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La Derrota escribió el día 26/02/2007 a las 18:06
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ANEXO al 04.03.07
Interesante la historia de Hernán Pérez del Pulgar, historiador además de militar:

http://es.wikipedia.org/wiki/Hernán_Pérez_del_Pulgar

http://www.ciudad-real.es/personajes/hernanperez.php



La más antigua referencia a la manipulación de la historia en los artículos de don Arturo:

Viriato y el tambor del Bruch - 14 de noviembre de 1993
Engañado he vivido hasta hoy. Resulta que Sagunto no fue una heroica resistencia de los iberos contra Cartago, sino el primer hito de la autonomia valenciana. Resulta que Viriato no fue, cual rezan los antiguos textos de Historia de España, un pastor lusitano que combatió contra Roma, sino un adalid de la independencia de la ribera del Tajo. Resulta que Lope de Aguirre, ese espléndido animal que sembró de sangre y quimeras la ruta de El Dorado, no era un mitómano vascongado con toda la crueldad y la grandeza del alma hispana, sino un nativo de Iparralde Sur con grupo sanguíneo específico que inventó la puñalada en la nuca. Resulta que Jaume I el Conqueridor como su propio nombre indica no fue rey de Aragón sino de Cataluña, y que los almogávares vengaron a Roger de Flor saqueando Atenas y Neopatria bajo la bandera de la monarquía catalana, bandera que los aragoneses se han apropiado por la cara. Resulta que Rodrigo de Triana no era un sufrido y duro marinero de la española Andalucía, sino que el ceceo con que gritó ¡Tierra a la vizta! se lo debía a su auténtica nacionalidad que era la bereber andalusí. Resulta que, a pesar de las apariencias, Agustina de Aragón, Daoiz y el tambor del Bruch no combatieron en la misma guerra, sino en tres guerras distintas que no deben confundirse, a saber: la que los aragoneses hicieron contra Francia por su cuenta y sin consultar a nadie, la del centralismo madrileño contra el centralismo napoleónico, y la de Cataluña de tú a tú contra otra potencia europea.
Los viejos y venerables textos ya no sirven de nada. Basta darse una vuelta por ahi, visitar cualquier museo o monumento histórico y pedir un folleto y escuchar al guia local, para comprobar hasta qué punto de aqui a poco tiempo no nos vamos a reconocer ni nosotros mismos. Nunca se ha manipulado tanto y tan impunemente como ahora, bajo el pretexto de borrar anteriores manipulaciones. Asi, entre tanto neohistoriador local y tanto soplador de vidrio están dejando la Historia de España, la que a pesar de sus errores y lagunas aprendimos en los libros y con tanto orgullo nos explicaban nuestros padres y nuestros abuelos, hecha un bebedero de patos.
Las bibliotecas siguen ahi, pero los libros se destruyen, se esconden y se reescriben según las necesidades del momento. Las huellas fisicas se restauran a capricho, se borran las inscripciones inconvenientes y se sustituyen por otras más acordes a la nueva realidad histórica. Y cuando no existen, mejor. Asi se pueden crear, sin problemas, simbolos centenarios encargados a artistas del diseño de moda que, si el presupuesto da para ello, pueden, incluso, recubrirlos con la pátina formal correspondiente para que den la impresión de haber estado ahi desde siempre.
La táctica no es nueva. Los apóstoles de la intolerancia, los grandes manipuladores de los pueblos y las banderas suelen recurrir a este eficaz sistema: el nazismo con la cultura europea, o el nacionalismo serbio en los Balcanes, sin ir más lejos. La Historia, la que se escribe con mayúscula, ha sido siempre el principal objetivo, porque es el más molesto y lúcido testigo. Frente a los intereses locales, de tiempo y de situación, lo que une a los pueblos es la historia vivida en común: los asedios, las batallas, las gestas, las victorias, las derrotas, las esperanzas, las desilusiones, los héroes, los mártires, las iglesias, los castillos, las catedrales, los cementerios. Ésa es la espina dorsal, hecha de sufrimientos y de alegrias, de lucha y trabajo, de años y de siglos, sobre la que se encarnan el respeto, la convivencia, la solidaridad.
Sin Historia somos juguetes en manos de los bastardos que cifran su fortuna en llevarnos al huerto. Rotos el pasado y la memoria, asfixiado el orgullo común, ¿que diablos queda? Sólo el escozor de las ofensas, que también las hubo. Sólo la desconfianza y miedo, resentimiento, y esa bilis amarga que nutre el alma negra de las contiendas civiles.
Si. Manipular la Historia es aún más bajo y miserable que utilizar las armas de la etnia, o de la lengua, porque si éstas apuntan al presente y al futuro, lo otro va royendo todo aquello que hizo posible que ni lenguas ni etnias fuesen obstáculo para que diversos pueblos y naciones vivieran en paz y trabajasen juntos. Por eso me inspiran tanto recelo y tanto desprecio esos aprendices de brujo, esos historiadores subvencionados y mercenarios que se venden, por treinta monedas de plata, a los caciques locales que les llenan el pesebre.



