La pasividad también es un crimen aunque eso no se reconoce en occidente

 

Domingo, 30 de abril de 2006

 

En “El pintor de batallas”, un ex fotógrafo de guerra pinta un fresco circular en el que trata de fundir todo el horror de las guerras de las que ha sido testigo. Es la última novela de Pérez-Reverte, donde rescata sus recuerdos y los fantasmas de su pasado como reportero.

 

Texto de José Martí Gómez

Fotos de Carlos González Armesto

 

Sinopsis de “El pintor de batallas” según la solapa del libro:  En una torre junto al Mediterráneo, en busca de la foto que nunca pudo hacer, un antiguo fotógrafo pinta un gran fresco circular en la pared: el paisaje intemporal de una batalla. Le acompañan en la tarea un rostro que regresa del pasado para cobrar una deuda mortal y la sombra de una mujer desaparecida diez años atrás”.

 

Arturo Pérez-Reverte ha estado dos años trabajando en la novela –editada por Alfaguara-. Quería una narración desnuda, de periferia estática, en la que hubiese más reflexión que acción o, dicho de otro modo, donde la acción llegase al lector a través de la tensión en los diálogos que mantienen los personajes a partir del rebobinar continuo de su memoria. Si ese era el propósito del autor, lo ha logrado.

 

El croata Ivo Markovic es el personaje que un día llega a la vieja torre en la que el ex fotógrafo pinta en la pared una batalla en la que trata de fundir todo el horror de las guerras de las que ha sido testigo.

 

Ésta es una entrevista en la que el entrevistador asume en parte el papel de Ivo Markovic, formulando a Arturo Pérez-Reverte algunas de las cuestiones que él pone en boca de sus seres de ficción.

 

Como el pintor de batallas, también usted ha sido testigo de revoluciones y guerras. Su novela, ¿es un resumen de lo que ha visto o una conclusión? ¿Se limita a reproducir lo que vio? ¿Intenta explicarlo? ¿Es la resaca de la memoria?

He llegado a un momento de mi vida en la que trato de reflexionar sacando de la mochila recuerdos, remordimientos incluso, memoria, fantasmas … Ese ruido está en la cabeza y uno no puede dejar de oírlo. Escribir es justamente una forma de apagarlo, una forma de ordenar todo eso, de reflexionarlo, de convivir con ello. Es convertir pesadillas en fantasmas. La pesadilla es algo que te horroriza, que te despierta de noche, que te atormenta, que te da desasosiego. Lo segundo, el fantasma en el sentido clásico, homérico, es el espectro que te acompaña, a veces melancólico, triste, pero con el que convives porque es una compañía tolerable, a veces incluso grata. “El pintor de batallas” me ha permitido convertir pesadillas en fantasmas.

 

¿Es el sedimento final, la culminación de un proceso personal, profesional?

Tengo 54 años, pero sí diferente a la que hubiese tenido de ser arquitecto, abogado o contable de una  empresa. Un día cargué con una mochila y a partir de ese día me pasaron cosas e hice cosas que de niño eran sueños que quería ver convertidos en realidad al hacerme mayor. Crucé esas líneas de sombra que todo joven intenta cruzar de una u otra forma. He vivido pagando el precio correspondiente; tengo canas en la barba y marcas en la cara. “El pintor de batallas” es una novela que creo he escrito en el momento justo. Antes no hubiese podido escribirla porque no tenía la serenidad de espíritu necesaria para poder mirar hacia atrás, y más adelante quizá ya me hubiese resultado indiferente.

 

 

¿Llega uno a endurecerse lo suficiente?

Cualquier periodista, sea redactor de sucesos o de política nacional, se endurece. El endurecimiento es una consecuencia lógica del oficio de periodista, y si no tienes unas condiciones iniciales de dureza, no es soportable trabajar como corresponsal de guerra. Me han preguntado muchas veces si no he sufrido viendo morir niños en hospitales desbordados o viendo llegar a una morgue decenas de cadáveres. Claro que sufro, respondo. Pero el mío no es el sufrimiento que tiene un ama de casa o un señor en el metro. Es un sufrimiento profesional tamizado. No puedo estar llorando, sufriendo por cada niño muerto, y no es por falta de sensibilidad. El corresponsal de guerra necesita crear una actitud profesional, una técnica ante el horror que le permita hacer su trabajo. No se le puede pedir que cada víctima inocente sea para él un agobio sentimental.

 

¿Cuándo dejó de dolerle lo que veía?

