No existe ninguna posibilidad de un “nunca más”.

 

Miércoles, 03 de mayo de 2006

 

Dice que el mundo no aprendió nada. Y que el niño que hoy padece mañana será verdugo de otros.

 

POLÉMICO. "La Argentina vio lo que era como país cuando llegó al extremo". (E. Migueléz)

 

Hernán Brienza. ESPECIAL PARA CLARIN

 

Sentado en un sillón de pana, frente a un gran ventanal, Arturo Pérez Reverte, un hombre magro y de cara angulosa, de barba entrecana y voz decidida sentencia con crudeza: "No hay posibilidad de un 'nunca más'. El que piensa eso, es un imbécil. El mundo no ha aprendido nada: pasó el Holocausto y aquí estamos, seguimos en guerra". Recién llegado a Buenos Aires, el autor de la saga de El Capitán Alatriste viajó a la Argentina para presentar en la Feria del Libro —hoy a las 19.30 en la sala María Esther de Miguel— El Pintor de batallas, una novela diferente a las que había escrito a lo largo de su carrera literaria. Se trata de una obra más íntima y alejada de la literatura de aventuras que lo hizo célebre.

 

La historia de la novela es mínima: un fotógrafo corresponsal de guerra pinta en una torre frente al mar un cuadro en el que intente explicar el principio y fin de todas las guerras. Hasta que es interrumpido por un soldado croata que llega para matarlo. La razón: una fotografía tomada por Faulques —el pintor— en la ex yugoslavia arruinó su vida. El libro —tal vez el más acabado de la producción de Reverte— es también un tratado sobre la inquietante moral que lo caracteriza e incluye sus obsesiones: la guerra, la miseria humana, el mal, la culpa y la responsabilidad.

 

—¿Por qué en este libro usted utiliza reiteradamente la palabra "lucidez" y la convierte en central para su obra?

—Es la única virtud intelectual útil. El mundo se divide entre lúcidos y no lúcidos. Entre gente consciente de lo que es la realidad de la vida y gente estúpidamente anestesiada. La lucidez no se elige, es como un virus, la tomas o no. Es un don doloroso y esta novela es un ejercicio de esto.

 

—¿La lucidez no lleva al escepticismo y al cinismo?

—No. El cinismo es una patología de la lucidez.

 

—¿Reducir el hombre a la situación de guerra no lo simplifica?

—Al contrario, yo no he visto nada en la guerra que no haya visto en la paz. En la guerra todo se da con mayor intensidad. Hace hervir al ser humano hasta dejar su esencia más espesa, con lo bueno y con lo malo, evidentemente. En mi novela digo que si quieres saber como es un hombre hay que enfrentarlo a la guerra como símbolo del extremo. Argentina vio lo que era como país recién cuando se enfrentó al extremo. Pero no ha sabido llegar hasta el final.

 

—¿Cómo sería llegar al final?

—Hay un momento en mi novela que digo que cada vez que veo un superviviente me pregunto qué hizo para seguir vivo. La gente piensa que es bueno olvidar y no hablar de los momentos duros. Pero los momentos duros hay que apurarlos hasta el final y asumirlos. ¿Qué hiciste para sobrevivir al campo de concentración, abuelito? ¿Qué hiciste para sobrevivir a la guerra sucia, papá? Cuándo no asumes lo que hiciste, te estás engañando a ti mismo y a tu entorno. La Argentina no se hizo esa pregunta y en España tampoco. Toda supervivencia es sospechosa. El ser humano debe asumir su lado oscuro, sus complicidades, sus claudicaciones. La palabra "perdón" enmascara mucha cobardía.

 

—En su novela usted muestra la peligrosidad de mostrarse a uno mismo como bueno ¿Por qué?