Relatos de acciones bélicas protagonizadas por españoles en los artículos de Arturo:


El soldado Vladimiro - 31 de octubre de 1993
"Una vez conocí a un héroe. No era alto ni apuesto, ni le pusieron medallas, ni salió en primera página de los periódicos, ni en el telediario. Nadie aplaudió su hazaña, y ni los políticos ni los generales ni los mangantes que explotan en su provecho las virtudes ajenas hicieron discurso al respecto. Se llamaba -espero que se llame todavía- soldado Vladimiro. Tenía veinte años y se ocupaba de la ametralladora de 12,70 de un blindado de los cascos azules españoles en Bosnia central. De soldado tenía lo justo: no le gustaba la guerra, ni la vida militar. Se había alistado por si se presentaba la ocasión de ver mundo. Después pensaba regresar a la vida civil y estudiar idiomas. Eso, precisamente, lo convertía en un elemento valioso para sus jefes y compañeros legionarios: hablaba un poco de ruso, que es al bosnio lo que el castellano al portugués. Por eso estaba asignado al BMR del coronel Morales, el jefe de la agrupación Canarias.

Una noche el soldado Vladimiro fue un héroe, aunque posiblemente ni siquiera el mismo lo sepa. Intenten imaginar el cuadro: oscuridad, disparos de francotiradores, trazadoras que pasan recortando esqueletos negros de edificios. Hay tensión en el ambiente, y por uno de esos azares de la guerra, aquellos a quienes los legionarios vinieron a socorrer se convierten, de pronto, en adversarios. El coronel Morales, que manda la columna, decide ir, solo, al puesto de mando bosnio para solucionar la crisis. Eso es meter la cabeza en la boca del lobo; en medio de enorme confusión, entre musulmanes armados y muy nerviosos, el coronel ordena por radio a su segundo, un comandante, tomar el mando si no regresa. Vladimiro se ofrece a acompañarlo, pero Morales le ordena permanecer a cubierto en el BMR. Después se aleja en la oscuridad, rodeado de amenazadores milicianos.
Y es entonces cuando el soldado Vladimiro se remueve inquieto, y en la penumbra interior del blindado nos mira a los que estamos dentro. Sus ojos reflejan un pensamiento: no se trata de que el coronel le caiga bien o mal. Simplemente es su coronel, y le avergüenza verlo irse solo. De pronto, lo vemos mover la cabeza como si acabara de tomar una decisión. Precipitadamente, con nerviosismo, se mete dos granadas en los bolsillos. Requiere un Cetme y comprueba el cargador.
-No, si ya verás- murmura como para sus adentros, mientras amartilla el arma-. ¡Esta noche nos van a inflar a hostias!
Le tiemblan las manos y la voz. Pero aun así, con esas manos que le tiemblan, abre el portillo del blindado, se cala el casco, aprieta los dientes para morderse el miedo y echa a correr en la oscuridad detrás de su coronel. Cuando una hora más tarde Morales sale del puesto de mando de la Armija, lo encuentra sentado en las sombras de la escalera, con el Cetme en la mano, esperándolo. Entonces el coronel, que es un legionario bajito, duro y con mala leche, le echa una bronca tremenda por incumplir sus órdenes. Después se encamina hacia la columna de vehículos, siempre escoltado por su tirador, que le sigue cabizbajo.
-¡La próxima vez que desobedezcas una orden te voy a meter un paquete que te vas a cagar, Vladimiro!- Le dice. Después, el coronel se detiene y, aún con gesto hosco, saca un paquete de cigarrillos y le ofrece uno. Y mientras lo hace disimula una sonrisa en un extremo de la boca.
Ocurrió exactamente así…"


