“Mis lectores me hacen libre”

 

Miércoles, 27 de Noviembre de 2013

 

FERNANDO DÍAZ DE QUIJANO

 

Lo nuevo de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), ante la sorpresa de todos, va de grafiteros. Además de ser un mundo que siempre ha considerado interesante, era “territorio virgen” en nuestra literatura. El autor, siempre tan cercano a la guerra y sus códigos, se interesa en El francotirador paciente (Alfaguara, a la venta desde hoy) por lo que el movimiento tiene de “guerrilla urbana”, con sus estrategias casi militares y sus acciones de “bombardeo” para fastidiar al sistema y a la sociedad biempensante, con su épica y su ética particulares.

 

Para escribir la novela, el autor ha revivido sus tiempos de reportero de guerra: “He vuelto a territorio comanche, a la clandestinidad, a la noche, a la adrenalina”, a un mundo tan ajeno y hermético como fascinante. Pero advierte que con este libro no defiende ni ataca al arte callejero, sólo lo describe: “Sigo pensando que el grafiti es vandálico en la mayoría de los casos y que afea las ciudades, pero ahora comprendo sus códigos y sus motivos”.

 

El autor de El tango de la Guardia Vieja ha pasado un año sumergido entre grafiteros de España, Portugal e Italia, países en los que transcurre la acción, para construir una trama que combina la ficción, cercana al thriller en algunos pasajes, con un repaso a la historia real del arte callejero, desde la escena madrileña de los 80 capitaneada por Muelle a la fama internacional del mediático Banksy.

 

De hecho, el personaje principal de la novela, el grafitero fantasma Sniper, tiene mucho del artista de Bristol, pero con una diferencia fundamental: él no se ha vendido al mercado del arte contemporáneo. “Banksy es repudiado por los grafiteros de verdad”, asegura Pérez-Reverte. “Si es legal, no es grafiti”, ésa es la máxima de Sniper, y por lo que ha podido comprobar el autor, es compartida por la mayoría de escritores de grafiti -que así se autodenominan-.

 

La voz narradora es, precisamente, la de una joven experta en arte urbano que recibe el encargo de encontrar a Sniper y convencerle para que participe en un proyecto editorial dedicado a su obra. Nadie conoce su paradero, y menos ahora que un importante empresario ha puesto precio a su cabeza. Lo hace responsable de la muerte de su hijo, que, como tantos otros jóvenes, se juegan la vida en tejados, puentes y otras zonas de difícil acceso para ejecutar los retos imposibles que este ídolo sin rostro lanza en Internet.

 

Sniper ataca duramente al mercado del arte, pero su discurso es, en buena medida, reflejo de las propias opiniones de su autor: “¿Por qué tengo que respetar al sinvergüenza de Damien Hirst, el de la vaca partida, y no a un artista que se juega la vida para hacer un pieza en el puente Metlac de Veracruz?”, se indigna Pérez-Reverte. “Hay un arte contemporáneo de calidad extrema, por supuesto, pero el mundo actual es tan falso que críticos y galeristas pueden compincharse para encumbrar a un mediocre”.

 

Reverte se despacha con las miserias del mercado del arte como lo hace con todo, sin pestañear. “Mis lectores me hacen libre. Tengo la fortuna de tener la vida resuelta y por eso puedo decir lo que pienso. Pero muchos escritores e intelectuales supuestamente independientes se quedan callados ante todo lo que pasa por miedo a perder lectores, con pocas excepciones, como Vargas Llosa o Javier Marías”.

 

En esta línea, no deja pasar la oportunidad para criticar el “absoluto desmantelamiento cultural” que está ejecutando el Gobierno. “Rajoy no deja de hacerse fotos con deportistas, pero no existe ni una solo foto de él en el teatro o la ópera, ni en la RAE, ni siquiera en un estreno de cine, en dos años de legislatura”. Eso, insiste, revela el talante cultural de este Gobierno: “Pero claro, la cultura no da votos, lo que da votos son las fotos con el casco de Fernando Alonso”.

 

Empuñando el aerosol

 

Pérez-Reverte se ha infiltrado en el submundo del grafiti del mismo modo que hizo con el del narcotráfico para escribir La reina del sur o como hizo durante sus veintiun años de periodismo de guerra. “Es el abecé del oficio: no ir de listillo, no juzgar, no opinar. Sólo preguntar. Si vas con ese talante y te pagas unas cañas, en media hora ya eres íntimo”, explica el escritor, que ha hecho muy buenos amigos grafiteros. Uno de ellos es Suso33, que ha llegado a ser un artista reconocido, con encargos de ayuntamientos. Normalmente, esto sería motivo suficiente para ser repudiado por sus compañeros de spray, “pero sigue escapándose algunas noches a pintar con los colegas por la ciudad”. Por eso, a pesar de ser artista, es respetado por todos.

 

"El auténtico grafitero no tiene pretensiones artísticas", explica el escritor. De ahí el rechazo que causa quien penetra en los circuitos comerciales. Tampoco tiene ideología, aunque a menudo sean tachados de anarquistas o antisistema. “Pinto porque pintando, soy”. Ése es el argumento que esgrime la mayoría, según ha podido comprobar Pérez-Reverte sobre el campo de batalla. “Se trata de que vean tu nombre por todas partes, es una cuestión de cantidad más que de calidad”. Otro buen amigo del escritor, Lose, tiene “hechos” más de 500 vagones de metro. “Seguramente es más leído que yo”, bromea el padre del capitán Alatriste. “Lose tiene treinta años, está parado, vive con su madre y acumula multas por valor de 30.000 euros. Pero cuando sale a pintar, es feliz”. Las multas por pintar sin permiso en el mobiliario urbano son cada vez más duras. “Aunque sea un acto punible, no hay derecho a que paguen más que los atracadores”, lamenta.

 

El autor está orgulloso de haber conseguido entrar en un mundo tan hermético. Él mismo ha empuñado el aerosol -“en sitios donde no hacía daño a nadie”, aclara- y los ha acompañado en sus correrías por las vías de Atocha. “Ahora quedo a cenar con ellos de vez en cuando y me cuentan sus cosas, en qué andan. Hace unos días fue mi cumpleaños y me regalaron dos piezas con la firma de Sniper”, agradece, y confiesa: “Mi miedo era que, al leer la novela, ellos me dijeran: ‘Tío, no te has enterado de nada, pero no ha sido así. Sólo me corrigieron un par de términos”.

 

Lo de leerse la novela fue más bien un favor personal, porque el grafitero, por lo general, no es lector. “El 90% de los escritores de grafiti no coge un libro. Eso ha sido perfecto para acercarme a ellos, porque no me conocían, menos aún los de Lisboa o Nápoles”. Cuando uno de ellos le presentaba ante otros, solía decir: “Este es Arturo, un amigo. Es escritor, pero es legal”.