“El admirable 2 de mayo frenó la modernidad”

 

Martes, 11 de diciembre de 2007

 

"Los afrancesados, a los que yo prefiero llamar lúcidos, fueron las auténticas víctimas"

 

Miguel Angel Trenas

 

El cabreo del populacho fue el único detonante de la algarada del 2 de mayo de 1808 en Madrid, germen replicado luego en miles de pueblos de lo que sería la guerra de la Independencia. Así lo cuenta Arturo Pérez Reverte en 'Un día decólera', publicada por Alfaguara, una novela que reconstruye los sucesos de aquel día a partir de sus verdaderos protagonistas. "He querido -dice el autor- contar la novela como un cuadro de Goya. Poner nombres, gestos, caras y circunstancias a los personajes de sus cuadros".

 

¿Un anticipo de bicentenario?

Era un tema de los muchos que me interesan. He querido sentar unas bases mínimas de la historia antes de que se acerque la fecha, de que empiecen todas las movidas de mistificaciones y manipulaciones.

 

¿Ha cambiado la idea que tenía sobre lo ocurrido?

Mi generación fue educada en un 2 de mayo más épico, el de un pueblo que luchaba por la libertad y la independencia. La realidad fue que la gente de orden se quedó en sus casas y los militares más representativos fueron dos capitanes. Quien salió a la calle fueron cuatro gatos marginales, aunque, sin esta revuelta, no hubiera sido posible el resto. Recorrer ese día con la limpieza que te dan las fuentes originales es muy ilustrativo, casi higiénico.

 

¿Qué le diría a quien ve la conmemoración como algo políticamente incorrecto?

Que se trata de una fecha importantísima. Es nuestro Álamo.Un combate de gente desarmada, humilde, que se enfrenta al ejercito más poderoso del mundo, que dará lugar a un movimiento que tiene consecuencias imprevisibles y gravísimas para Europa y para Napoleón. Un ejercicio de heroísmo y coraje donde se adivina por vez primera el germen sutil de esas dos Españas: la oscura y reaccionaria y la que mira a la modernidad. El drama terrible de la inteligencia, del lúcido, desde Moratín a Goya, que se pregunta dónde están los suyos; que se debate entre la modernidad que quiere para su país y el sentimiento que le une a los que luchan en la calle. Es una jornada importantísima, completamente asumible por la derecha y por la izquierda, una salsa en la que han mojado todas las ideologías. No se trata de celebrarla sino de conocerla y estudiarla.

 

¿Qué perdimos aquel día?

Se perdió una posibilidad. Había cabezas lúcidas que querían salir del atraso, de la incultura, del fanatismo cerril de unos curas y reyes incapaces y corruptos. Ese día y esa guerra hicieron que eso estuviese en el bando del enemigo, cerró una puerta al progreso y a la libertad. Paradójicamente, una jornada admirable en sí nos dejó inútiles para una modernidad, la frenó; luego tardó muchísimo en llegar.

 

¿La novela recupera al corresponsal de guerra?

No, cada novela tiene una forma y esta reclamaba un tratamiento más distante y frío, más documental. Cuenta los hechos de manera reporteril, lo que no deja de ser una técnica más del género. Será el lector quien decida si lo que lee es terrible o no.

 

¿Qué materiales ha manejado?

Se trata de un periodo muy documentado. Desde Galdós hasta los testimonios de las propias víctimas y sus familiares, necesarios para acceder a unas compensaciones anunciadas por Fernando VII que no se dieron en todos los casos. El material estaba ahí, pero no se había juntado en un libro.

 

¿Qué ha sido lo más difícil?

La trastienda, manejar más de trescientos personajes evitando vacíos o cruces equivocados. Hay sólo un 25 por ciento de ficción, que me ha servido como amalgama para unir las diferentes historias.

 

¿Personajes todos cabreados?

El cabreo, un cabreo muy español, fue el origen de todo. Ese día la gente no se echó a la calle para luchar por la patria, por la independencia, sino porque estaba cabreada con unos extranjeros que actuaban con chulería, que no pagaban en las tabernas, que molestaban a sus mujeres. Los franceses fueron los primeros sorprendidos por esa capacidad para el motín y la sublevación. No hubiera sido igual en París, Londres o Berlín. Esa individualización tan española de la violencia, esa locura, esa rabia, se manifestó el 2 de mayo. Tras Madrid, siete mil pueblos cabreados se echaron a la calle en un día en el que los españoles fuimos plenamente solidarios, actuando cada uno con su propio cabreo, pero al unísono.

 

Una mirada de la historia muy distinta de la tradicional.

 

La novela propone una lectura desde la fuente original. Invita al lector a ir a la calle, correr y sentir lo que sintieron cuatro mataos,más allá del patrioterismo franquista o el no pasarán republicano.

 

¿Quiénes son los malos?

No hay malos en la novela. Los franceses también tienen sus motivos cuando se enfrentan a esa chusma despreciable que los mata. El único malo fue Fernando VII, el rey que está en Bayona adulando a Napoleón y que al volver lo primero que hace es enterrar las libertades que se empezaban a tener. Fue una rata de cloaca, no se merecía a esos súbditos.

 

¿Y los afrancesados?

Yo prefiero llamarlos lúcidos. Fueron las verdaderas víctimas. Los inteligentes, los cultos, vivieron en sus carnes la verdadera tragedia de no saber con quién estar, con los que representaban la modernidad o con el vecino que caía bajo las bayonetas francesas.