Victoria en Somosierra 07.04.02 A.P-R
"Ya era hora. Por fin la Dirección General del Patrimonio se ha cortado un poquito, abriendo expediente para la declaración de Bien de Interés Cultural del campo de batalla de Somosierra, donde el 30 de noviembre de 1808 tuvo lugar la más legendaria carga de caballería de que se tiene memoria, quien la tiene –Balaclava, y lo siento por mi vecino el perro inglés, fue una vil chapuza que se inventó el poeta Tennyson-. Ya sé que todo eso suena ahora a prehistoria caduca, fané y descangallada, y que gracias al denodado esfuerzo de varios ex ministros de Educación y Cultura –como mi admirado Javier Solanas, ese Kissinger del siglo XXI- ni siguiera viene en los libros del cole; pero hay que reconocer que en su momento la cosa tuvo su miga. Y su importancia. El general Dupont acababa de ser derrotado en Bailén por un ejército de guerrilleros, Napoleón Bonaparte en persona dirigía la reconquista de la Península, y en Somosierra diez mil españoles intentaban cortarle el paso hacia Madrid a dieciocho mil fulanos que eran la flor y la nata del Ejército gabacho. A las siete de la mañana había niebla, los de aquí se defendían bien, y el mariscal Víctor –el padre del escritor Víctor Hugo- no conseguía despejar las alturas. Entonces Napoleón ordenó una carga de la caballería polaca monte arriba, directos contra los cañones; y los polacos, que eran chavales muy bien mandados y con los huevos en su sitio, gritaron viva el emperador y toda la parafernalia, picaron espuelas y, bueno. Palmaron unos cuantos, pero se pasaron por la piedra a los manolos de arriba, que al mediodía corrían como conejos…"


"…Tal era mi queja: el olvido y la orfandad suicida a que condenamos nuestra memoria. Pero, tras la publicación de aquello, recibí una puntualización del ayuntamiento de un pueblecito extremeño. Aquí no hemos olvidado, decían. El lugar se llama la Albuera. Y allí, en efecto, el 16 de mayo de 1811 y en plena guerra de la Independencia, 30.000 españoles, ingleses y portugueses, mandados por los generales Beresford y Castaños, avanzaron entre la lluvia y la niebla para situarse ante 20.000 franceses que, dirigidos por el mariscal Soult, pretendían socorrer Badajoz. El combate, durísimo, se prolongó durante cinco horas. Una brigada británica fue aniquilada, siéndole capturadas tres banderas, toda su artillería, 600 prisioneros y sus jefes y oficiales. La división española del mariscal Zayas, registrando incluso las cartucheras de los muertos, mantuvo la línea frente a los asaltos en masa de las columnas francesas, su artillería y la caballería polaca. Y cuando llegó la tarde, Soult se replegaba hacia Sevilla, en el campo de batalla quedaban 10.000 hombres muertos o heridos, y el agua de lluvia corría por los arroyos de Chicapierna y Valdesevilla, roja de sangre…"
Una lección de historia - 18 de mayo de 1997


