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Arturo Pérez-Reverte: “Me retiré de la guerra cuando me di cuenta de que a la gente le importaba un carajo

 

Marzo 2006 Nº 221

 

Vuelve a las librerías con “El pintor de batallas”, tal vez su obra más ambiciosa en plena madurez, su visión del mundo es más descarnada que nunca.

 

Texto: Elisa Silió   Fotos: Luis de las Alas

 

Cuando el novelista Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, Murcia, 1951) se encierra en la bodega de su casa a trabajar, su familia dice que “baja a la mina”. Y en esta mina, rodeado de 300 libros de consulta (su biblioteca está compuesta por 12.000 volúmenes), el escritor cartagenero se ilustró durante dos años en teoría del caos y pintura histórica para escribir “El pintor de batallas”, una novela con tres ejes: el arte, la ciencia y la guerra que él ha vivido en primera persona. Andrés Faulques, un fotógrafo bélico retirado, intenta recomponer su vida pintando un mural de los horrores vistos, pero todo cambia cuando le sorprende en su torre un ex soldado croata …

¿Por qué este libro es una “deuda” con sus lectores?

Cada novela exige un tratamiento, un lenguaje, unos personajes y un ritmo narrativo diferentes para contarla. Y en El pintor de batallas, además de todo esto, se desprende un montón de claves que tienen que ver con mis héroes desgastados de obras anteriores como El capitán Alatriste, El maestro de esgrima, La carta esférica o La reina del Sur. Es, de alguna forma, el libro de códigos que permite situar y explicar muchas otras cosas.

 

300 páginas de reflexión … ¿Es su novela más ambiciosa?

Todas lo son. Este libro quiere calar en aspectos de la vida, la muerte, la guerra, la pintura, la ciencia o mi propia biografía. Había llegado el momento de escribirlo. Es el libro del que estoy más orgulloso, sobre todo porque al escribirlo miré hacia atrás y estoy satisfecho de mi biografía, aunque no sea una novela autobiográfica.

 

Parece un testamento de alguien que ya lo ha hecho todo.

No es que sea un testamento. Tengo ya 54 años y, al mirar atrás, veo cosas que he aprendido, otras de las que me alegro y otras que lamento. Cuando escribo del horror, el dolor, la muerte, la guerra, la enfermedad … no tengo que recurrir a libros, ni imaginarlo en la barra de un bar. Lo he vivido personalmente.

 

¿Ha sido, como ironizan los protagonistas de El pintor de batallas, “un turista de la guerra con billete de vuelta”?

El horror nunca tiene billete de vuelta. Hay sitios de los que no se vuelve nunca. Y no lo digo como un drama. Hay cosas que se pegan a tu piel, como el olor de una guerra.

 

¿A qué huele?

A casa incendiada, a carne que se pudre, a suciedad … Esta novela justamente trata de esos sitios de los que no tienes billete de vuelta. Y de cómo hacer convivir esa falta de regreso con la vida normal. Te das cuenta que la vida real no es ésta, la de España, sino aquella, la de la guerra. La normalidad no es el ser humano de “pase usted primero”, el que vota en las elecciones. Lo normal es el hijo de puta que lucha por su supervivencia. A veces el hombre se vuelve anormalmente civilizado, pero cuando el horror le golpea, la protección se rompe y aparece el tsunami, la guerra de Sarajevo, el virus del sida, el hundimiento del TitanicAquello que devuelve al hombre a su realidad, que es convivir con el horror y el terror.

 

Argumenta que socialmente está mal visto mostrar en primer plano el horror. Sin embargo, las víctimas y familiares del 11-M reprocharon lo contrario a los medios de comunicación.

La gente no quiere saber qué está pasando. Ve el telediario, pero enseguida hace zapping para otra cosa. Antes el ser humano tenía más contacto con la realidad. Todo el mundo había estado en una guerra, ocho de cada diez niños no llegaban a mayores… Al habernos rodeado de confort, al negar el horror, al evitar que el niño vea al muerto, al no querer ver en el tanatorio, hemos perdido la capacidad de reaccionar cuando llega la realidad. La sociedad no está preparada para afrontar Torres Gemelas, ni Titanics, ni tsunamis … Ahora hay una tragedia, como la del 11-M, y ya están psicólogos para tratar a la familia, para asumir la realidad. Eso hace 50 años hubiese sido impensable. Y la novela habla de eso, de cuando no te puedes autoengañar.

 

¿Qué hacer entonces?

Hace falta otra actitud para afrontar la vida. Una lucidez intelectual y una actitud moral gélida para poder soportar el horror y sobrevivir. En el libro la ciencia, el arte y la memoria son un mecanismo de salvación frente al horror. Porque el ser humano moderno no puede engañarse, esa mentira está desapareciendo.

