendo en la calle. No hay derecho. A ver si tenemos un poquito de compasión», y le faltaba el canto de un euro para echarle la culpa al Pesoe.

Todo esto viene a cuento de ese avión desaforado que acaban de construir, de dos pisos o algo así, que puede llevar juntos a ochocientos y pico pasajeros; algo utilísimo en los tiempos que corren, para que todos podamos disfrutar de una playa paradisíaca en el Caribe por quince euros al mes y ser felices hasta no echar gota. Lo que pasa es que algunos leemos eso y pensamos en el zeppelín Hindenburg; y en el Concorde que se fue a hacer puñetas; y en el desaforado e insumergible Titanic; y en las moles gigantescas con las que te cruzas en el mar, bloques de apartamentos a flote que en vez de ser gobernados por marinos lo son por agencias hoteleras; y en esas torres gemelas y edificios de tropecientas plantas, aprovechadísimos y ultramodernos, edificios inteligentes diseñados para ser evacuados en cuatro horas pero que sólo aguantan dos en caso de incendio, o de avionazo suicida. Etcétera.

Lo que más sorprende, a estas alturas de la feria y con la información que lleva siglos circulando, es que sean tan pocos los que asumen la realidad. Y ésta es que, ruletas cósmicas aparte, el ser humano tiene lo que merece. Por supuesto, los dinosaurios no fueron culpables del meteorito que los hizo polvo. Pero desde los dinosaurios ha llovido un rato largo; y el hombre, con permiso de meteoritos, maremotos y algunos imprevistos más, ha tomado el control de buena parte de lo que se refiere a su destino, o pretende tomarlo. Ahora, la tecnología permite incluso violentar a la Naturaleza, transgredir sus leyes y someterla a la ambición y la arrogancia: desde urbanizar zonas agrestes hasta mover cauces de ríos, modificar el litoral, talar bosques, exterminar especies, cubrir de basura el mundo. Todo para llegar cinco minutos antes, trabajar menos, no subir tres pisos, apretar un botón y tener luz, agua y diversión, o vivir diez años más de la cuenta. Eso está muy bien, claro. Todos lo disfrutamos según nuestras posibilidades. La diferencia es que, cuando llega la factura, unos pagan sin rechistar, asumiendo el precio, y otros no. La mayoría ponemos el grito en el cielo. Además, casi siempre palman justos por pecadores. Aunque los justos, la verdad, siempre que pueden se pasan al otro bando. Ningún desgraciado lo es por gusto. Nunca.

De cualquier modo, antes no era así. En otros siglos, cuando el dolor y la muerte eran socialmente correctos y no se les ponía un biombo de estupidez delante, el hombre tenía la útil certeza de su fragilidad. La desgracia era tan común que estábamos preparados para enfrentarla y seguir adelante en la lucha por la vida. Hoy no existe ese consuelo. Nuestro egoísmo e inconsciencia nos dejan indefensos ante el horror que siempre acecha. Ni siquiera las palabras caridad y compasión son lo que eran. Se las dejamos al ayuntamiento, al Samur, a las oenegés, y después del telediario nos vamos a Thailandia con un piercing en una teta. La plegaria del hombre moderno es: que no me toque a mí. Pero claro. La vida es muy perra, oigan. Tarde o temprano, siempre toca.


Esto me recuerdo ese enorme edificio que recién inauguraron

Burj al Dubai



Este anexo podría hacernos leer durante toda la noche y el día de Reyes.

A mí particularmente me gusta el toque humorístico que tiene en ocasiones.


La aventura es la aventura - 1 de febrero de 1998

Resulta que a los del París-Dakar o como se llame ahora, en Mali o en no sé dónde, unos guerrilleros armados hasta los dientes les choraron el otro día un camión de esos con ruedas grandes y muchas pegatinas de los que hacen el rallye, y a otro coche que no paró le soltaron una sarta de tiros que no lo escabecharon de milagro. Y luego los del turbante se abrieron con el botín, el camión y lo que llevaba dentro, y dejaron a los intrépidos conductores allí, al solanero, con cara de esto no puede haberme ocurrido a mí. Y hasta hoy.

