El padre del capitán Alatriste presenta una obra de corte reflexivo: “El pintor de batallas”

 

Año 10 / Número 108 / Marzo

 

Ya sea con su serie del capitán Alatriste, con sus libros de artículos ¿como el recientemente publicado "No me cogeréis vivo"¿ o sus novelas, lo cierto es que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) siempre está presente en los aparadores de las librerías. "El pintor de batallas" (Alfaguara) es la última aportación a un currículum literario que no deja indiferente.

 

Texto: ÓSCAR LÓPEZ fotos: JOAQUÍN CALLE

 

Viaje a los madriles. A la segunda casa del escritor y académico Pérez-Reverte: el Café Gijón. Quedan pocos días para la publicación de su última novela, y es inevitable pensar en la reacción de sus lectores, sus críticos, de todos aquellos que han seguido su exitosa carrera en estos últimos años.

 

El motivo: El pintor de batallas es un cambio, un punto de inflexión literario algo arriesgado, donde solo tres personajes asumen la responsabilidad de tener a los fans del escritor con la mirada fija en la página.

 

El adelanto argumental: un fotógrafo de guerra aparca la cámara y decide pintar un gran mural que resuma lo vivido en esos conflictos de Dios, y que muestre aquello que no pudo captar con sus fotografías. Y en eso que llega un tipo del pasado y lo invita a reflexionar sobre la desolación. Luego está ella, porque casi siempre hay una mujer, de la que mejor no descubrir nada en esta entrevista.

 

El aviso: la guerra está presente, pero no es Territorio Comanche segunda parte, y la acción se muestra a cuentagotas porque no hay aventura, ni héroes, ni protagonistas desalmados. Esta es una historia sobre el horror intrínseco al ser humano. Pura reflexión. Con semejantes argumentos, la cita con este escritor, que aparece encorbatado y con la barba cada vez más canosa, se prevé emocionante.

 

 

 

 

 

Un volcán de lava fría

 

¿Es un salto adelante?

Para mí no. Ni es un cambio. Yo tengo un mundo narrativo, que es el mío, hecho de libros, de vida y de una manera de ver el mundo. Tengo novelas donde prima la acción, la aventura, el espadachín, y en esta se puede decir que sobresale el aspecto reflexivo, descarnado. Es una novela con tratamiento de choque.

 

¿A qué te refieres?

Porque me corresponde por edad, por biografía. Creo que ha llegado el momento de desarrollar ciertos temas con más intensidad de lo que lo había hecho hasta ahora. Esta novela es como un tajo que llega al hueso.

 

¿Por eso es una novela más dialogada que de costumbre, con menos personajes?

Claro. Sin embargo, cualquier lector mío reconocerá los mismos temas que siempre me han obsesionado. Es como una tarjeta codificada que explica muchos aspectos de mis novelas anteriores. Pero sin ser una repetición.

 

¿Te preocupa la reacción de los lectores antiguos y de los nuevos?

No. El lector nuevo puede huir espantado o quedarse seducido. Espero que le guste. A fin de cuentas llevo muchos años en este oficio, sé cómo escribir una novela y he procurado ser honrado con lo que que yo necesitaba explicar, utilizando los recursos técnicos disponibles para que el lector se enganche con la historia. Yo inventé el género que ahora está tan de moda. Acuérdate de La tabla de Flandes, El club Dumas o del mismo Alatriste. Podría estar publicando historias parecidas cada seis meses, pero no es eso lo que quiero.

 

Imagino que siempre has escrito lo que te ha dado la gana, pero da la sensación de que esta novela te la pedía el cuerpo.

Mucho. Ha salido de muy adentro, pero a la vez está muy calibrada. Tono, personajes, guiños... Es evidente que he utilizado partes de mi vida, pero sin caer en el relato autobiográfico ni en el relato gore. Hubiera resultado muy fácil recrearme en el tremendismo, sacar vísceras y sangre a borbotones. Pero yo no quiero hablar de la guerra, sino del Universo, que no tiene sentimientos, y mostrar que el mundo es como carne puesta sobre una mesa de mármol, y un bisturí la está cortando. Yo necesitaba mostrar el espanto, un volcán de lava fría, como se dice en el libro. Por eso es una novela contenida, narrada en un tono muy gélido. Y eso refuerza más el horror. Un horror que he vivido, que no me han contado como a otros, que luego le sacan rendimiento.