"…Pues no. Y ahí están las relaciones de la época, para disfrutarlas. Así que hoy, a fin de dar un poquito por saco a los británicos residentes en España que, pese a la ausencia del difunto y añorado perro inglés -mejorando lo presente-, siguen leyendo El Semanal, he decidido refrescar el aniversario. Y la cosa es que el 20 de julio de 1797, hace exactamente dos siglos y seis años, Nelson se presentó ante Santa Cruz de Tenerife con tres navíos de línea, cuatro fragatas, un cúter y una bombarda, y dos días después desembarcó mil fulanos en Valle Seco, bajo el mando del capitán Toubridge. Sólo se trataba, una vez más, de escabechar a unos despreciables y sucios spaniards, trincar el oro e izar la bandera británica. Lo normal. Pero esta vez, en lugar de acojonarse, los despreciables y sucios spaniards le arrimaron tal candela a la fuerza de desembarco que ésta tuvo que regresar a los buques. El día 25 los ingleses intentaron apoderarse del muelle de Santa Cruz, pero la artillería de la ciudad también repartió las suyas y las de un bombero, hundiéndoles el cúter Fox y cañoneándoles los botes donde venían los marines de Su Graciosa. Caía una de tal calibre, que cuando Nelson puso pie en el muelle y levantó el sable, la metralla se le llevó el brazo derecho; así que hubo que devolverlo a su barco, hecho polvo. Después de que los últimos 57 ingleses del muelle se rindieran con bandera blanca, dentro de la ciudad quedaron 340 british bajo el mando del capitán Toubridge; quien, echándole muchos huevos al asunto -las cosas como son-, aún intentaba cumplir su misión. Pero niet. Atrincherado en un convento, con los tinerfeños pegándole tiros desde las azoteas, tuvo que negociar. De farol, como siempre negocian los ingleses, incluso ahora con lo del euro; pero negociar. A fin de facilitar las cosas y ahorrar sangre, el gobernador español, don Juan Antonio Gutiérrez, aceptó que en la capitulación no figurase la palabra rendición -ahí se apoyan los pillines ingleses para decir que no la hubo-. Luego, Toubridge y sus chicos rubios, sacando mucho pecho y todo lo que ustedes quieran, se fueron con el rabo entre las piernas, dejando 44 muertos por las armas, 177 ahogados, 123 heridos y 5 desaparecidos, amén del brazo con el que Nelson le palmeaba la retambufa a lady Hamilton. Que no es, pardiez, un mal resultado de cuartos de final. "
Nelson: 206 años manco - 20 Julio de 2003


"… Atentos a la biografía de mi primo. Guardia marina con quince años, Velasco se fogueó en los intentos por recuperar Gibraltar, en la toma de Orán y en numerosos combates navales contra los corsarios berberiscos. A los treinta tacos era capitán de fragata, y al mando de una de ellas. artillada con treinta cañones, se encontraba en 1742 navegando entre Veracruz y Matanzas cuando le salió al paso una fragata de cuarenta cañones seguida por un bergantín, ambos ingleses. Si lo trincaban entre dos fuegos estaba listo de papeles, así que decidió darse candela con la fragata antes de que llegase el bergantín. Se arrimó al enemigo, que venía muy chulito, empezó el combate, y después de dos horas de sacudirse estopa pasó al abordaje, hizo arriar el pabellón a la fragata inglesa, volvió a su barco, dio caza al bergantín -que al ver el panorama había salido cagando leches-, lo rindió y entró en La Habana con las dos presas. y para no enfriarse, cuatro años después, con dos jabeques guardacostas, tomó al abordaje otro buque de guerra inglés de treinta y seis cañones. La criatura.
Pero lo que grabó el nombre de Velasco en esa Historia de España que ahora, desde la Logse, nadie estudia, fue la defensa del castillo del Morro de La Habana en 1762; cuando, siendo capitán del navío Reina, se le encargó disputar esa fortaleza a la flota de invasión inglesa compuesta por doscientos barcos y catorce mil hombres. En la defensa del Morro, donde la artillería enemiga lo superaba seis a uno, Velasco estuvo treinta y siete días sin desnudarse y sin apenas dormir. Para hacemos idea de cómo se batió, el tío, basta echar un vistazo al magnífico cuadro conservado en el Museo Naval de Madrid: el fuerte soltando cebollazos, los ingleses cañoneándolo, el Cambridge desarbolado y hecho un pontón tras perder a su comandante, tres oficiales y la mitad de su tripulación, el Marlborough remolcándolo, el Dragon apartándose con graves averías y el Stirling huyendo del fuego como una rata. O sea. Rule Britania un carajo."
Reventando perros ingleses - 22 de febrero de 2004