No me digan que no mola. Los Carlos Sainz de turno, que no sé cómo se llamaban ni me importa, allí con el volante y los monos y los cascos y toda la parafernalia de Pijolandia —un año hasta fue Carolina de Mónaco—, tirándose el folio de las dunas y tal, curva a la izquierda, Borja Luis, o Marcel-François, o como carajo te llames, y ahora en quinta por toda la pista hasta el Oasis de Kufra según pasamos el uadi a la derecha. Iban así, imagino, muy atentos al cronómetro Breitling y a los ratings y a las prestaciones y al tacómetro, con ese gesto duro y audaz de aventurero de pastel que ponen quienes tienen hasta el pinchazo programado por cuenta de la organización y el GPS. Iban así, decía —y a ver si lo digo de una puta vez—, y en esas va el copiloto y le apunta a su consorte: oye, mira, Jean-Pierre, voilá unos aborígenes que nos saludan al borde de la pista, procura no echarles mucho polvo ni atropellarlos como al negro de hace tres días, que éste es un rallye racialmente correcto, o sea. Y el conductor, que va a lo suyo y lleva un retraso crono de una hora, dieciséis segundos y tres décimas, está a punto de decir anda y que se jodan y meter la directa cuando el copiloto comenta qué curioso, oyes, fíjate en los moros, o los bantúes, o lo que sean ésos, que nos hacen señales de parar, y llevan algo al hombro, como si nos fueran a hacer una foto, o tomarnos un vídeo. Hay que ver qué cariñosos y entrañables son estos negros de color, tan muertos de hambre y escuálidos y aún les queda simpatía para acercarse a saludarnos cuando pasamos a toda hostia, que te dan ganas de parar y regalarles un llavero de nuestro Capulling Racing Team. Y el caso es que eso que llevan al hombro es una cámara de vídeo algo rara, ¿no te parece? Así, tan larga y verde. Y qué tontería, no te lo vas a creer, pero yo diría que más que grabarnos con ella, nos apuntan. Hay que ver lo que son los espejismos del desierto, Jean-Pierre. Te vas a reír cuando te lo diga. ¿Pues no parece que nos están apuntando con un bazooka? Je, je. Y el caso es que yo diría que parece... Joder. Para, para, para, para, cojones. Esos hijoputas tienen un bazooka.

Les juro a ustedes que habría pagado por verlo. O por estar allí con mi turbante, mis pies descalzos, mi RPG-7 o mi Kalashnikov al hombro, y el cuchillo entre los dientes haciéndome relucir la sonrisa. Salam Aleikum, chavales. Jambo. El racing team de los huevos saliendo de la curva, los de color soltándole cebollazos, y Jean-Pierre y su primo jiñándose por la pata abajo mientras los sacan del camión. Hola míster, efendi, bwana, ¿cómo lo llevas? Pongo en tu conocimiento que eres el tercer héroe de la ruta que cae hoy. ¿No querías aventura? Pues aquí tienes aventura gratis, colega. Y fuera de programa, que lleva más morbo. A ver las llaves del 6x6 treinta y seis, y el casco, y la cartera, y el Rolex ese que llevas en la muñeca. Y dad gracias que os dejamos la cantimplora, y también que ya hemos sodomizado hace un rato a un motorista japonés de la Honda y venimos aliviados; que si no, pareja, íbamos a poneros mirando a La Meca para que os fuerais del rallye con un souvenir. O a ver si creéis, tontosdelculo, que podéis venir cada año a pasarnos por el morro los camiones, y los coches y las motos y los helicópteros, a marcar tecnología y paquete jugando a Beau Geste con todos los riesgos cubiertos, y radio, y apoyo logístico, y vehículos de superlujo, y cascos de kevlar presurizado, y monos de goretex sanforizado que valen un huevo de la cara; que con sólo lo que cuesta uno de esos guantes que lleváis para que no os salgan ampollas al cambiar de marchas podría vivir aquí una familia durante año y medio. Y encima, en los finales de etapa, todavía queréis haceros fotos con nosotros para contarle después a la peña lo exótica y lo típica y lo aventurera que es toda esta gilipollez. Así que gracias por el camión y lo demás, so tiñalpas. Esto es solidaridad con el Tercer Mundo, y no lo del 0,7 por ciento. Iros por la sombra, y hasta el año que viene.