 

¿No se puede escribir sobre el horror o la guerra si no se ha vivido?

No me refiero a escritores sino a esos intelectuales que intentan explicarnos el horror. Novelistas los hay mejores y peores. Me refiero a esos pensadores que, sin meter nunca la mano en la sangre y en la mierda, se pasan años teorizando sobre el tema. Yo, que sí he estado años metido hasta las cejas, solo he sido capaz de publicar esta novela donde intento buscar un camino de salvación y consuelo.

 

Que nadie crea que estamos frente a un libro de memorias.

Es que no lo es. Es una fabulación. Claro que lo podría haber escrito, hablar de Sarajevo, Líbano, Eritrea, matar o morir, y tal. Por biografía podría haberlo hecho, pero no me ha dado la gana. Es una novela, que quede claro.

 

 

 

 

 

La desolación con mayúsculas

 

Pero hay mucho de tu pasado en el libro.

No necesito que me expliquen nada del horror porque lo he visto durante veintiún años. Podría haber recurrido a un médico de urgencias o profesión similar para explicar lo mismo, pero mi experiencia ha sido la guerra y he recurrido a aspectos que me son útiles.

 

¿Sin esa experiencia bélica no habrías podido escribirla?

Naturalmente, pero la guerra no es más que una manifestación intensa, brutal, desaforada de lo que el ser humano lleva en sus genes, en la sangre. Lo vemos en las peleas de los conductores en los semáforos, en las disputas domésticas, las torres gemelas, el sida: no son más que indicios de lo que la guerra muestra en forma global. La única diferencia es que en la guerra todo es mucho más evidente. Cada línea de la novela es aplicable a la vida cotidiana. Eso es lo que he querido reflejar.

 

¿Es la que más te ha costado escribir?

Probablemente sí. Hacer esta novela ha sido como moverme por un campo de minas. Todo está muy calculado. Es más corta que las anteriores. Solo salen marcas de cámaras de fotos y de armas, y hay un montón de símbolos que espero que los lectores descubran.

 

Por eso es una historia descorazonadora, donde los protagonistas sueltan afirmaciones del tipo: "Los hombres somos animales carniceros", "El hombre mata y tortura porque le gusta", "Cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, salta el barniz y otra vez es lo que era: un riguroso hijo de puta".

El ser humano se ha dado demasiada importancia. Hemos llegado a tal grado de arrogancia y estupidez, que cuando al Titanic se lo lleva por delante un iceberg, o el tsunami mata a 300.000 personas, nos preguntamos cómo es posible, y lo es porque el tsunami ha existido siempre, pero antes no había hoteles a pie de playa. Estamos violentando las reglas de la naturaleza. Nunca hemos estado tan indefensos, por estúpidos, como lo estamos ahora. Ocurre lo de las torres gemelas y todo el mundo se lleva las manos a la cabeza. ¿Pero de qué se espantan? Lo he estado contando durante veinte años. Han matado a muchos compañeros míos para contaros eso mismo. ¿De qué os sorprendéis?

 

El tema de la responsabilidad de cada individuo aparece a lo largo de la historia.

Tiene que ver con el hecho de que el hombre moderno no es responsable de nada. Sale a la calle con la pancarta de la ONG, se pone el pin de no a la guerra, da dinero para salvar a las focas y así se siente solidario y tranquilo. Y no es verdad. Es tan responsable como el que asesina o viola, y más hoy en día. Si hasta se utilizan imágenes de guerra para anunciar marcas de ropa. Hemos trivializado tanto el horror que forma parte de nuestra vida como si fuera un cuadro, una mesa, un coche. Hemos llegado a tal nivel de disparate que nos hacemos merecedores de cualquier desgracia.

 

Por eso en la novela hay una cierta falta de piedad.