"… El asunto empezó cuando, crecida por lo de Trafalgar, Inglaterra invadió Buenos Aires, en junio de 1806, con mil seiscientos soldados bajo el mando del general Beresford. Como de costumbre, el motivo era altruista y filantrópico que te rilas: devolver la libertad a los pueblos oprimidos por la malvada España, y de paso –pequeño detalle sin importancia– conseguir materias primas y consolidar mercados para el comercio inglés donde hasta entonces sólo podía penetrar mediante el contrabando. Para facilitar esa angelical liberación de los oprimidos, lo primero que hicieron los británicos fue proclamar allí la libertad de comercio –sólo con Inglaterra, por supuesto–, enviar a Londres el tesoro local bonaerense –millón y pico de pesos en oro–, y establecerse militarmente en la zona sin hablar ya de independencia para el virreinato. Al contrario: ante el consejo de ministros, el rey Jorge III declaró «conquistada la ciudad de Buenos Aires». Pero el gorrino salió mal capado: bajo el mando de Santiago de Liniers, españoles y criollos recobraron la ciudad, dándoles a los rubios las suyas y las de un bombero. Con ciento cincuenta bajas, hecho polvo, Beresford tuvo que rendir sus tropas y constituirse prisionero –luego se fugó, faltando a su palabra–, y del episodio quedó un bonito cuadro, poco exhibido en Inglaterra, donde se le ve con la cabeza gacha, entregando el sable a los españoles.
El segundo episodio empezó en enero de 1807. Con veinte barcos y 12.000 soldados, los generales Withelocke, Crawford y Gower volvieron a la carga, tomaron Montevideo –en el acto se establecieron allí enjambres de comerciantes británicos dispuestos a liberar a los oprimidos un poco más– y en junio los ingleses atacaron Buenos Aires por segunda vez. Ahora tampoco hablaban ya de dar libertad e independencia a nadie. Y echaron carne dura al asador: 8.000 soldados veteranos avanzaron por las calles de la ciudad; pero los frenó la gente, peleando casa por casa. «Todos eran enemigos –escribiría el coronel inglés Duff–, todos armados, desde el hijo de la vieja España al esclavo negro.» El ataque decisivo del 3 de julio se estrelló contra la resistencia urbana organizada por Liniers: las tres columnas inglesas que pretendían alcanzar el centro de Buenos Aires, pese a que avanzaron imperturbables dejando un rastro de muertos y heridos, tuvieron que retroceder y atrincherarse, acribilladas a tiros y pedradas desde las ventanas y azoteas de las casas. Resumiendo: recibieron las del pulpo. Luego los porteños, con ganas de cobrarse las molestias, contraatacaron a la bayoneta hasta que «por los caños corrió la sangre». Con casi tres mil fulanos muertos y heridos, los malos tuvieron que rendirse, evacuar Montevideo y regresar a Inglaterra con el rabo entre las piernas. «Jamás creí –escribiría después el general Gower– que los rioplatenses fueran tan implacablemente hostiles.»
Así que ya ven. Este año tocó Trafalgar. Vale. Pero en el 2006 y el 2007 toca Buenos Aires. No se puede ganar siempre. "
El sable de Beresford - 23 de octubre de 2005



"…Por eso me alegra que los coruñeses recuerden aquellos duros días invernales de 1809, cuando el cuerpo expedicionario británico, intentando embarcar ayudado por las tropas españolas y por la población civil, se retiraba ante los ejércitos imperiales mandados por el mariscal Soult, y en pleno combate el general inglés Moore palmó alcanzado por un disparo de artillería. Y allí sigue enterrado el hombre. Una retirada, por cierto, la británica, que como todos los historiadores subrayan –desde los clásicos Toreno y Arteche hasta el contemporáneo Navas con su estupendo análisis de la guerra napoleónica en Galicia–, se hizo a la manera tradicional de esos hijos de puta: con la arrogancia y crueldad anglosajonas habituales, saqueando, quemando y violando, sin importarles un carajo que la pobre gente víctima de su desorden fuese española, gallega y aliada.
Pero, ingleses aparte, lo que se conmemora el próximo fin de semana no es sólo un episodio militar aislado. Rara vez una batalla se limita a eso. La de La Coruña, también llamada de Elviña, marcó para Galicia el comienzo de algo mucho más importante. Los habitantes de aquellos pueblos devastados por unos y otros, la gente harta de que ejércitos extranjeros se pasearan por allí ahorcando, arcabuceando, quemando pueblos y robándolo todo, empezó a cabrearse. A echarse al monte. Y así, las tropas francesas que habían expulsado a los ingleses se vieron pronto acosadas por partidas de guerrilleros que poco a poco incrementaron sus acciones y se hicieron numerosos. Imagínense el cuadro: campesinos, estudiantes, curas con sotana remangada, trabuco y toda la parafernalia, en plan hola caporaliño Dupont, te suena la miña cara, ris, ras. A tomar por o saco. Sólo en una noche, el 2 de febrero, doscientos gabachos fueron degollados por campesinos entre La Coruña y Betanzos. Y así fue a más la cosa, cada uno por su cuenta al principio, hasta formarse un auténtico ejército regular, como ocurrió en el resto de la Península, en una guerra que cuando todavía era estudiada en los colegios la llamábamos guerra de la Independencia –de la independencia de España– y en la que participaron juntos y revueltos, aunque a mucho cantamañanas no le guste recordarlo, gallegos, vascos, catalanes, asturianos, andaluces, aragoneses y demás. O sea: todo cristo…"
El día que palmó Moore - 09 de enero de 2005