Lamentando personal y frente a frente la delicada situación en la que se encuentran los tres cooperantes …


22-08-1999 - Morir como bobos
Anda tú. Ahora resulta que, en eso que se ha dado por llamar deportes de riesgo, a la gente que los practica le molesta morirse de vez en cuando. Pretenden tirarse por un barranco, o ir al Polo Norte, o hacer el pino en el asiento de una moto a doscientos por hora, y luego, pasado el subidón de adrenalina, contárselo a los amiguetes, tan campantes, y aquí no ha pasado nada. Luego, cuando por casualidad sale su número, ponen mala cara. No fastidies, hombre, dicen. Que esto es un deporte de alto riesgo, pero un deporte. Que para eso me visto de lycra y uso cuerdas con naylon poliesterilizado, y llevo chichonera de PVC y chaleco antibalas, y además me grabo en vídeo. Los fulanos y fulanas que practican el asunto quieren aventuras espantosas pero que transcurran, ojo, dentro de un orden. Arriesgar la vida con seguridad de que no la van a perder. Que una cosa es ser aventurero, dicen, y otra ser lelo.

Lo que pasa es que no. Que a veces fallan la cuerda o el mosquetón, o por el barranco viene una crecida de agua de la que no avisó Maldonado en el Telediario, o al barril con el que te tiran rodando por el monte se le sale una duela, y entonces vas y te mueres o te quedas tetrapléjico ; y pides, si te queda con qué pedirlo, que te devuelvan el dinero. Que por lo general se le pide a una agencia, porque ahora estas capulleces se hacen con agencias y con organizaciones y con presuntos especialistas, que lo mismo te llevan a hacer footing a Kosovo que cobran por colgarte de los huevos en una encina manchega mientras la novia hace fotos. Porque, y ésa es otra, sin fotos no hay aventura que valga. Uno hace eso para contárselo a los amigos y para poner cara de aventurero intrépido mientras les pasa el vídeo y les pone unas cervezas, sintiéndose Indiana Jones.

En otro tiempo había hombres y mujeres que se preparaban a conciencia, años y años, antes de enfrentarse a la aventura con la que soñaban. Viajeros que durante toda una vida estudiaban, investigaban, se aprendían de memoria los mapas del desafío en el que alguna vez se adentrarían. Gente silenciosa que pasaba meses observando la cara norte del pico donde tal vez iba a perder la vida. En todo ese periodo de estudio, de reflexión, de preparación intensa, esa gente tenia tiempo de calcular y asumir los azares y los riesgos, el dolor y la muerte. Eso formaba parte de un todo armónico, valiente, razonable, que iba en el mismo paquete. De algo consustancial al ser humano, que desde que existe memoria ha estado yéndose a la caza de la ballena, como en el primer capítulo de Moby Dick, cuando no tiene dinero en el bolsillo o cuando su corazón es un húmedo y goteante noviembre.

Pero eso era antes. Ahora, cualquier retrasado mental está viendo Expediente X y decide que él también quiere emociones fuertes y adrenalina, y coge un folleto publicitario, y al día siguiente, previo pago de su importe, se encuentra con un arnés oscilando a cinco mil metros de altura, o nadando entre pirañas con una cocacola fría en la mano, sin tener ni remota idea de lo que está haciendo allí. A veces hasta ignora geográficamente en dónde está. y lo que es peor, sin asumir ni por el forro su propia responsabilidad. Exigiendo por contrato que no le pase nada. Que lo metan y lo saquen intacto de las cataratas del Niágara. y luego, cuando se rompe la crisma, porque en esos sitios lo normal es romperse la crisma, monta un cirio, o lo montan sus familiares enlutados, argumentando que a él le habían garantizado que hacer tiburoning en los cayos de Florida con un calamar en el culo era como una película de Walt Disney.