Porque es muy útil. Te alivia. Cuando uno descubre que el ser humano tiene lo que se merece, sufre menos por él. Cuando te has pasado muchos años atormentado con cantidad de fantasmas subidos en la chepa, llegas a la conclusión de que el ser humano tiene lo que se merece, que el niño que ahora es víctima cuando sea mayor será verdugo. Cuando aprendes esto por vía empírica, te sientes mejor. Por eso esta novela es un ejercicio de consuelo.

 

¿Y esa falta de piedad te ayuda a disfrutar más de la vida?

Naturalmente, porque todo se hace mucho más simple; aunque entramos en terrenos filosóficos que no tienen nada que ver con la novela¿

 

Creo que sí tienen que ver...

Todo es más simple porque es la carrera del prisionero. Sabes que no hay salida, que te van a fusilar, y puedes caminar mansamente a esperar la ejecución o echar a correr y durante esos quince segundos ser libre. Recuperas palabras perdidas: valor, coraje, dignidad, libertad. Son solo quince segundos, pero es lo que nos queda. Cuando sabes que solo dispones de ese tiempo, lo valoras todo de una manera muy intensa. Para que me entiendas, en esta novela he querido destruir ese estereotipo de humanidad y de justicia que es absolutamente falso, y animar a recuperar de las ruinas aquello que aún puede salvar al ser humano.

 

Y para contar todo esto te sirves solo de tres personajes, los dos hombres y la mujer que fue el amor del fotógrafo.

Suelo decir que son dos personajes y medio, porque ella no está físicamente.

 

Pero es un personaje fundamental.

Lo es, sin duda. Desde un inicio tuve claro que no quería más personajes.

 

Uno de ellos es un antiguo soldado croata. ¿Tiene que ver con el hecho de que el conflicto de los Balcanes fue tu último trabajo como reportero de guerra?

Claro que hay guiños personales en esa elección, pero por encima de todo está Vúkovar, que aparece en el libro, donde murieron muchos amigos míos croatas. Los mataron a todos. Fue mucho más duro que Sarajevo. Los tengo grabados en vídeo. A veces los miro y ya no queda nadie. Yo estaba con Márquez en la ciudad cuando los serbios entraron, huimos por los maizales, y no salió nadie más. Los mataron a todos. No sé si recuerdas una película que se llama Las flores de Harrison.

 

Sí, con Adrian Brody y Andie MacDowell.

Pues ese último equipo que salía de la ciudad éramos nosotros. Eso es real. Para mí, muchos de mis fantasmas balcánicos, como diría Kaplan, vienen de Vúkovar.

 

Toda esa desolación aparece en el mural que pinta el fotógrafo en la torre circular. Una metáfora de la historia. Todo regresa al principio.

Es el bucle de la historia. Ahora estamos viviendo el fin de un ciclo imperial. Pero, como muchos políticos no leen historia, no se enteran. Estamos viviendo punto por punto el final del imperio romano, o el bizantino.

 

La pintura y la fotografía juegan un papel destacado en la historia.

Fíjate que toda la acción está relegada a lo inmóvil. Todo son imágenes estáticas.

 

Y esas escenas del mural... impacta la imagen del niño que es exactamente la misma que la del soldado que se encuentra un poco más allá.

Porque los he visto crecer.

 

O ese otro niño con la pistola de madera, que en medio de la barbarie muestra una sonrisa que pone los pelos de punta.

Esa es auténtica. Pero espanta la desnudez, no el chof chof de la sangre.

 

O la escena del manicomio en Centroamérica donde los internos se pasean medio desnudos entre los combatientes.

También la viví, y te aseguro que hay miles de imágenes tan fuertes como estas o más, que me parecieron simbólicas.

 

Para comprender mejor ese horror y aceptarlo, en la novela se reivindica el papel de los clásicos.

Al escribir esta novela me he dado cuenta de lo bueno que fue haber traducido de joven a Homero y a los griegos. En general, la gente no conoce a los clásicos.

 

Hace tiempo que lo dices.

