La guerra es la destilación extrema de la realidad más cotidiana del hombre

 

Jueves, 09 de marzo de 2006

 

El escritor publica «El pintor de batallas» (Alfaguara), novela políticamente incorrecta sobre la naturaleza humana. «Esto es la ficción; lo real, lo verdadero y cotidiano es la guerra», afirma

 

TEXTO: TULIO DEMICHELI FOTO: JAIME GARCÍA

 Arturo Pérez-Reverte, ayer, después de la entrevista mantenida en un céntrico hotel madrileño

 

MADRID. «El pintor de batallas» cuenta la historia de un corresponsal de guerra que abandona la cámara fotográfica por la pintura y que se ha propuesto pintar, aislado en una torre junto al mar, la madre de todas las batallas. Allí se enfrenta al recuerdo amoroso de Olvido Ferrara y allí le encuentra Ivo Marcovic, un croata al que retrató huyendo del horror de Vukovar y que viene a recordarle la implacable omnipresencia de la muerte

 

Arturo Pérez-Reverte, ayer, después de la entrevista mantenida en un céntrico hotel madrileño

 

-Se trata de una novela escrita en un tono muy reflexivo, ¿significa un salto adelante en su obra?

-No, no es un salto, esa reflexión ya estaba en mis otras novelas, pero de otra forma. No es un salto, es que esta vez la historia que cuento requería de ello y además de un tratamiento más simbólico. No es un paso adelante, es una incursión diferente en materias sobre las que llevo escribiendo desde hace quince años, una visión de las cosas, digamos, menos horizontal y más vertical.

 

-También es menos coral que sus obras anteriores. Apenas tres personajes cruzan sus páginas.

-Bueno, tres y medio. Y un lugar. El pintor de batallas, Faulques, es la ciencia, la lucidez, la mirada y la experiencia. El analisis crítico, frío y objetivo, de las cosas. Ivo Marcovic es la guerra, el horror, el símbolo de todo lo oscuro que hay en el ser humano, la guerra como realidad que viene para imponerse y pasar factura. Olvido es el arte, el consuelo, la memoria, la salvación... el «analgésico». Ante la imposibilidad de poder hacer nada, ella dice: «Tenemos la belleza, el amor, la dignidad, el sexo, la amistad». También está la guía turística que es el personaje exterior, la mirada del que no sabe y que no quiere saber. Y, por último, la torre como símbolo de tantísimas cosas: la torre en la esquina del ajedrez, la torre como caverna de Platón, la torre como refugio, baluarte, defensa... Y además es el «personaje» del que más contento estoy.

 

-Y la guerra de fondo... ¿No son las guerras humanísimas, tanto que nunca van a acabarse, nos acompañan desde el principio de los tiempos y lo harán hasta el Juicio Final?

-La guerra no es más que la destilación llevada hasta el máximo extremo de lo que es la realidad cotidiana del hombre. En la guerra no ves nada que no veas en la vida cotidiana. Sólo que en la guerra lo ves todo el mismo día, en el mismo sitio y a lo bestia. En los 21 años que cubrí como periodista muchas guerras nunca jamás vi nada que no hubiera visto ya. La guerra abre la espita, rompe el dique, hace saltar los barnices de la civilización y la cultura, las maneras del mundo civilizado, y devuelve al hombre a su estado normal. Y es que el estado normal no es éste sino aquél. La ficción es esto que nos rodea. El ser humano ha construido durante siglos, con mucho esfuerzo y con mucho mérito, un mundo en el cual ha relegado a lugares oscuros cosas tradicionales como la depredación, la lujuria ostensible, la caza, moverse en territorio enemigo, matar y sobrevivir. Y eso lo hemos vestido con autoengaño. La guerra pone al hombre frente al espejo para que se vea a sí mismo. Y es, también, una escuela de lucidez.

 

-¿Será que no hemos abandonado la horda primitiva de la que hablaba Freud en «El malestar en la cultura»?

-El hombre sigue vinculado con esa horda primitiva original. El error moderno es negar esa vinculación. Vivimos como si la memoria genética, como si nuestros caracteres biológicos, como si nuestra condición humana animal, también en su sentido más noble, no existiera. Cuando la realidad se impone, nos quedamos espantados, sin mecanismos para asimilarla y nos decimos: «No puede ser». Naturalmente que puede ser. Ese tío violó, mató, saqueó. Sí, en efecto, claro que todo eso es malísimo, pero... ¿de qué nos sorprendemos? Ojo, yo no digo que eso sea aceptable, ni que tal fulano no tenga que ser capturado, juzgado y condenado. Digo que no me sorprende que el hombre sea capaz de eso y de muchísimo más. Como se dice en la novela, la guerra no es gente normal haciendo cosas anormales, sino gente normal haciendo cosas normales. Lo anormal es esto.

 

-Los occidentales cuando salimos de casa por la mañana estamos seguros que esa noche volveremos sanos y salvos. Eso no ocurre ni en las guerras ni allí donde la naturaleza se manifiesta en toda su magnitud: terremotos, tsunamis, etc.

-Por eso la novela también replantea el tema de la piedad y la compasión. ¿Hasta qué punto debemos apiadarnos de aquéllos que niegan la realidad y, cuando ésta se impone, se desmoronan con ella? ¿Hasta qué punto hay que apiadarse de quien viaja en avión a nueve mil metros de altura y se cae? ¿Hasta qué punto hay que apiadarse de los que abordan el «Titánic» y naufragan al chocar con un iceberg? ¿Hasta qué punto hay que apiadarse de los que se van de vacaciones a una playa barata porque allí azotan los tsunamis y se produce uno? ¿Hasta qué punto debes apiadarte de aquél que no asume que es mortal y que vive en un mundo sin sentimientos y muy peligroso? ¿Por qué apiadarse de quien no asume que la vida es corta y dura, y que somos una piltrafa vista desde el cosmos? Esa pregunta -que es una pregunta literaria- ilustra el proceso que sufre el pintor de batallas: cuando la gente tiene lo que se merece, se sufre menos por la gente. Cuando la certeza de eso te quita el dolor ¿no eres más libre?

 

-El universo de autoengaño también se sustenta en la sobreabundancia de información, de imágenes cuya insistencia y banalidad desposee a la realidad de sentido...

-Claro, en un mundo como el nuestro la pregunta es hasta qué punto una imagen vale más que mil palabras.Ahora la imagen necesita mil palabras que la expliquen. Sin palabras la imagen ya no se sabe si es un anuncio, si es un reclamo para una ONG o una escena que ocurrió ayer en Irak. Es tal la profusión de imágenes encadenadas y superpuestas que ya el criterio visual no basta: es necesario el pie de foto. Eso demuestra que la imagen ha dejado de tener el valor documental que tenía antes. Por eso el pintor de batallas decide volver a los grandes artistas antiguos, a los que aún no habían manipulado la imagen, a los que se demoraban y acometían la tarea con gran reflexión, para recomponer su visión del mundo.