Foro sobre Arturo Pérez-Reverte
Un lugar de encuentro donde "discutir" sobre la obra del escritor Arturo Pérez Reverte

Herblay escribió el día 15/02/2007 a las 01:23
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Lo prometido es deuda: el Jefe en Sevilla
A dos filas de distancia no parece el perro flaco y cansado que dejaba entrever en El pintor de batallas. Llevaba un año sin verlo, pero el jefe por fuera no cambia. Alguna cana de más en la barba, quizá, pero por lo demás (que apunten las gallinitas), la misma chaqueta de ante, la camisa azul sin corbata, el corte de pelo a lo soldado de infantería algo travieso. Llegó con la sonrisa de quien está encantado de reencontrarse con los amigos (seguro que Fito y Eslava tenían algo que ver, puede que incluso alguna tapa del Becerrita), y se encontró con una legión de seguidores: sepan vuesas mercedes que no me refiero a los sevillanos que, en cola, daban la vuelta a la esquina de Chicarreros esta tarde, no; hablo de las limpiadoras y los seguratas de San Fernando, que aparcaron fregona y walki para ovacionar al Reverte en el patio de la antigua prisión. Las cosas de la historia: en el XVI, desde el mismo edificio en que ayer habló el jefe, dictaban sentencia los jueces sobre esos reos que estaban a cien metros, entre las calles Cárceles y Sierpes. Allí enchironaron a Cervantes, del que iba el cuento de ayer. En fin, que la expectación era máxima, como les gusta decir a los del Carrusel.

Sepan que el jefe participaba en un acto de la Plataforma Pro Museo Atarazanas (que propugna la creación en las reales atarazanas del Arenal de un museo naval, unido a una casa de Iberoamérica) y que tras él debía venir una mesa redonda… Pero se suspendió para que el público tuviese 40 minutos de tanteo preguntón. Aquí, ahora, sólo podréis leer, hermanos, un humilde resumen de la conferencia, que las preguntas, ay, no las vio este pecador. Maldito trabajo.

En fin. En su atril, el de Cartagena defendió que Cervantes fue en su vida y en su obra un soldado de honor, infante de Marina destinado en el Mediterráneo y en cuya tarea pasó por Sevilla. Dijo que su mirada era de las más lúcidas de la literatura, que todo lo que escribía o hablaba, lo escribía o lo decía para todos nosotros, de tal vigencia es su labor. “Nos sigue hablando hoy”, insistía. “Miente como un bellaco quien diga que se burlaba de los libros de caballería. En toda la obra está dándonos codazos de complicidad” que hoy no se entiende, pero sí calaron en su época. El jefe entiende que el Quijote, el hidalgo, no es valiente, sólo cree serlo. “Pero el mundo real se introduce por su armadura” y vemos que no es así (perdonad que complete sus palabras pero, pardiez, corría demasiado!). Alonso Quijano sólo se encuentra de verdad con la muerte en la segunda parte, en Cataluña, y cuando ve la sangre de verdad “calla y mira”, lo mismo que con los corsarios, “que sigue mirando, aunque se espanta”. El héroe, por tanto, nunca existió, defiende Reverte. “Quien fue valiente fue Cervantes”. Para argumentarlo, recordó que fue un “soldado honrado, pobre y gallardo” que fue a Lepanto y cayó preso en Argel. Y eso lo aplica a la primera gran novela, cuando la caballería estaba de capa caída. Contra lo que reacciona Cervantes es contra esos “valerosos brutos” y los que van lamiendo el suelo, los aristócratas corruptos, cuando otros se dejaban la vida, “iban en busca de una muerte atroz”, en las empresas de los reyes en busca de conquistas, oro y especias. No es de extrañar, dijo, que algunos soldados fuesen de “cuchillo fácil” y se embruteciesen en combate, calentando “la sed de justicia y el rencor”. Por eso entiende que Cervantes lo único que hace es atacar los libros malos, pero nunca desprecia aquellos en los que el protagonista demuestra verdadero valor, porque lo aprecia. “Es un error decir que desprecia los libros de caballería”, lo que no quiere es falsos heroísmos. Por eso se busca un “héroe que anda suelto a finales del XV y que usa una armadura de la guerra de Granada”. “No se burla del valor del caballero, sino de lo descabellado de su tiempo”.

Acudiendo a la biografía del de Alcalá, el jefe de la tribu recordó que Cervantes fue soldado después de que lo fuera su hermano Rodrigo, muerto en Flandes con el grado de alférez cinco años antes ¿de Lepanto? No lo tengo claro en las notas. Cervantes estaba orgulloso de su valor y de su herida, de su comportamiento en Lepanto y Argel. No era un soldado sin instrucción, sino con una gran formación humanística adquirida en Italia. “Sabía de la importancia de usar las palabras cultas conocidas ya desde hacía 2.500 años, de la Biblia, de Grecia, de Roma, del Islám…”. Cuando estábamos rodeados de la “barbarie” generalizada en Europa, aquí se vivía un esplendor cultural.

