No podría enfrentarme a un Sarajevo como en el 92

 

Miércoles, 22 de marzo de 2006

 

AIDA R. AGRASO

 

Confesó ayer Arturo Pérez-Reverte, poco antes de su encuentro con la prensa –en el que estuvo acompañado por dos escritores amigos, Juan Eslava Galán y Rafael de Cózar, que presentarán con él hoy y mañana El pintor de batallas– que pensaba que la novela "no funcionaría con los lectores" porque "es más dura, más tensa, más amarga, en la cual hay acción pero toda es interior". Pero no ha sido así. Y está contento. "Se entiende. Creía que era más hermética, que tenía claves más difíciles de entender por el público en general, pero estoy contento". Quizá es que los lectores necesitan que algo, o alguien, les haga reflexionar. "Pero una novela no es más que el cincuenta por ciento, el otro cincuenta pro ciento lo pone el lector". "Es el lector el que, al abrirla, proyecta en él su vida, su idea, sus reflexiones. Es el lector el que escribe el otro cincuenta por ciento. Y me gusta mucho cómo lo está escribiendo".

 

En su novela, Andrés Faulques, un antiguo fotógrafo de guerra, pinta este gran fresco circular –el paisaje intemporal de una batalla– en la pared de una torre junto al Mediterráneo en busca de la foto que nunca pudo hacer. Allí va a buscarle un hombre al que fotografió y que ahora quiere matarle –Ivo Markovic– y la sombra de una mujer desaparecida diez años atrás, Olvido Ferrara. El mural, que envuelve al lector y al protagonista, refleja todas las guerras desde Troya hasta las Torres Gemelas. Y no hemos aprendido nada. "Eso es lo terrible. Y eso en Cádiz se entiende, que tiene tres mil años de historia documentada. Todo lo que ocurre ha ocurrido ya. Si entiendes el Caballo de Troya entiendes las Torres Gemelas. Si has leído a Virgilio, a Homero, a Dante, a Cervantes, entiendes el presente. El ser humano está renunciando voluntariamente a esa enciclopedia de tres mil años de experiencia y se enfrenta a la realidad presente sin ningún tipo de argumento de reflexión. De ahí la responsabilidad que tienen todos estos ministros y ministras analfabetos y analfabetas que nos están privando de los mecanismos de comprensión. Y la única salvación es comprender y asumir. Sin comprender nunca asumes, y sin asumir nunca te consuelas. El único consuelo posible es la cultura, la que nos están quitando. Hay una salvación, que es la cultura, la memoria. Y ese fresco es el símbolo de tres mil años de memoria y cultura". Criticaría luego a la clase política en general: "Hace 50 ó 60 años cualquier político sabía hablar y conocía los mecanismos de la retórica", pero ahora "cualquiera puede ser cualquier cosa" dentro del mundo de la política.

 

Explicó que tardó "año y medio o dos años" en escribir una obra que, en realidad, tenía en la cabeza desde mucho antes, y que "si no la he escrito antes es porque no estaba preparado". Comparó su novela con el juego de las siete y media: "O te pasas, o no llegas. Hay novelas que requieren su momento exacto y ésta es una novela de siete y media". Reconoció que es la "más reflexiva, más compleja" de las que ha escrito. "Con 54 años, el mundo se mira de otra manera". Y afirmó que "no he visto cosas en la guerra que no haya visto en la paz. El mal somos nosotros, y la tristeza, y la muerte", y la guerra "es el ser humano llevado al límite". Pero también fue claro al decir que "no quiero cambiar el mundo para mejor. Soy un puto contador de historias que no pretende cambiar el mundo porque sabe que eso es imposible. Es el ajuste de cuentas personal".

 

Se resistió a considerar que ésta es, como dice la crítica, su mejor novela –"eso lo deben decir los lectores"– pero apuntó Eslava Galán que "los que le seguimos lo creemos. Puede hacer otra con esta intensidad, pero eso nunca se sabe. Un escritor es la suma de todos los escritores que lleva dentro", y El pintor de batallas, cree, ha puesto el "listón alto". Pérez-Reverte reconoció que "hay una evolución" en la estructura, además de un esfuerzo por buscar la palabra exacta. Una labor "intensa, ardua, compleja, trabajosa, porque cada matiz era importante".

 

Su novela, dijo, está hecha "de incertidumbres, de preguntas sin respuestas, de dolorosa certeza". Pretende que el lector se vaya, poco a poco, metiendo en la torre donde vive Andrés Faulques, que se convierta en otro personaje, "que comprenda que él está dentro del cuadro". "Arturo Pérez-Reverte está mucho más patente en estas páginas", afirmó él mismo. Y cuando se le preguntó si volvería a repetir parte de su vida, dijo que "nadie vuelve atrás en las huellas que ha pisado", y reconoció que no podría ahora enfrentarme a un Sarajevo como en el 92, o a un Bukovar". No volvería, afirmó después un periodista que cree que el periodista "ya no existe".