 

¿El hombre cierra los ojos por ignorancia o por irresponsabilidad?

Por ambas cosas. Es como cuando hay un problema y se niega para no solucionarlo. Por eso vivimos en un mundo virtual, el de Bambi.

 

Un mundo en el que, según los protagonistas de la novela, la fotografía bélica ya no cuenta la realidad.

La fotografía está manipulada. Sirve para un anuncio de ropa, se utiliza Sarajevo para presentar la colección de primavera… Hemos trivializado tanto el horror que el fotógrafo del libro vuelve a los maestros antiguos que sí tenían contacto con él.

 

¿No será que los gobernantes no ocultan el horror?

No, los políticos son nuestro reflejo, como Hitler era reflejo de la mentalidad de la alta burguesía alemana de los años treinta. Se supone que tengo que sentir pena por los miles de muertos del tsunami. Pero, si se analiza intelectualmente, los tsunamis existen desde que existe la humanidad, sólo que antes no se construían hoteles en primera línea de playa. Ahora el hombre cree que puede desafiar a la naturaleza, mantenerla a raya, pero un día ésta habla y lo destroza todo. Entonces, ¿tengo que tener pena por los muertos?, ¿pena por el hombre estúpido que viola la naturaleza y luego no quiere pagar el precio? Es el hombre el que provoca el horror, el que construye el Titanic que dice insumergible y se hunde, unas Torres Gemelas que teóricamente se pueden evacuar durante cinco horas y que desploman a las tres. Somos nosotros los culpables, no los terroristas, no es el azar. Estamos violentando la normalidad de la naturaleza.

 

¿Su mural del horror se parecería al de Faulques?

Sí, porque lo que hago es recurrir al horror que conozco, que es el de la guerra, pero lo mismo podría contar una prostituta de la calle Montera de Madrid, un jefe de policía o un médico de urgencias. La guerra en la novela es accidental y lo poco de periodismo que sale no tiene que ver con lo samaritano. Ahora se lleva el periodista que dice: “Yo estoy aquí para ayudar a la humanidad”. No, tú estás allí porque es tu trabajo.

¿En el reporterismo de guerra hay ética?

Yo me retiré de la guerra hace 12 años porque me di cuenta de que mi trabajo no valía para nada. Estaba contando la guerra a unos señores a los que les importaba un carajo, que cambiaban para ver el partido. Estaban como anestesiados por propia decisión y no era culpa de los políticos.

En Sarajevo la guerra duró casi cinco años por mis espectadores, que decían “¡qué horror!” y luego hacían zapping. Me dije, ¿qué estoy haciendo aquí?

 

Y se centró en la literatura …

Sí. La diferencia es que en una novela puedo contar de verdad lo que pasa o lo que creo, hablo el tiempo que dura la lectura a un tipo interesado. Puedo explicar sin que el director de los informativos me diga: “¡Qué horror, con cuántos muertos! ¡Qué espanto, se les va a cortar la digestión en minuto y medio entre un partido de fútbol y un desfile de moda no puedes contar nada.

 

Sin embargo, en la novela no se recrea en la descripción de las atrocidades de las que se lamentaba el director de informativos.

No, hay mucha sangre, pero no adjetivos ni hipérboles. Estoy contando lentamente cosas que yo he visto. Que la lea quien quiera saber cómo es el horror del universo. Es un volcán de lava fría.

 

Tras esta mirada atrás, ¿qué le queda por hacer?

Muchos libros por leer y mares por navegar, algunos libros por escribir … Y me queda asistir mi propio final. Ver cómo llevo la vejez, la enfermedad, la decadencia … Me queda la parte más interesante, que es el final de la película. No hablo como un viejo, pero no niego lo que acecha. Aunque, cuidado, sé que las mayores experiencias ya las he pasado: la pasión, las locuras, los viajes …

 

Un año de cine. 2006 va ser su año. Tras la publicación de El pintor de batallas, para septiembre se espera el estreno de la superproducción “Alatriste”, dirigida por Agustín Díaz-Yanes, y, si le dejan, pretende escribir en otoño la sexta entrega de las aventuras de su personaje más célebre. “Fui un día de turista al rodaje y lo que he visto en bruto es deslumbrante. Viggo Mortensen de Alatriste está inmenso”, cuenta. “Me preguntó qué me parecía que pusiese acento leonés y le dije que bien. Y como actúa con maneras muy taurinas, vamos a ver a un torero leonés de Alatriste”. Pero ahora tiene un problema: “No sé cómo voy a escribir de Alatriste. Pienso en él e imagino a Vigo”.