“Me hubiera gustado matar a Milosevic personalmente”, dice Pérez-Reverte

 

Martes, 04 de abril de 2006

 

Presentó ayer en Cartagena 'El pintor de batallas', novela de la que ya se han vendido más de 250.000 ejemplares «Lo que no puedo hacer a estas alturas es pensar que Paulo Coelho va a salvar el mundo con un besito en la boca»

 

ANTONIO ARCO/MURCIA

 

«Me hubiera gustado matar a Milosevic personalmente, pero se me escapó. No se puede tener todo en la vida, pero ya hay un hijo de puta menos», dijo ayer con rotundidad y aspereza Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), durante el encuentro con periodistas -frío como un témpano- que el escritor y periodista mantuvo ayer en Murcia horas antes de presentar en Cartagena, donde concluyó su gira de promoción, la novela El pintor de batallas (Alfaguara), que se lee como el agua y se saborea como el brandy Constitución (reserva especial).

 

Arturo Pérez-Reverte, ayer en Murcia antes de su encuentro con periodistas. / V. VICENS / AGM

 

Pérez-Reverte, vestido de oscuro, distante, lucidísimo, conferenciante bendecido por no sé qué dioses, llegó a su Región con su ego de escritor finamente alimentado con los más de 250.000 ejemplares que ya se han vendido de su novela más descorazonadora y extraña. Reverte -«soy un marinero que accidentalmente escribe»- llevaba desde hace años en su cofre de pirata académico de la Lengua una historia hermosa y desgarradora, rebosante de dolor y de alivio, cuyo germen es una frase que se instaló en la cabeza del joven lector que fue y que un día lejano pronunció mientras charlábamos en la Calle Mayor de Cartagena: «Llueve en las orillas de Troya mientras zarpan las naves».

 

Apareció el escritor como recién aterrizado en el mundo de los vivos tras un viaje fantástico, ideal para soñar, al cuadro de Arnold Böcklin La isla de los muertos, y el tono general de sus palabras, lanzadas como dardos, durísimas, sombrías, certeras, recordaban en su oscuridad y en la riqueza del lenguaje utilizado a La tierra baldía de T. S. Elliot. Ahí estaba el escritor, jugando todo el rato con la chapa de una botella de agua, con millones de libros vendidos en varios idiomas a sus espaldas y una biografía que es una aventura y un delirio. Entretanto, «la aurora del océano surgiendo estaba» (Virgilio). Pérez-Reverte, que admira a Conrad, sabe que le da un aire al personaje del capitán Marlow, porque ambos pueden confesar en igualdad de condiciones: «Y sabéis que no soy particularmente tierno; he tenido que golpear y que esquivar golpes».

 

Pérez-Reverte indicó ayer, a propósito del cambio de giro en las profundidades y en la atmósfera de El pintor de batallas con respeto a sus novelas anteriores, que «más que miedo, tenía la incertidumbre de que al ser un libro más complejo, con un registro diferente a los otros, podría ser peor acogido por los lectores. Pero ha ido como todos los demás; estoy contento».

 

«Hecha de recuerdos personales y de imaginación», El pintor de batallas es «un intento ambicioso, complejo y doloroso de explicar el mundo». «Se trata -añade el autor- de convertir las pesadillas en fantasmas. Las pesadillas son algo incómodo, que no te dejan dormir, que te inquietan, que te atormentan. Los fantasmas son más tolerables, te acompañan, pueden ser incluso tus amigos, no duelen...».

 

Rechazó la etiqueta de pesimista para su novela, porque, comentó, «es una novela sobre el consuelo, precisamente. Lo que no puedo hacer a estas alturas, con la biografía que tengo a mis espaldas y con mi manera de mirar el mundo, es pensar que Paulo Coelho va a salvar el mundo con un besito en la boca. Ya tengo canas en la barba y marcas en la cara, y creo que el mundo está mal, que está en una trampa peligrosa, y que la gente está cada vez menos preparada para sobrevivir».

 

Compensación

 

«Lo que pasa», precisa, «es que con esta novela lo que busco son mecanismos de compensación: la cultura, el amor, el arte, la amistad. La cuestión es que la cultura es la única solución realmente. El mundo es un lugar peligroso e injusto, y además hay una especie de regla cósmica malvada que hace que la felicidad, la esperanza, un montón de cosas, de pronto se vean aniquiladas en un momento: un semáforo en rojo que te saltas, una enfermedad, una guerra. Ese es el horror del mundo, y el mundo está mal no por el hombre, sino porque el mundo es así; pero, justamente, la cultura te ayuda a comprender eso y asumirlo como parte de la naturaleza, y a valorar las cosas que tienes: la amistad, el amor, la vida, la alegría, el humor. Siendo lúcido se puede soportar mejor esta realidad».

 

Y, claro está, «el que es un estúpido es el imbécil que es feliz porque es idiota, la mala bestia analfabeta que como no se entera de nada es feliz».

 

«Este libro», asegura, «es un alegato contra la estupidez, porque no es lo mismo un analgésico que la anestesia. Este libro es un analgésico, sabes que hay dolor, eres lúcido en el dolor pero lo soportas. He escrito esta novela porque quiero ser el que no grita cuando se cae el avión. Si te subes en un avión, es normal que pueda caerse algún día».

 

«Hay cosas que son insoportables», recuerda Pérez-Reverte. Ejemplo: «La injusticia, el dolor, ¿por qué un niño de tres años muere quemado y un hijo de puta vive 70 años o a un concejal de Urbanismo que se está forrando el cabrón lo meten en la cárcel seis meses y luego sigue viviendo toda la vida de lo que ha robado? Es vivir en el autoengaño pensar que el ser humano está en el camino de la perfección, que cada siglo que pasa nos hace mejores, más bondadosos, más demócratas y más sociables; y no es verdad, el hombre es un animal depredador».

 

Solución final

 

Hace unos años, Pérez-Reverte, solemne en mitad de una brisa marina de las que te sanan las heridas -siempre veo al escritor como un héroe que, incansable o agota- do, ensalzado o demoledoramente solo, arrastra consigo una herida abierta, misteriosa e impenetrable-, aseguraba: «Yo, sobre todo, soy lector, ante todo lector; además, escribo, y si tuviera que elegir entre una cosa u otra elegiría leer. Yo podría vivir el resto de mi vida sin escribir, pero no sin leer. Si yo no pudiera leer me pegaría un tiro». «Es la única cosa», concluyó entre risas, «por la que me pegaría un tiro». Esa pasión por la lectura y esa forma de estar en este mundo hostil y canalla, que consiste en imaginar todo el tiempo, en convertir hasta los gérmenes que no vemos en carne de narración, sigue viva en él, ahora que ya puede hacer prácticamente todo lo que le venga en gana, así en la tierra como en el cielo (en el que no cree).

 

El escritor habla con José Perona de su última obra

 

El salón de actos de Cajamurcia, en Cartagena, se llenó anoche para asistir a la presentación de la última novela del escritor cartagenero Arturo Pérez-Reverte, El pintor de batallas. En un ambiente distendido y en el que la literatura brilló con luz propia, el novelista conversó con su amigo José Perona, maestro de Gramática de la Universidad de Murcia y colaborador de Opinión de La Verdad. Una charla jugosa.