“Pérez-Reverte y el uso equívoco de la memoria histórica”.

 

Miércoles, 13 de diciembre de 2006

 

El escritor criticó el oportunismo político

  

MADRID.- "Una cosa es la memoria de verdad. Y otra es la que hacen los políticos para ganar elecciones", dice Arturo Pérez-Reverte, indignado por la facilidad con que la ignorancia "se mete a hacer memoria histórica sólo para tener más votos".

 

No es que este exitoso escritor español, nacido en Murcia hace 55 años, quiera hablar de la cuestión ("no quiero meterme en eso", se atajó, en vano, en varias ocasiones). Pero la conversación tuvo por objeto la presentación de Corsarios de Levante , sexto volumen de su personaje histórico, el Capitán Alatriste. Y una cosa llevó a reflexionar sobre la otra.

 

En cierto modo, la agenda política se coló por la ventana. Porque aquí es inminente la presentación de un controvertido proyecto con el que el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero impulsa una revisión del pasado reciente español. Y, sin pelos en la lengua, Pérez-Reverte hasta recomendó "la lectura del Capitán Alatriste a algunos políticos, así aprenden historia".

 

Terminó por ceder el murciano a la presión de las preguntas. "No sé de qué me hablan cuando dicen memoria histórica. Memoria lo es todo. Y es para deplorar que políticos sin los más elementales conocimientos históricos, verdaderos analfabetos, se metan a hablar de la memoria histórica e intenten poner en claro cosas que ni ellos conocen".

 

Pérez-Reverte hablaba de España, pero no ahorró la posibilidad de extrapolar experiencias, al arremeter contra "políticos incultos, de cualquier partido, que sin ser siquiera lúcidos se atreven a entrar, como elefantes en un bazar, en cuestiones en las que hay que tener mucho conocimiento y mucha lucidez. Pero ya se sabe que la incultura es muy osada".

 

Todo transcurrió en una sala de la flamante sede central del Instituto Cervantes, donde este miembro de la Real Academia compareció, puntual, para presentar su último libro, al que definió como "el más guerrero y turbulento" de la serie, ambientada, esta vez, en el mundo del Mediterráneo en el siglo XVII.

 

"Era una época difícil, en la que no existían las ONG ni los derechos humanos. Una época en la que matar o morir era muy fácil y en la que los españoles creían que degollar moros era servir a Dios. Y yo no entro en la historia para juzgarla, porque es un error mirar el pasado con los ojos del presente -disparó-. Hay que saber que los españoles degollaban tanto como los turcos o como los bereberes. Y que no lo hacían por un sentido de patria o de imperio sino porque buscaban, sobre todo, sobrevivir y hacerse ricos. Buscan botín y buscaban, también, reputación."

 

Publicada por Alfaguara, Corsarios de Levante , que llegará a las librerías argentinas en febrero, transcurre en buena parte a bordo de una galera llamada Mulata, con la que el "cada vez más melancólico" protagonista llega a las costas de Africa, de Turquía y de la Nápoles española del XVII. "Todo un mundo de truhanes bajo un sol maravilloso", definió el escritor.

 

Vestido con su "uniforme habitual" -camisa celeste y saco de gamuza marrón-, Pérez-Reverte se encontró con periodistas de varios países, prueba de la aceptación internacional del personaje. "Hasta desde Japón me llegan correos electrónicos preguntando por Alatriste", dijo, sorprendido.

 

Por mucha aceptación que tenga el personaje, Pérez-Reverte se mostró convencido de que, si en verdad viviera, si no fuera de ficción, "no podría sobrevivir en este mundo; sería un incomprendido, un marginado total, sería relegado, moriría ".

 

¿Por qué?, se le preguntó, tras un silencio que quebró el brío con que venía transcurriendo la conversación.

 

"Alatriste tendría muy poco para hacer en un mundo como éste, donde reputación, dignidad, honradez o vergüenza son palabras que se manipulan", respondió.

 

-Pero, entonces, si en este mundo no tendría sitio, ¿qué es lo que gusta tanto de él?

 

-Que todos somos un poco Alatriste. Su mirada no es otra que la del lúcido que se siente cansado ante un mundo en el que la virtud tiene poca recompensa y donde el estúpido tiene más posibilidad de triunfar que él. Y eso genera amargura.

 

Por Silvia Pisani

Corresponsal en España