“A Europa le queda una agonía de cincuenta años. Tiene los días contados”

 

10.10.11 - 01:41 - ISABEL URRUTIA | BILBAO.

 

No cree en Dios pero sí en el ajedrez. «Algunos encuentran consuelo cuando van a misa y reciben la comunión. A mí me ocurre delante de un tablero», asegura Arturo Pérez-Reverte. De ahí que no haya querido perderse la Final de Maestros del Gran Slam de Ajedrez, que hasta mañana se celebra en La Alhóndiga de Bilbao. Los profesionales disfrutaron ayer de una jornada de descanso, así que el 'padre de Alatriste' aprovechó para darse una vuelta por la ciudad, con gabardina y paraguas prestado. Lleva cinco meses enfrascado en su próxima novela -que girará en torno a esta disciplina- y se le nota entusiasmado. Está viviendo el ambiente, toma notas, se documenta y se reafirma en una afición que se le despertó en la infancia, cuando veía jugar a su padre entre humo de cigarros y pipas. «Él sí que lo hacía bien. Yo soy bastante mediocre».

 

Su séptima entrega de Alatriste sale al mercado en un par de semanas y, al igual que el veterano de los tercios de Flandes, confiesa que ha ganado «en amargura y desprecio por los hijos de puta». Pero a pesar de todo, un niño bilbaíno logró congraciarle hace un par de días con el género humano.

 

-¿Qué le dijo el chaval?

-Estaba viendo a los críos jugando en el torneo. Pues, bien, se me acercó uno y me preguntó si era Arturo Pérez-Reverte. Charlamos un rato y, al despedirse, me dijo 'oye, luego no escribas sobre mí, que he perdido dos partidas'. Qué chulería y gallardía... Muchas veces pienso que deberíamos irnos a la mierda, que más vale que todo reviente, pero, al tratar con la gente de a pie, ves y escuchas cosas que te salvan. Cosas que te llegan muy hondo.

 

-¿Cuál es su pieza favorita en el ajedrez? Usted dirá.

-Como símbolo me quedo con el peón. Es la pieza que se encarga del trabajo humilde, oscuro y sucio. Se le sacrifica en primer lugar y queda aislado en el rincón del tablero. Ése es su destino. Le tengo un afecto especial. Lo veo como símbolo del ser humano; y el ser humano español, ya sabe, es doblemente peón. Ahora bien, ojo, como jugador me quedo con los alfiles. ¡Son los comandos del tablero! Me encanta su poder y capacidad de penetración.

 

-Pues no parece usted un hombre calculador...

-¡Lo soy y mucho! No hay empresa profesional ni personal que no haya planificado al milímetro. Las cosas pueden salir bien o mal pero en mi vida hay muy poco de improvisación. Yo no soy el personaje que publica en el 'XL Semanal'. Si lo fuera, hace mucho tiempo que estaría muerto.

 

-Es una visión táctica de la vida.

-Claro. Por eso siempre he practicado deportes muy técnicos. ¡Ni fútbol ni tenis! Los que me gustan son el buceo y el paracaidismo. Son actividades que requieren un equipo, un adiestramiento y una preparación técnica de gran especialización.

 

-Dentro de un mes, cumple 60 años. ¿Qué ha ganado o perdido con el tiempo?

-Ganas todo y pierdes todo. Pierdes en vigor, fe, esperanzas, inocencia, ideologías... Ganas en serenidad, lucidez, amargura, soledad... Y por supuesto, ganas en desprecio por los... ¡hijos de puta! y en ternura por los peones que no han tenido nunca la posibilidad de salir de la condición de peones. Esto último se me nota bastante al escribir.

 

-Tiene muy claros a sus enemigos.

-A los hijos de puta, sí.

 

-¿Y a los otros?

-A los buenos, no tanto. La gente buena también es capaz de atrocidades. Yo mismo he sido bueno y malo. En el tablero de la vida las piezas no son ni blancas ni negras. Nosotros jugamos con piezas grises. Así es la condición humana. Por eso muchas veces me puede el pesimismo.

 

-Con ese talante, pensará que Europa ya no tiene arreglo. ¿Habrá que estudiar chino y acostumbrarse a la precariedad laboral?

-Las nuevas generaciones tendrán que hacerlo, no les quedará más remedio. Al Viejo Continente le queda una agonía de cincuenta años. Esto se acaba. La Europa que conocimos, como referencia moral y cultural, tiene sus días contados. Yo ya no voy a cambiar porque me supondría un esfuerzo brutal y sería un desgraciado el resto de vida que me queda. No voy a cambiar a Séneca, Homero o Jenofonte por Mao Tse Tung, ni me voy a poner a estudiar la obra de Confucio. Asumiré la actitud del romano que se encierra en su habitación, rodeado de libros, mientras lo bárbaros saquean Roma.