Así que por mí, como si se despeñan todos. Prefiero reservar mis lágrimas para otras cosas que merezcan la pena. No para quienes convierten el riesgo en un espectáculo estúpido e irresponsable, olvidando que la vida real no es como las películas de la tele. La vida real es muy perra y mata de verdad; y cuando uno está muerto o tiene la columna vertebral hecha un sonajero, clíng, clíng, ya no hay modo de darle al mando a distancia y ver qué ponen en otra cadena. y además, el mundo está lleno de gente que palma cada día en aventuras obligatorias que maldita la gana tienen de protagonizar. Profesionales del riesgo voluntarios o forzosos. Gente que muere entre enfermedades, guerras y barbarie. Mujeres violadas y hombres macheteados como filetes, que con mucho gusto cederían su puesto en el espectáculo a toda esa panda de gilipollas que buscan adrenalina, arriesgando estúpidamente una vida preciosa cuyo manual de uso ignoran.




«… Hay un símbolo reciente de todo eso. Pensaba en ello hace un momento, cuando empecé a teclear estas líneas: Pippa Bacca, la artista italiana de treinta y tres años que hace dos meses decidió viajar, vestida de novia y haciendo autostop, por algunos de los lugares más peligrosos del planeta, en nombre de la paz, para demostrar, decía, que «cuando uno confía en los demás recibe sólo cosas buenas». Lo del traje nupcial, ojo al dato, era «metáfora de un matrimonio con la tierra y con la paz, del blanco y del femenino»; y lo del autostop, «ponerse en manos de otros viajeros y fiarse de la gente». Con tales antecedentes, a lo mejor a alguien le sorprende que, a poco de empezar el viaje, Pippa Bacca fuese violada y estrangulada en la frontera entre Turquía y Siria por un fulano con antecedentes penales. A otros, que somos unos cabrones suspicaces y mal pensados, no nos sorprende en absoluto. A los sitios peligrosos se los llama así precisamente porque hay peligro. Y el principal peligro se llama ser humano, sobre todo cuando nos empeñamos en creer que los valores que predicamos en nuestras confortables salitas de estar, discursos políticos y tertulias de la radio y la tele, son los mismos que manejan un talibán cabreado con un Kalashnikov, un africano hambriento con un machete, o cualquier hijo de puta con pocos escrúpulos y ganas de picarle el billete a una señora. Por ejemplo.

Dice el recorte de prensa que tengo sobre la mesa que a esa pobre chica la mató un turco desaprensivo. Pero, en mi opinión, el recorte se columpia. La mató la estupidez. La suya y la de la sociedad occidental, cada vez más idiota y suicida, que la convenció de que el mundo, en el fondo, es un lugar simpático que sólo necesita un traje de novia para convertirse en el bosquecito de Bambi.»
08.06.08 - Vístete de novia, y no corras





Y plantarnos en la narración de toma de Tessenei. El primer párrafo nos lleva directamente al joven Arturo, compromisos con la patria cumplidos y muchas ganas de ver mundo:


«… Quizá el muerto no era chadiano, sino etiope, y en lugar de Yamena había ocurrido en Tessenei, Eritrea, donde el 4 de abril de 1977 Barles estuvo media hora en una colina donde sólo había hombres muertos, y cuando terminó el ultimo rollo de película y dejó de verlos a través del objetivo, sintió tanto miedo que bajó la ladera corriendo, como si temiera no regresar nunca al mundo de los vivos.…»
Perez-Reverte A. - Territorio Comanche - 1994



«… Ya había conseguido una escena idéntica en Tessenei, Eritrea: dos guerrilleros del FLE posando fusil en mano, uno de ellos con un pie sobre el cuello de un soldado etíope muerto. Y no era cosa de publicar dos veces la misma foto; resultaba absurdo plagiarse a sí mismo.…»
Perez-Reverte A.- El pintor de batallas - 2006


Y de esos momentos leemos los latidos de prosa directa y viva del hombre en los pasillos del laberinto donde ataca el minotauro.