Una de almogávares - 29 de mayo de 2005
De ese centenario se ha hablado poco, pues nadie puede hacerse fotos a su costa. Hace setecientos años justos, además de salvar el imperio bizantino del avance turco, los almogávares arrasaron Grecia. Fue un episodio sólo comparable a la conquista de América por bandas de aventureros sin nada que perder salvo el pellejo –que se cotizaba a la baja– y con todo por ganar si salían vivos. Pero en esta España donde los libros escolares no los determina la memoria, sino el pesebre donde trinca tanto sinvergüenza periférico y central, esas historias han sido eliminadas, o manipuladas en beneficio de los golfos que organizan el negocio en plazos de cuatro años: los que van de una urna a otra. El resto importa un carajo. De los almogávares, como de lo demás, no se acuerda casi nadie. Eran políticamente incorrectos. Madrugando el siglo XIV, el emperador de Bizancio pidió ayuda para frenar el avance de los turcos, y la corona de Aragón envió sus temibles Compañías Catalanas. Lo hizo para quitárselas de encima. Estaban integradas por almogávares: mercenarios endurecidos en las guerras de la Reconquista y en el sur de Italia. Sus oficiales, de mayoría catalana, eran también aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. En cuanto a la tropa, el núcleo principal procedía de las montañas de Aragón y Cataluña; pero las relaciones mencionan apellidos de Granada, Navarra, Asturias y Galicia. Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran Aragón, Aragón, y el terrible, legendario, Desperta, ferro. La historia es larga, tremenda, difícil de resumir. Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece mil enemigos, sin dejar con vida –eran tiempos ajenos al talante, al buen rollito y al diálogo entre civilizaciones– a ningún varón mayor de diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como guadañas. Además, entre batalla y batalla –españoles a fin de cuentas– pasaban el rato apuñalándose entre sí por disputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el rosario de la aurora. A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel. Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron. Luego gritaron: Desperta ferro, Aragón, Aragón, y se lanzaron contra el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: no se alzaba mano para herir que no diera en carne. No quedó sólo en eso. Enterados los almogávares de que nueve mil mercenarios alanos –los que aliñaron a Roger de Flor– volvían a su tierra licenciados y con familia, les salieron al paso, hicieron picadillo a ocho mil setecientos y se quedaron con sus mujeres. Después, durante una larga temporada y pese a estar rodeados de enemigos, se pasearon por Grecia saqueando y arrasando, por la patilla, cuanto se les puso por delante. Fue la famosa venganza catalana. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones hasta que con el tiempo, el sedentarismo y el confort, se fueron amariconando –hijo caballero, nieto pordiosero– y quedaron engullidos, como el resto de Grecia, por la creciente marea turca que había de culminar con la caída de Constantinopla. Y ésa, colorín colorado, es la historia de los almogávares. Admitan que es una buena historia. Vive Dios.