Curiosamente, me empezó a doler cuando dejé de convivir con el horror. A los 20 años, con la cabeza llena de aventuras, quería viajes, chicas, adrenalina, peripecias que contar. Tenía la ambición que tiene cualquier joven por el mundo fascinante que es la guerra, porque digan lo que digan la guerra es eso, un mundo fascinante para un joven que la vive sabiendo que está de paso y que igual que entra en ella se puede ir. Cuando pasó el tiempo fui dándome cuenta de que aquella niña muerta tenía la cara de mi hermana pequeña, vi a un abuelo que me recordó el rostro del mío y a un hombre y a una mujer con las caras de mi padre y de mi madre, llorando desconsolados ante su casa en ruinas … Poco a poco fui descubriendo que todo ese dolor ajeno tenía algo que ver conmigo. A partir de entonces, las guerras me fueron doliendo más.

 

Conversando con veteranos corresponsales de guerra, Robert Fisk, Tomás Alcoverro y Bru Rovira, percibes que en el plano personal su balance es desolador …

Es la verdad. Al principio, todo lo que ves en una guerra te es ajeno. Al final, todo te resulta próximo. ¿Cómo solucionar esa inesperada complicación? Asumiendo el horror. El problema es no asumirlo, es repetirte que lo que has visto has sido horrible, intolerable. No puedes seguir viviendo inmerso en ese mundo de recuerdos. Debes decirte que todo ese horror que has vivido forma parte de la vida. Yo partí hacia las guerras con una ventaja: había leído mucho. Cuando salí de mi casa con una mochila ya había traducido a Homero y a Virgilio y a Jenofonte y sabía lo que era Troya y quién fue Ulises y cómo eran los dioses a los que no se les pueden pedir responsabilidades. Con ese bagaje, cuando empecé a formularme preguntas sobre las guerras de las que era testigo, cuando empecé a ser permeable, a contaminarme de la guerra en el sentido de que percibo que empieza a afectarme en lo personal, recurro a los clásicos y me digo: no te horrorices, macho, que esto es Troya, es que todo esto ya pasó hace tres mil años. Mi formación no actuó como anestesia, sino que me ayudó a asumir la realidad. ¿Cómo asumirán la realidad del horror los jóvenes que no llevan Troyas en sus mochilas? Es una pregunta interesante.

 

¿Cómo cree que la asumirán?

Con una desolación enorme. ¿Qué les pasa a esos chicos cuando caen las Torres Gemelas, cuando Milosevic golpea, un terremoto asola …? ¿Qué pasa por sus cabezas cuando ven que toda su familia, sus juventud, toda su vida se van al carajo en un ¡pum!? ¿Con qué mecanismos de salvación van a protegerse del horror de la realidad, del campo de minas en el que vive el ser humano? Les estamos dejando desnudos, vulnerables frente a un mundo que es muy peligroso, muy hijo de puta, un territorio muy hostil, simplemente malvado. El universo no tiene sentimientos, mata sin pasión, que esa es otra. El ser humano mata por lujuria, por ambición. Pero el universo mata porque ese día toca volcán, terremoto, tsunami … y a tomar por saco, ¡pum!, y Pompeya se hunde en la miseria.

 

La guerra del reportero de guerra es como la del soldado: una pequeña parte de acción y el resto tedio y espera. ¿Cómo le pesaba el tedio? ¿Cómo mataba la espera?

Leyendo. Toda mi vida he llevado libros en la mochila. Hay esperas en que lo malo es pensar. La espera no se hace más soportable leyendo, pero sí más normal: leía y me decía que todo forma parte de un proceso que se repite desde hace miles de años.

 

¿Somos producto de reglas ocultas que rigen el universo?

Sin duda

 

¿Qué relación existe entre simetría, caos y destino? ¿Las manos del hombre, la naturaleza y el destino se funden en un mismo magma?

Estamos en un tablero y solamente vemos peones que se mueven, caballos que nos pasan por encima, reinas que cambian de casilla …, y nos decimos: esto es un caos. Pero en el momento en el que los libros, la cultura, la reflexión o la inteligencia te dan la capacidad para alejarte del tablero, ves que hay muchas casillas y piezas blancas y negras y un movimiento armónico de las piezas, que existe una regla. Con los años he ido adquiriendo la certeza personal de que en el tablero del universo hay armonía, unas reglas cósmicas ineluctables. No vemos el pictograma, pero está ahí y se impone por mucho que queramos ignorarlo. ¿Sabe una cosa? A mí, la caída de las Torres Gemelas me consoló.

 

¿…?

Estoy hablando a una personal inteligente.

 

Yo lo pondría en duda.

De pronto…

 

Me he sumido en el silencio esperando la explicación del porqué de su consuelo ante la caída de las Torres Gemelas.