Eritrea. Los muertos boca arriba
Arturo Pérez-Reverte | Interviú | Abril de 1977

Tessenei es un pequeño rincón olvidado del mundo, una ciudad que apenas figura en los mapas. Está en Eritrea, la provincia más septentrional de Etiopía, asolada por la guerra de secesión que desde hace quince años enfrenta a los guerrilleros nacionalistas con las tropas de Addis Abeba. En el curso de una ofensiva desencadenada en las últimas semanas; los eritreos capturaron Tessenei a los etíopes, tras treinta y cinco horas de feroces combates. "Interviú" estaba allí.

La batalla por Tessenei comienza a las 4,30 de la madrugada del día 4 de abril, Lunes Santo en España, cuando un millar de guerrilleros eritreos salen de los bosques y avanzan hacia la ciudad, guarnecida por mil quinientos soldados etíopes. Con las últimas sombras antes de amanecer, pequeños grupos de comandos se infiltran en las calles desiertas, degollando a los centinelas etíopes. Cuando suenan las primeras ráfagas y el grueso de los asaltantes cruza el lecho seco del río, irrumpiendo en el cinturón de posiciones defensivas enemigas, un centenar de sus camaradas lucha ya dentro de la ciudad por el control de la central eléctrica y el edificio de Telecomunicaciones, la Banca etíope y el aeropuerto.
"Quiero que te mantengas pegado a mí y agaches la cabeza". Kibreab sonríe como los niños, tras su hermosa barba abisinia. Su grupo está compuesto por treinta guerrilleros, ninguno de los cuales cuenta más de veinte años, cuyos pantalones cortos y rostro imberbe les dan un aspecto de "boy-scouts". Han permanecido seis horas inmóviles, tendidos de bruces en la arena, esperando este momento. Prohibido fumar, prohibido hablar. Atentos a las órdenes de su jefe, al que veneran como a un dios. Porque Kibreab tiene treinta y seis años y sabe hacer la guerra.
"Nos vamos. El primero que pise el puente tendrá derecho a la mejor arma capturada".
El puente que comunica Tessenei con la carretera de Asmara está protegido por un blocao de sacos terreros. Los guerrilleros corren entre los arbustos que cortan como navajas, la arena ahoga sus pasos. Pero los etíopes ya están alerta. Una ametralladora crepita delante y las balas trazadoras arrancan chispas anaranjadas a los arbustos. En la oscuridad, gritando "Eritrea" a pleno pulmón, los chiquillos de Kibreab saltan como sombras sobre un decorado irreal de humo y llamaradas. El estallido de una granada ilumina durante un segundo cuerpos acurrucados en el suelo. Un crío, herido o asustado, está llorando ahí delante. Su gemido, miedo o dolor queda rápidamente ahogado por otra llamarada sobre la que se recorta la silueta de alguien que corre enloquecido.
El primer eritreo que cruza el puente no recibe su trofeo. Está muerto. Del grupo de Kibreab, sólo diecinueve guerrilleros se mantienen en pie. Hay cadáveres por todas partes, etíopes y eritreos se han vuelto idénticos ante la muerte. Su aspecto no es agradable, y tú te sientas un momento con los ojos cerrados, la boca seca y una extraña sensación aferrada en el estómago. Un sudor frío te pega la camisa a la espalda. En algún lugar a miles de años luz de aquí la gente va al cine, al trabajo, fabrica niños. Aquí acaban de morir veinte hombres por un puente que ni siquiera figura en los mapas. Pero la guerra es esto, compañero. Y te pagan por hacer un trabajo. Los lectores esperan que les muestres cómo es la guerra, y tú no puedes defraudarles. Van a quedar hartos. Por eso tomas aliento, compruebas la abertura del diafragma, el enfoque y comienzas a tomar fotografías. Que Dios te perdone, pero estos muertos no van a quedar bien si utilizas película de 64 ASA. Hay todavía muy poca luz. Clic. Foto. ¡Qué limpia es la guerra en el cine! Allí no se ven críos de dieciocho años con las tripas al aire. Clic. Foto. Menudo oficio el tuyo, compañero.