"El barco era pequeño y franchute, llevaba rumbo a Villafranca de Nizo, y a bordo, además de los tres frailes españoles –Miguel de Ramasa, Andrés Coria y Eufemio Melis–, iban el patrón, cuatro marineros y cinco pasajeros. A pocas millas de la costa se les echó encima un bergantín turco –en aquel tiempo se llamaba así a todo corsario musulmán, berberiscos incluidos– haciendo señales de que amainasen vela. El patrón se dispuso a obedecer, argumentando que, siendo francés el barco, podrían negociar con los corsarios y seguir viaje a salvo. Pero los tres frailes, súbditos del rey de España, no veían las cosas con tanto optimismo. Ustedes se escapan de rositas, protestaron, pero nosotros vamos a pagar el pato. Por religiosos y por españoles, pasaremos el resto de nuestras vidas apaleando sardinas al remo de una galera, o cautivos en Argel o Turquía. Así que, de perdidos al río, resolvieron cenar con Cristo antes que en Constantinopla. Que el diálogo de civilizaciones, apuntaron, lo dialogue la madre que los parió. De manera que se remangaron las sotanas, se armaron como pudieron con cuatro chuzos, tres escopetas y tres espadas sin guarnición que había a bordo, y amotinándose contra los tripulantes del barco, los metieron con los cinco pasajeros encerrados bajo cubierta. Después pusieron trapos en torno a las espigas de las espadas para que sirvieran de empuñaduras, y se hicieron una especie de rodelas amarradas al brazo izquierdo con almohadas y cuerdas. Luego se arrodillaron en cubierta y rezaron cuanto sabían. Salve, regina, mater misericordiae. Etcétera.
Ahora, háganme el favor y consideren despacio la escena, que tiene su puntito. Imaginen ese bergantín corsario de doce bancos que se acerca por barlovento. Imaginen a esos feroces turcos, o berberiscos, o lo que fueran –veintisiete, según detalla la relación–, amontonados en la proa y en la regala, blandiendo alfanjes y relamiéndose con la perspectiva, en plan tripulación del capitán Garfio. Imaginen la sonora rechifla del personal cuando se percata de que en la cubierta de la presa no hay más que tres frailes arrodillados y dándose golpes de pecho. Y en ésas, cuando los dos barcos están abarloados y los turcos se disponen a saltar al abordaje, los tres frailes –los supongo jóvenes, o cuajados y correosos, duros, muy de su tiempo– se levantan, largan una escopetada a quemarropa que pone a tres malos mirando a Triana, y luego, gritando como locos Santiago y cierra España, Jesucristo y María Santísima, o sea, llamando en su auxilio al santoral completo y al copón de Bullas, tras embrazar las almohadas como rodelas, se meten en la nave corsaria a mandoble limpio, acuchillando como fieras, dejando a los turcos con la boca abierta, perdón, oiga, vamos a ver, aquí hay un error, los que teníamos que abordar éramos nosotros. Con la cara del Coyote tras caerle encima la caja de caudales que tenía preparada para aplastar al Correcaminos. Y así, en ese plan, dejando la mansedumbre cristiana para días más adecuados, los frailes escabechan en tres minutos a doce malos, que se dice pronto, y otros cinco se tiran al agua, chof, chof, chof, chof, chof, y el resto, con varios heridos, pide cuartel y se rinde después de que fray Miguel Ramasa le atraviese el pecho con un chuzo al arráez corsario, «juntándose los dos tanto, que le alcançó el turco a morder en una mano, y acudiendo fray Andrés Coria le acabó de matar». Con dos cojones.
Ocurrió el 21 de octubre de 1634, día de santa Úrsula y de las Once Mil –una más, una menos– Vírgenes. Y qué quieren que les diga. Me encantan esos tres frailes. "
Frailes de armas tomar - 30 de abril de 2006


"…Así que como ves, amigo lector, basta con hojear un libro de Historia anterior a la LOGSE para que en ese tipo de cosas te consideres vengado de sobra. A lo largo de los siglos hubo leña para todos; y cualquiera, hasta el imbatible Nelson y la madre que lo parió, tiene a la espalda tantas horas de gloria como de vergüenza o de fracasos. la diferencia es que los ingleses procuran olvidar sus desastres, o los convierten en gloriosas cargas de caballería, como esa gilipollez de Balaclava - aunque ningún Tennyson compuso poemitas cuando los japoneses les dieron bien por saco la Navidad de 1941 en Singapur -. Mientras que los españoles somos tan idiotas y tan miserables que nos avergonzarnos de las hazañas, o las utilizamos para reventar al vecino."
Esos perros ingleses - 30 de Abril de 2000



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