Las Torres Gemelas me dieron la razón. Yo llevaba veinte años viendo torres gemelas, contando su desaparición. Occidente, acostumbrado a sus torres de cristal, a sus edificios inteligentes y al autoengaño maravilloso con el que vivimos, repetía que eso sólo podía pasar entre negros y moros. Oye, perdona: las reglas son para todos. Que hasta el 11-S Occidente hubiese tenido suerte, privilegios o inteligencia para mantener a salvo sus torres gemelas no quería decir que fuera inerme a la destrucción. El horror ha llegado de pronto a Nueva York, Madrid  o Londres, pero yo sabía que ese horror era normal. Sabía que lo anormal era que no pasara nada. ¡Qué horror, es increíble!, repetía la gente viendo tanta muerte. Pero no seáis gilipollas, les decía yo. ¿Cómo va ser increíble si llevo veinte años contando horror? Leed a los clásicos, repasad visualmente la historia de la pintura, de la fotografía … El cosmos me da la razón.

 

Arthur Koestler escribió que una escritura invisible rige la vida. ¿Estamos hablando de lo mismo?

No lo sé. Creo que la palabra autoengaño es fundamental. El ser humano hace mucho tiempo que ha negado su naturaleza. Llevamos tres mil años de cultura escrita y en vez de utilizarla para adiestrarnos en la cotidianidad del horror, para asumirlo como parte del juego en el que estamos inmersos, la utilizamos para negarlo. La ruptura con el vínculo de la realidad es reciente, de hace medio siglo, cuando en Occidente se inicia un periodo de bonanza, sin guerras.

 

La Europa que se ha definido como “El Balnerario” …

Exactamente. Vivir en ese oasis de paz y prosperidad nos ha perjudicado en lo intelectual, nos ha hecho perder el contacto con la realidad que tenían nuestros abuelos. ¿Quién de ellos no vivió una guerra, una peste, una epidemia que les mantenía despiertos? La reflexión sobre el autoengaño lleva a una pregunta interesante y también peligrosa: ¿hasta qué punto se debe tener piedad?

 

¿Piedad o compasión?

Esa es la cuestión. Es mucho más difícil tener compasión que piedad. ¿Hasta qué punto debes compadecerte de un mundo que se niega a utilizar tres mil años de utilísima memoria escrita? La reflexión te lleva a un lugar muy peligroso, incómodamente intelectual. Dices: puedo sentir piedad por usted, pero no me pida que le compadezca. En este mundo, lleno de ONG y tonterías, ¿cómo explicas la diferencia entre piedad, caridad y compasión?

 

¿Cuándo las imágenes dejaron de ser testimonio para pasar a formar parte de la escenografía que nos rodea?

He visto cuanto fotografía se puede ver y he confirmado una sospecha: una imagen ya no vale más que mil palabras. Eso es mentira porque hoy ves la fotografía de un hombre muerto en Angola y no sabes si se publica porque ese hombre es realmente una víctima de la guerra o por ser el anuncio de una marca de ropa o la imagen que ilustra la petición de dinero de una ONG. Hacen falta palabras para interpretar una foto. Antes, ¿no? Quizá antes también estuviésemos engañados y no supiésemos ver que la famosa foto de Robert Capa captando el instante en el que un miliciano muere mientras salta desde una trinchera es mentira.

 

Usted también desmitifica el “Gernika”, de Picasso.

Sí. La iconografía occidental pierde el rumbo a partir de Goya. Él es el último que nos asoma de verdad al horror. Tras Goya ya todo es mixtificación, el horro pasa a forma parte del mecanismo del mercado. El “Gernika” es una obra maestra desde el punto de vista pictórico, pero bélicamente es un fraude. No niego su valor artístico, pero como autoridad en guerras puedo afirmar que ese cuadro no refleja el horror de la guerra, que sí está presente, sin ser una pintura bélica, en el duelo a garrotazos de Goya: a un lado del cuado, unos que se matan; al otro lado,  el paisaje impasible.

 

¿Las atrocidades que se cometen en toda guerra las llevan a cabo anormales o gente normal?

Gente normal haciendo cosas normales como torturar, violar o matar a sangre fría. Uno de los lugares sin salida a los que nos ha llevado el proceso del humanismo cristiano es a hacernos creer que todo tiene solución, que el hombre evoluciona hacia el bien. Es un proceso que nos lleva a creer en el diálogo y que todo tiene solución.

 

Y usted no cree que eso sea cierto.

No.

 

Hay en su novela un párrafo que impresiona: antes de ser asesinada junto a su hijo, la mujer serbia es violada toda la noche por soldados croatas, pero pese a sus gritos ningún vecino sale a la calle para ver qué pasa, nadie enciende una luz.