Cervantes sabe perfectamente quien es, insistía para ensalzar el verdadero papel de los soldados, hoy tan desprestigiado (eso lo digo yo, eh). “No es un matarife de su época atento al botín”. “Es un ilustrado, lee, y en consecuencia se mortifica”. Por eso, se imagina el Reverte, debería escribir con una sonrisa melancólica al recordar las viejas batallas. “Su faceta de soldado nos salta a la cara al volver cada página del Quijote”. Incluso, en sus escritos, pone la honra del soldado por encima de la del escritor, son galones ganados en la galera Marquesa. “Cervantes respeta el valor del Quijote porque es el suyo propio. Nadie pone lo que no tiene”, dijo en una de las mejores frases de la tarde. En su paseo perruno por las ventas, las posadas, las cárceles, se le presenta la nostalgia por sus años de armas. Fue respetado por sus captores porque nunca nunca delató a un compañero, por eso sus dueños y amos tuvieron buen concepto de él. “Fue un soldado español, en eso ya se resume toda su honra y su consuelo”, dijo con esa voz de “he dicho” incontestable, antes de empezar con el rosario de “reyes imbéciles”, “políticos estúpidos” y hasta países que hacen de “madrastra”, como esta España. En fin, los lamentos de lobo herido y cabreado que nos da cada domingo, que para algo tiene patente de corso. Aquellos tiempos “eran ya los de Ulises frente a Héctor y Aquiles”. Por eso el Quijote respira el último aliento de los poemas épicos y el primer soplo de la novela. De ahí, hasta que nos estampamos en Rocroi para nunca más ser lo que fuimos.

Cuando en el Quijote se habla de derrota, Sancho lo ve normal, causa del propio arrebato de su amo. Quijano, en cambio, lo achaca al maleficio de los encantadores. Según Arturito, se trata “de un trasunto directo de lo que siente Cervantes, que cree que las malas pasadas de guerra provienen del destino, de la mala suerte”. Cervantes tuvo una impecable hoja de servicios, “veía esa imagen cada día en el espejo”, pero ni por esas le dejaron irse a América, como quería. El suyo era un valor sin recompensa, unan lástima en un hombre que rechazaba la artillería porque no le gustaba matar de lejos, “porque era de gente cobarde, sin brío ni coraje”. Ya sabemos de dónde sacó el comentario el jefe para ponerlo en boca de don Jaime Astarloa. Vivan los floretes. Ese era el último mal “de esta edad tan detestable en la que vivimos”, escribió entonces Cervantes.

El valor del Quijote, dice, sólo queda probado en tres puntos: el enfrentamiento con el señor de los Espejos y la Blanca Luna y el único duelo que se le conoce con el Vizcaíno. En la segunda parte, Quijano “empieza a dudar, el valor se diluye y es cuerdísimo a veces y valiente a ratos”. Toma el valor en préstamo a Cervantes. Reverte comparó a Cervantes con Lope, ambos soldados en su mocedad, ambos infantes de Marina, ambos escritores más tarde. Lope, que sirvió en las Islas Terceras, fue un tipo de éxito, le fue todo bien después y no se vio en la necesidad de recordar todo lo malo y lo heroico que pasó de uniforme. Cervantes, forjado en las galeras de Levante, en Nápoles, en Lepanto, en Grecia, en los puertos corsarios del norte africano, aguantó de todo y no logró ni éxito ni dinero. “Fue un fracasado para quien la memoria fue su único patrimonio”. Su orgullo principal fue siempre la lucha contra el turco y sobre todo el 7 de octubre de 1571, “la más alta ocasión que vieran los siglos”. Sus heridas eran de guerra y no de una taberna, decía en sus sonetos. “Mas por Dios que no fue él, fue su tiempo quien lo hizo”, repitió Reverte. ¿Os suena, no?

Más dijo: que Cervantes pudo contar lo que mide un espolón de abordaje porque sus pies lo midieron más de una vez, y por eso tiene la precisión del mejor cronista. Que en Lepanto tuvo fiebre pero que, en vez de quedarse metido debajo de cubierta, pidió que lo pusieran en primera línea de batalla, en una noche de viento y lluvia. Hubo 180 bajas, 40 de ellos muertos, “peor que en Trafalgar”. Hermanos, acababa de cumplir 24 años… Que tenía su herida de entonces por hermosa y que el Quijote no encarna el alma ibérica: sí tiene partes de lucidez, pero no es por el hidalgo, sino por la propia lucidez cervantina, entiende. España entonces era de los venteros, los arrieros, los curas y los bachilleres. Dice que esos viejos ecos nunca mueren y que es hora ya “de sacudirnos las telarañas y abrir las ventanas”. Que la memoria es un peligro, es el más lúcido testigo, siempre que no se sea un “mercenario al que le llenan el pesebre”. Cervantes ayuda a comprender que, “frente a los intereses locales, hay una historia, que es la vivida en común” entre todos los pueblos de España. Que el Quijote es el libro del final de una vida, que Cervantes ama a España por vieja y desdichada, que su vida fue “una vida muy bien caminada” y por eso su dolor viene de la lucidez y el desengaño. Que mejor no leer el Quijote en serio hasta que se han cumplido 40 años de vida, y que es una locura darlo a leer completo en las escuelas. Y que a nadie se le olvide nunca cuando lo lea la sonrisa de héroe cansado que tenía su autor cuando lo acabó.


Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Ya dije antes que no me pude quedar al (imagino que jugoso) turno de preguntas. Ahora os hago a todos una pregunta: se supone que el jefe estaba escribiendo un libro con Cervantes como eje principal, y ya vemos que se está documentando de lo lindo. ¿Alguien me dice para cuándo vendrá la joyita? Ya sé que tuvimos un parto reciente con el capitán, pero estoy deseando que alumbre otro tocho de los suyos. Bueno, hermanos, ha sido un placer cumplimentaros humildemente. Ojalá no vuelva a pasar tanto tiempo sin veros. Mientras, que Dios o el Diablo os guarde.


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