Pero con esta novela es más evidente. Virgilio, el Bosco, Goya y muchos más estaban en contacto con la vida, no como ahora que los artistas están más pendientes del diseño, la pasarela. Picasso no vio una guerra en su vida, pero Goya sí la vio y se nota en su mirada. Por eso hay que revisitar a los antiguos, saber qué es Troya, el Olimpo, el destino del héroe. Cuando los sinvergüenzas que hacen los planes de estudio nos alejan de ellos, nos privan del mecanismo de comprensión, ergo del mecanismo de consuelo, ergo del mecanismo de salvación. Nos están jodiendo, nos dejan indefensos frente al horror. No quiero ni pensar qué habría sido de mí si estos tíos me hubieran pillado de jovencito y no de mayor. ¡Qué suerte he tenido al estar en todas esas guerras con un equipaje que me permitió asimilar y comprender lo que vi! Por eso no me volví loco.

 

Lo tuyo con la pintura viene de lejos.

Siempre me ha gustado mucho y mis amigos saben que de arte entiendo algo.

 

¿Le das a los pinceles?

No, ni lo intento. Me interesa la pintura, entre otras cosas, porque creo que actualmente es más valiosa que la fotografía o la televisión, que han sido prostituidas por el sistema. El único arte moderno que es útil es el que mantiene los eslabones con el viejo arte. Por eso en esta novela explico cómo se puede hacer una transición del arte clásico figurativo al arte moderno. A mí me ha costado mucho saber diferenciar el arte moderno basura y oportunista del que es una manera de mirar el mundo. Durante años estuve confuso y lo condenaba todo.

 

El fotógrafo habla de la foto perfecta, esa que todo artista busca. ¿Es algo inherente al creador?

Depende, hay de todo. Con la edad te das cuenta de que no existe la obra perfecta. La buscas a los 20 años, y es bueno que sea así porque esa fe te hace progresar.

 

Ese artista comenta que sobrevivió al horror concentrándose en el trabajo y diciéndose a sí mismo que el resto era mejor dejarlo para más tarde. ¿Ese más tarde sería, en tu caso, esta novela?

Sin duda. Cuando yo tenía un minuto y medio para explicar lo que pasaba en Sarajevo o en el Líbano, no me podían pedir que denunciara el horror de la condición humana. Yo era un mercenario mostrando mi trabajo y punto. Ahora ya no es así. Esta novela es esa reflexión que nunca había podido hacer de forma tan intensa. Ni siquiera en Territorio Comanche, por mucho que algún tonto quiera verlas iguales.

 

Es una obra distinta, incluso en el tema del amor. No recuerdo una relación amorosa como la de este libro.

El marinero en La carta esférica está muy enamorado, pero no es una relación como esta. déjame pensar un poco... porque en El maestro de esgrima tampoco acaba de ser una historia correspondida¿ no me había parado a pensar en esto.

 

Es que esta es una relación muy especial, muy austera, intensa.

Como amor lúcido, quizás es verdad que es la novela donde la relación es más completa, donde el amor es más importante, pero de una manera sobria.

 

El ajedrez también vuelve a tener presencia.

Es tradicional en mis novelas. Me gusta mucho. Ahí está la torre donde vive el fotógrafo en la esquina del mapa, los pasos en el tablero o la comparación del ajedrez con la guerra por la importancia de conocer la jugada...

 

Y el papel estelar que le das a la geometría: en los cuadros, en las imágenes bélicas con las líneas que marcan las trazadoras, el recorrido de la sangre en el rostro de las víctimas...

Es que lo veo así, es otra conclusión a la que he llegado por culpa de las guerras: que están llenas de líneas, de formas geométricas, planos, calles paralelas que se juntan y se vuelven peligrosas. Y todo eso te marca profundamente. Todavía ahora, mi hija me dice que me comporto como un soldado: costumbres de higiene, pelo corto, uñas cortas, la manera de dormir, la mochila, la manera como busco los ángulos de sol y sombra, del viento y el frío, como hablo por el móvil cerca de la pared. Son comportamientos defensivos pero sin ser paranoicos. Es propio de quien ha estado en territorio hostil durante mucho tiempo. y eso te deja una manera de ver. La geografía de la guerra es muy peculiar. Y pasa en la vida en general. Te paras en la gasolinera dos segundos más y eso tiene que ver con que choques o no en el primer cruce que encuentres. Son trayectorias que el falso azar hace que coincidan o no. Te estoy hablando de un entramado geométrico complejísimo del que dependen nuestros destinos.