Eso enlaza con lo que estamos hablando: tendemos a pensar que el mal está fuera. Ha muerto Milosevic, el malvado. No, oiga, perdone: Milosevic somos nosotros. Quien no se asoma a la puerta cuando oye los gritos de una mujer soy yo. Quien hace posible que existan Milosevics soy yo. El niño palestino al que hoy dispara el soldado israelí mañana será el que con una carga explosiva matará a veinte personas en un autobús. El cristianismo nos dio una excusa excelente: la del bien y el mal, los buenos y los malos, pecadores y santos … Una falacia, porque la pasividad, la complicidad del silencio, también es un crimen aunque eso no se reconoce en Occidente. Aquí vivimos instalados en la buena conciencia del “yo no he hecho nada”. Tú no has hecho nada, pero has dejado que a tu vecino judío lo llevasen a un campo de exterminio y has sido tan culpable como el cabrón que se lo ha llevado. Es que yo no sabía … ¿Cómo podía yo imaginar …? Yo pensaba que … La puta buena conciencia de la gente bondadosa. A veces las buenas gentes son más culpables que los carniceros del horror que sostienen en sus manos cuchillos ensangrentados.

 

El arte, ¿Impasible herramienta para contemplar la vida una vez se está de vuelta en muchas cosas?

Sí.

 

Su novela describe la belleza de algunas armas. Nunca había pensado que las armas pueden ser bellas…

Creo sinceramente que la obra de arte que simboliza el siglo XX no es el urinario de Duchamp sino el kalashnikov, símbolo de toda una época. Tengo uno en mi casa, que me traje de Yugoslavia cuando me retiré del periodismo. Yo pienso que las armas pueden ser bellas, de la misma manera que una guerra puede ser útil en lo personal. Hay guerras que son higiénicas, purifican a un pueblo al provocar cataclismo y reordenación social, traumas y debates, al tiempo que forjan en el sufrimiento, la solidaridad y la lucidez que la paz no hace posible.

 

Leyendo “La Casa Rusia”, me enamoré de Katya y …

Yo también.

 

Le pregunté a John Le Carré en qué modelo de mujer se inspiró. Me respondió que no habiéndolo encontrado en la mujer rusa se inspiró en la belleza clásica de la mujer inglesa. ¿De dónde sale Olvido, personaje femenino de su novela?

De mis 54 años de vida.

 

Ojos vedes, grandes y líquidos. Esbelta, flexible, piernas largas. Una mirada compuesta de ironía e insolencia. Una mirada compuesta de ironía e insolencia. Pelo trigueño, unas veces sujeto a trenzas y otras recogido en la nuca. Y una frase definiéndose: ya no hay mujeres como la que yo quise ser. Uno se enamora de Olvido Ferrara…

Me alegra saberlo. Cuando empecé a escribir la novela, era un personaje que se me resistía. Quedaba como una pija redicha. Un día le hice deci que ella fotografiaba cosas, nunca personas, y el personaje cobró vida.

 

¿Muchas Olvidos?

Muchas lecturas, muchos seres humanos y, sobre todo, una forma de mirar el mundo. Olvido Ferrera es el producto destilado de cuantas mujeres, reales o literarias, se funden en mi memoria. Al final, ¿sabe?, te das cuenta  de que la mujer es la piedra de toque, el único contraste que al hombre le da la medida de lo que es. Ningún hombre sabe lo que es o lo que ha sido si no se mira desde los ojos de una mujer. Ella te define como héroe o villano.

 

¿Y cómo se ha visto usted en los ojos de una mujer?

Eso ya … Una cosa le puedo decir: tengo buenos amigos y cuando estoy con ellos pienso que algo bueno debo de haber hecho en mi vida para tener amigos que me quieren.

 

¿Por qué el ejemplo de amigos y no el de mujeres?

(Riendo). Es menos comprometedor. Pero, hablando sólo de miradas, cuando las mujeres destiladas en Olvido Ferrara me han mirado pienso que algo bueno debí de hacer para que me mirasen de aquella mirada. Estar orgulloso de la mirada de una mujer es a lo máximo que puede aspirar un hombre, igual que la mirada despreciativa es el peor juicio que puede llevarse a la tumba.

 

¿Le han dicho alguna vez que es soberbio?

Sí. Pero están equivocados. Soy arrogante, orgulloso, que no es lo mismo. Como estoy en la Real Academia Española, sé de estos matices.

 

¿Moral o amoral?

¿Yo o las guerras?

 

Usted.

Moral. Y con pudor. El despojo de muchas moralidades convencionales hace que sea intransigente con las moralidades que me quedan.

 

¿Qué cree usted que hay en mar abierto, más allá de las trescientas brazadas?

Lo sabré cuando llegue allí.