—No hay nada más peligroso que un hijo de puta convencido de que es bueno y que tiene buenas intenciones. Sospecho de la bondad. Ya nadie es inocente. Antes podía haber incultura, pero ahora con Internet y con la televisión ¿que alguien me diga que no sabía, que no lo pudo prever, que no lo puede entender? Pues, si tenemos tres mil años de memoria documentada... No sabe usted que hubo una Troya y un Bizancio. No puede creer lo de las Torres Gemelas: ¿pero usted es gilipollas? La gente quiere creer que es buena. Y la realidad es que ni el mundo ni el universo tienen sentimientos.

 

—En El pintor de batallas no hay lugar para el perdón ni la compasión...

—La pregunta del millón es hasta qué punto es legítimo compadecerse de un gilipollas que sabe que hay tsunamis y se va a veranear a un hotel de lujo en una playa o de quien vive en el piso 56 de una Torre Gemela porque tiene una vista cojonuda. ¿Por qué quién no quiere aprender de la historia debe ser compadecido? ¿Occidente no tiene lo que se merece? Hasta qué punto los Bush, los Bin Laden, los Videla, los Franco o los Hitler no son sino consecuencias de nuestra propia estupidez e ignorancia y el no querer ver la realidad? Eso te lleva a un consuelo técnico extraordinario ¿Por qué debo sufrir si el niño al que veo padecer hoy mañana será el verdugo? Si el niño que veo en la foto del Gueto de Varsovia más adelante estará rompiéndole un brazo a un palestino. O el niño palestino se cargará a 20 tipos en un mercado.

 

—¿Con este argumento no se disemina la culpa y se elude encontrar responsables?

—Yo soy responsable del tipo de la picana y tú también. Porque somos parte del tejido. Es más, tú y yo, debidamente mentalizados o ideologizados, podemos usar tranquilamente la picana o el cuchillo de degollar. Hitler, Bush, Perón o Rodríguez Zapatero no son más que las manifestaciones simbólicas de la sociedad que los genera. Toda sociedad tiene sicarios. Y después se los condena y la sociedad dice: "No, yo no sabía nada, llévenselo, que era éste". No hay líneas que separen el mal del bien. En el mal puede haber bien y decencia y dignidad y coraje y en el bien puede haber lecciones de cobardía absolutamente abyectas.

 

—¿Su libro es una justificación de por qué usted es un sobreviviente de la guerra?

—Sí, también. Me estoy justificando, pero parto de la asunción lúcida de mi memoria, no de la negación. No es lo mismo un analgésico que un anestésico.

 

Perez reverte básico

CARTAGENA, ESPAÑA, 1951. PERIODISTA, ESCRITOR

 

Pérez Reverte es un periodista duro. Fue reportero de guerra durante 21 años y cubrió las guerras de Malvinas, del Líbano, de la ex Yugoslavia, entre otras. Es miembro de la Real Academia desde hace tres años. Su producción literaria está marcada por sus experiencias en los distintos frentes de batallas. "Territorio comanche" es el mejor ejemplo de eso. Durante muchos años, su escritura se centró en la novela de aventuras como "La Tabla de Flandes", "El Club Dumas" y la saga que lo hizo famoso en todo el mundo: "El capitán Alatriste", cuyo capítulo sexto verá la luz para fines de este año. Así escribe

—¿Ya sabe por qué el ser humano tortura y mata a los de su especie?... En esos treinta años de fotografías, ¿obtuvo una respuesta?

Faulques se echó a reír. Una risa corta, sin ganas.

—No hacen falta treinta años. Cualquiera puede comprobarlo, a poco que se fije... El hombre tortura y mata porque es lo suyo. Le gusta.

 

—¿Lobo para el hombre, como dicen los filósofos?

—-No insulte a los lobos. Son asesinos honrados: matan para vivir.

 

—Y cuál es, a su juicio, la razón de que el hombre torture y mate por gusto?

—La inteligencia, supongo

 

-Qué interesante.

—La crueldad objetiva, elemental, no es crueldad.