Arturo Pérez-Reverte reflexiona sobre el horror y la inteligencia del mal

 

Jueves, 09 de marzo de 2006

 

El escritor presenta "El pintor de batallas", su novela más filosófica

TOMÁS GARCÍA YEBRA. COLPISA. MADRID.

 

«La naturaleza se cobra vidas sin inmutarse, no conoce el daño que causa; el hombre, en cambio, utiliza la inteligencia para refinar la maldad, y con esa inteligencia se puede llegar a ser exquisitamente cruel», afirmó Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) durante la presentación de El pintor de batallas (Alfaguara), su novela más filosófica e introspectiva.

 

Arturo Pérez-Reverte, ayer en Madrid. EFE

 

«No hay cambio en mi forma de ver la realidad, lo que hay, lógicamente, es evolución», argumentó. «El ojo de ahora está más experimentado que cuando tenía treinta años, pero el ojo sigue siendo el mismo». Ese ojo, en buena medida, es el del protagonista de la historia, Andrés Faulques, un fotógrafo de guerra que recorre muchos escenarios para captar la imagen definitiva, una imagen que concentre y resuma la tragedia que subyace en cualquier enfrentamiento bélico. «En el protagonista, por supuesto, he puesto mucho de mí, pero también hay mucho de todos los fotógrafos y fotógrafas que he conocido», precisó. Ante la imposibilidad de recoger el horror en una sólo instantánea, Faulques renuncia a su empeño y se refugia en un torreón para plasmar en una fresco lo que no pudo reflejar la cámara fotográfica.

«La fotografía no vale»

 

«Lo siento por mis amigos fotógrafos, pero la fotografía ya no vale. Desde el momento en que una imagen de guerra sirve para publicitar moda, la desnaturalización es absoluta», dijo. «Ni siquiera son fiables los grandes iconos; por ejemplo, la fotografía del miliciano que captó Robert Capa en Cerro Muriano está trucada: la hizo durante unas maniobras; y la del soldado del casco durante el desembarco de Normandía, tiene ese efecto borroso por un defecto del revelado, no porque a Capa le saliese así».

 

Ante el fiasco de la fotografía como herramienta para bucear en las entrañas del ser humano, el protagonista de El pintor de batallas centra sus esfuerzos en ese gran mural. «Se da cuenta de que las miserias del hombre están en los cuadros de El Bosco, de Brueghel El Viejo y, sobre todo, de Goya, y tiene el convencimiento de que la pintura es capaz de resolver sus intuiciones filosóficas». En opinión del escritor y académico de la Española, la inteligencia, si se utiliza perversamente, puede convertirse en «una bota que aplasta y humilla», pero si se utiliza con buen sentido «es capaz de crear cultura, el único consuelo al que podemos aferrarnos en esta vida».

 

Un día, mientras Faulques está pintando el mural, recibe la visita de Ivo Markovic, un soldado croata a quien fotografió durante la guerra de Bosnia. Esa fotografía le reportó fama y prestigio a Faulques, pero supuso la ruina del croata. Markovic quiere hablar de aquel episodio y también ajustar cuentas. Estos dos personajes, más una antigua novia del fotógrafo y la propia pintura, forman el eje de la historia. «Hay quien piensa que es una novela muy distinta a las anteriores, pero yo creo que mis obsesiones siguen ahí: la amistad, el amor, el viaje como peligro y la cultura como salvación».

 

Y volvió a asociar -como una más de sus obsesiones- inteligencia con maldad. «Los hombres más malos que he conocido eran todos muy inteligentes».