 

Tú hablas en la novela del orden del caos. Nada que ver con el azar austeriano.

Yo estoy en el lado opuesto, aunque respeto mucho la opinión de Paul Auster. Yo tenía esta intuición pero no tenía la certeza científica. Al documentarme para esta novela, descubrí, para mi sorpresa, que existen teorías científicas muy serias sobre el caos.

 

¿Se echa de menos la adrenalina de entonces?

No, quizás los primeros cinco o diez años, pero después ya no. La adrenalina tiene que ver más con la juventud que con la guerra. La buscas escalando una montaña o lanzándote en paracaídas, cosa que también hice. No cambio la adrenalina por la lucidez.

 

Ha pasado el tiempo, llegan los jueves y entras en la Academia. ¡Quién te lo iba a decir hace solo diez años!

He tenido mucha suerte. Pero, sobre todo, porque salí al mundo con la mochila llena. Y eso me salvó. Si no, ahora seguiría siendo un reportero en un bar de mala muerte en Saigón o Hong Kong, o estaría muerto. A mí me ha salvado saber de dónde venía. No sé qué será de mí dentro de unos años, pero sé muy bien de dónde vengo.

 

¿En ese futuro imprevisible cabe otra novela de estas características?

Me temo que esta novela está agotada en sí misma, así que, otra como esta, creo que no.

 

Dice el croata que hay lugares de los que nunca se vuelve. ¿De cuáles no has regresado tú?

De varios, de muchos. Y lo digo sin ningún dramatismo, pero es así. Yo no tengo pesadillas por las noches, pero tengo fantasmas, que es distinto. Cuando tienes asumido lo que has vivido, la pesadilla deja el lugar al fantasma, que es más soportable, pero es más triste. La pesadilla es una cuestión de sueño inconsciente, es temporal, pero el fantasma lo llevas permanentemente. Yo tengo remordimientos, tengo imágenes en mi cabeza que no se van a borrar nunca. Cosas malas que he hecho, cosas malas que he visto hacer y que están ahí. Que me producen una sensación de angustia y soledad muy intensa. No son recuerdos que me atormenten, es compañía que llevo.

 

Imagino que debe haber muchos rostros inolvidables, como los que aparecen en el gigantesco mural de la novela.

Hay rostros que no puedo imaginar de otra manera. Caras de niños que nunca voy a poder imaginar sonriendo, gente que me ha mirado reclamando ayuda y a la que no pude ayudar. Y vives con eso. Es cierto, hay lugares de los que nunca he regresado, pero no es malo que sea así.

Muy personal

 

Una escena cinematográfica: El final de Perdición, cuando E.G. Robinson le enciende el cigarrillo a Fred McMurray.

 

Algo que te subleve: La estupidez unida al poder y a la arrogancia. Es decir, los gobernantes españoles del siglo XX.

 

Televisión: Casi no la veo. La utilizo para ver películas.

 

Deportes: Practiqué muchos de joven pero ahora no me interesan nada, ni como espectador.

 

Aficiones: Ya no, antes hacía barcos de madera, pero ahora no tengo tiempo.

 

Canciones: Me gustan las que cuentan historias: los boleros, los tangos, las coplas y los corridos mexicanos.

 

Un objeto del que nunca te desprenderás: Tengo asumido hace años que la vida me desprenderá de todos. Pero, si te refieres a si le tengo cariño a alguno, te diré que a mi colección de libros de Tintín con lomo de tela.

 

Supersticiones: No tengo, e incluso deliberadamente he hecho cosas para comprobar si era cierto eso de que provocaban mala suerte.

 

Fobias: A los políticos españoles sin distinción de color.

 

El peor conflicto bélico que has vivido: Los Balcanes y el Líbano al principio.