“ El autor al desnudo”.

 

Domingo, 14 de mayo de 2006

 

Arturo Pérez Reverte presentó su nueva novela, 'El pintor de batallas', en un ejercicio de introspección íntima

 

TEXTO: FÁTIMA VILA / FOTO: GONZALO HÖHR / CÁDIZ

 

La consciencia tiene un primer azote punzante y amargo. Bofetada caliente en la mejilla, áspera percepción tras la tramoya de lo real. Más tarde, apenas para unos pocos, llega el alivio de la cultura, el raro bálsamo de quien consigue aprender que no somos tan distintos a las fieras. Arturo Pérez Reverte asumió su última novela como un viaje por el interior de sí mismo, un reencuentro con los fantasmas e imágenes que lo han convertido en quien es, un creador melancólico y a veces sombrío aunque capaz de atrapar a tiempo el calor del sol al amanecer. Ayer, en el marco de la XXI Feria del Libro de Cádiz, el escritor y académico reconocía en El pintor de batallas una «dosis mayor de sí mismo», una novela en la que ha hecho «algo más que contar una historia».

 

«Por primera vez en mi carrera he querido ir más allá, dar una imagen del mundo y de los hombres que viven en él», asegura el autor que ha dado vida a una instantánea de contornos crueles. «El humanismo cristiano y la idea de progreso nos han hecho creer durante siglos la mentira de que el hombre es bueno por naturaleza cuando es un animal tan peligroso como el lobo o la serpiente. La diferencia es que hemos tenido más suerte y nuestra genética nos ha convertido en los jefes. Eso no quiere decir que no alberguemos los mecanismos básicos de la depredación, para procrear y marcar el territorio meando por las esquinas. Sólo cuando aparecen Sarajevo, el Tsunami o las Torres Gemelas el individuo vuelve a su realidad antigua», aseguró.

 

Calmado y taciturno en medio de la calurosa mañana, Pérez Reverte reivindicó la cultura como único pretexto «para salvarnos un poco», un asidero «que no soluciona nada pero ayuda a sobrellevarlo». «Me siento en territorio hostil desde que tengo uso de razón. Desde niño aprendí que 'esto es lo que hay aunque existen mecanismos para paliarlo': el arte, la música... El mundo está cada vez más lejos de esos mecanismos de consuelo. Antes había una justificación, la gente era inculta porque no tenía más remedio. Ahora quien no sabe que hay bombardeos, explotación sexual o miseria es porque no quiere», defendió.

 

El autor de El capitán Alatriste o La carta esférica une la creación de su nueva novela con «aquel momento en que descubrí que iba a morir». «Creo que hay que estar preparado para asumir la muerte con estoicismo y serenidad romanas. Eso pasa no sólo por entender todo lo que de terrible y doloroso tiene la vida, sino también por saber que frente a ello nos queda la memoria, el amor, la amistad, la dignidad, el arte, la cultura...»

 

«Vi el final de esta novela un día navegando al amanecer. Atraqué en la playa y un rayo de sol me calentó la cara. Comprendí entonces que no pasa nada, que no es tan grave vivir siempre en territorio enemigo pero con millares de mecanismos, como aquel sol, para el consuelo y la serenidad».

 

El autor también tuvo palabras críticas para ese mundo en el que «ha habido un proceso de apropiación de la imagen por parte del mercado y la estupidez». «Goya es el último pintor honrado», capaz de mostrar terribles imágenes sobre la condición humana en las que aún no existe ese mercantilismo que ha convertido a los fotógrafos de guerra en decoradores de moda. «Dejamos muy indefensos a los niños frente al horror. Les mostramos un mundo en el que nadie se muere ni tiene enemigos, ni es feo, infeliz o se le caen las tetas. Hemos olvidado cosas que nuestros abuelos tenían muy claras y nos horrorizamos cuando vemos a la gente tirarse de las Torres Gemelas. ¿Es que nos creíamos que estábamos a salvo? El imbécil que por culpa propia o ajena renuncia a 3.000 años de experiencia y es incapaz de identificar al Caballo de Troya no sé hasta qué punto merece compasión».

 

En torno a un hombre obsesionado por la elaboración de un cuadro sobre la batalla definitiva, la última novela de Pérez Reverte ha servido además para que el autor de La Tabla de Flandes firme su relato de amor más perfecto: «Hasta ahora siempre había hablado de amores frustrados y atormentados. En El Pintor de Batallas hay una historia de amor magnífica con nacimiento, desarrollo y desenlace. En la que el recuerdo del amor sirve de consuelo para la vida».

 

Vida y mujeres

 

«La figura femenina es la que ayuda al protagonista a encontrar en el arte un bálsamo ante el sufrimiento. Forma parte de un símbolo muy personal. Creo que todo poso intelectual en el hombre, toda aproximación lúcida hacia la existencia llega a través de la mujer. Ya sea en forma de amante, madre, amiga o hija, si hay algo de lo que me siento contento y orgulloso es de lo que la palabra mujer ha dejado en mi vida. Yo no sabría lo que es vivir, nacer, morir o parir sin todas aquellas mujeres inteligentes que me han marcado. Siempre he pensado que el varón debe sentirse orgulloso por dos cosas: por los amigos que darían la vida por él y por las mujeres por las que él daría la vida».

 

Periodista curtido en conflictos internacionales, Pérez Reverte reflexionó sobre el delicado papel del informador frente a la guerra. «Ahora el reportero bélico tiene que dar muchas más excusas morales para justificarse. Yo me fui a la guerra porque era estupendo para un joven. Había chicas, alcohol, riesgo y adrenalina. Era un hijo de puta muy bueno, un mercenario cualificado y muy bien pagado. Joven y cruel como tantos otros. Sólo el tiempo hace que, poco a poco, vayas acumulando imágenes, dándote cuenta de que has hecho cosas malas y de que hay otras tantas que no hiciste. Entonces, descubres el significado de palabras como caridad, solidaridad, compasión. Ves la cara de tu hija en los ojos de un niño que sufre... Un día, cuando eres mayor y cuentas con esas palabras, hay fantasmas que te piden explicaciones. Es cuando te toca decir algo. Yo escribo novelas para hacerlo», confesó.