A media mañana, la batalla por Tessenei continúa en todo su ardor. Los guerrilleros han capturado todos los puntos claves de la ciudad a excepción de un campo atrincherado y la Banca de Etiopía. Donde los etíopes continúan resistiendo. Media ciudad está en llamas y la población civil, enloquecida, huye a refugiarse en los bosques. Largas columnas de refugiados avanzan por la carretera. La sección de Kibreab recibe orden de entrar en la ciudad para reforzar a sus camaradas que asedian la Banca. El maltrecho grupo se pone en marcha siguiendo el cauce seco de un "uad" (río seco) que discurre junto al campo atrincherado etíope. Los etíopes esperan, pero los proyectiles pasan demasiado alto. Zumban como abejas.
"Si escuchas el zumbido de las balas no debes preocuparte. La que se oye es que ya ha pasado. El peligro está en aquellas que no oyes. Pero no te preocupes, porque da igual. Cuando toca, toca. Cuestión de suerte y de no levantar demasiado la cabeza".
Ese mortero ha caído muy cerca. Demasiado. Cuando te levantas tienes los tímpanos convertidos en un tambor y compruebas que sigues entero. Te entra una alegría feroz. Cuando toca, toca. Pero a ti no te ha tocado, que es lo importante. El guerrillero que te agarraba del hombro no ha tenido tanta suerte. La metralla, o las piedras que saltaron con la explosión. le han rajado a tiras la mejilla derecha. Eres el único que lleva un pequeño botiquín de campaña, pero su contenido es ridículo, Así que cuanto puedes hacer por el muchacho es darle un par de aspirinas y pintarle la cara con mercromina. Tienes la lengua pegada al paladar y una sed de mil diablos, cuando haces un alto en el camino para fotografiar ese cadáver que tiene el rostro hundido en la arena.
La sección de Kibreab entra en Tessenei a las tres de la tarde, pegándose a las paredes como lapas. Hay francotiradores etíopes por todas partes, y al guerrillero que marcha en cabeza le meten una bala en la pierna. En el cine, alguien habría ido a recogerlo desafiando el fuego enemigo, pero aquí los tiros son de verdad. Hasta que los eritreos liquidan al tirador emboscado, el herido se queda en medio de la calle, haciéndose el muerto para evitar que el próximo disparo le dé en la cabeza.
A las dos de la madrugada me matan a Nagash, el muchacho que durante dos semanas a sido mi intérprete y mi cocinero. Los etíopes lanzan un contraataque, se apoderan de una manzana de casas, y los guerrilleros deben desalojarlos con granadas y cuchillo. A esa distancia, luchando casa por casa, las armas de fuego tienen la misma utilidad que una escoba. Los hombres se buscan a tientas en la oscuridad acuclillándose en silencio. Nagash sale de una casa apretándose la brecha del abdomen y, sin un gemido, apoya la espalda en la pared y se desliza hasta el suelo. Tiene dieciséis años, y muere iluminado por el resplandor de los incendios, con los ojos cerrados, sin pronunciar palabra. En memoria de Nagash, sus camaradas no hacen prisioneros esta noche.
El asalto a la Banca se da a las cinco y media de la tarde del martes "santo". El blindado etíope salta tras el impacto de un proyectil anticarro, los guerrilleros cruzan la plaza y penetran en el Banco a la bayoneta. Dos etíopes se rinden y nueve están muertos. Tessenei se encuentra en manos eritreas.
De pie en el centro de la plaza, con los ojos enrojecidos por el humo de los incendios, rebobino la película mientras contemplo el cadáver de Kibreab. Las moscas, eternas compañeras de los muertos, aún no han invadido su cráneo destrozado por un balazo. Murió en el último minuto, cruzando la plaza a la cabeza de sus guerrilleros, gritando "Eritrea" a pleno pulmón. Kibreab era mi amigo ¿saben? Quizá por eso siento una extraña vergüenza cuando coloco nueva película en la máquina fotográfica, enfoco su imagen y oigo el "clic" del disparador. Ha muerto mirando al cielo.


Revista Defensa 01 Eritrea: gracias Barlés:
http://perso.wanadoo.es/lawebdefilemon/Eritrea.htm

Boldai Tesfamicael - 29  de octubre de 2000





«… de sirios y troyanos, oí decir el otro día …»





Gracias Arturo, gracias Salva, gracias compañeros.


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