“Hay que limpiar la historia de manipulación y estupidez"

 

Domingo, 10 de febrero de 2008

 

El autor de ´Un día de cólera´ dice que esa guerra sucia del iraquí contra el americano es la que "hicieron los madrileños contra los franceses y luego los españoles contra los franceses".

 

RAFA LÓPEZ. VIGO

 

Da la impresión de estar permanentemente en posición de guardia, sobre todo cuando te mira con ese gesto de navegante avezado que ha cruzado el cabo de Hornos sin despeinarse y esa nariz afilada como un sable que parece retar a su interlocutor. A Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), escritor y capitán de yate, le ha dado por atar los cabos de una de las jornadas más dramáticas de nuestra historia, y su empeño ha llegado a buen puerto en ´Un día de cólera´ (Alfaguara). Su vehemencia y el brillo de su mirada transmiten la fascinación que le produce hablar de la historia, unos hechos cuyas consecuencias alcanzan nuestros días.

 

-Dice que en la jornada del 2 de mayo de 1808 se formaron las dos Españas, pero que a la vez se tomó conciencia de nación...

-Más que se formaran, ese día empezaron a advertirse en la gente actitudes que serán las de las dos Españas. Desde esa jornada hay que empezar a tomar partido. Esa necesidad de elegir con quién estoy de los dos es lo que va marcando las dos Españas. Por eso mucha gente no interviene y se queda en sus casas mirando, porque no se sienten implicados ni con unos ni con otros. Eso por un lado, y la segunda parte de la pregunta era?.

 

-¿Se tomó conciencia de nación?

-No ese día, porque de una ciudad de ciento setenta mil habitantes combaten no más de tres o cuatro mil personas, y todo clase humilde: pescaderos, mendigos, putas, rufianes, carpinteros, albañiles? Gente del pueblo bajo. La gente bien, la gente de orden, no interviene, se queda en sus casas mirando. Ese día en sí no es nada, es una intifada, pero al siguiente la noticia corre como un reguero de pólvora y la nación toma conciencia. La gente salió a la calle por furia, por cabreo, por eso he titulado el libro Un día de cólera, no un día de gloria ni un día de patria.

 

-No fueron lances honrosos los que se libraron. Llegaron a disparar un cañón cuando ambos bandos estaban parlamentando bajo bandera blanca...

-Tenga en cuenta que era un pueblo sin preparación militar, que combatía como podía y de cualquier manera, sujeto a sus vaivenes y pasiones. No había eso del honor, dispare usted primero, ríndase... No. Se degolló, se acuchilló, se mató, se rompieron palabras y un montón de cosas más. Es lo que está ocurriendo ahora en Irak. No puedes pedirle a un país ocupado por un ejército poderoso que se comporte según las leyes de la guerra, porque eso sólo beneficiaría al invasor. No pelean como los americanos porque no tienen los medios. Esa guerra sucia del iraquí contra el americano es la que hicieron los madrileños contra los franceses y luego los españoles contra los franceses.

 

-Parece sacada de una película de Berlanga la peripecia del cerrajero Blas Molina, que es quien enciende la chispa de la sublevación y al final se va de rositas...

-Así es. Pero es que España es una película de Berlanga. Berlanga no es un accidente, recoge la caricatura que somos muy a menudo. Y en esa jornada trágica, cruel y violenta también hubo momentos esperpénticos y hasta divertidos.

 

-Entre esos momentos divertidos están los de Murat, no sé si corresponden más a la ficción que a la historia...

-Los hechos son todos reales. He tenido la ventaja de que había mucho material previo, expedientes de 409 muertos y 160 heridos, memorias de franceses y de españoles... Todo lo que cuento es real. Lo que hace el novelista es trazar, hilar las relaciones entre los personajes, meter diálogos donde no se sabe lo que se dijeron...

 

-Pero los diálogos de Murat, chapurreando el español con acento francés, funcionan a modo de válvula de escape humorística...

-Sí, hay un pequeño desahogo en un par de situaciones, como cuando la monja está diciendo ´¡Al cielo todos!´. Como válvula de escape, aunque la historia fue una desgracia.

 

-El siglo XIX español fue muy convulso y complicado políticamente. ¿Un reflejo de ese espíritu que afloró el Dos de Mayo?

-Ese día tiene dos lecturas: una es la visceral, admiras a esa gente por lo que hizo. Gente digna, con coraje, que se enfrentó a un ejército poderoso sin armas y sin dirección competente e hizo levantarse a un país después. Pero, por otra parte, la modernidad eran los franceses. Produjo una reacción a favor de un rey corrupto y una monarquía corrupta, de una Iglesia reaccionaria y antigua, de una España casposa de cerrado y sacristía... Te das cuenta de que los españoles lucharon contra el enemigo que no era. El enemigo estaba dentro. Una guillotina hubiese arreglado a ese enemigo con mucha facilidad, pero no tuvimos guillotina, por desgracia. El enemigo real era ese rey, y esos curas, y esas instituciones caducas, antiguas y rancias del Antiguo Régimen, y eso no se supo ver. Fue una lucha admirable y a la vez estremecedora porque con eso nos echaron encima una losa que todavía, doscientos años después, sigue pesando y nos sigue haciendo la puñeta.

 

-¿Teme que ahora se haga otra lectura equivocada, coincidiendo con el segundo centenario del Dos de Mayo?

-Seguro, ya se está haciendo. Por eso he sacado este libro. El franquismo contaminó el Dos de Mayo de fanfarria patriotera, se apropió de él; les puso camisa azul a Daoiz y a Velarde, y eso hizo que después la democracia, al quitar los símbolos franquistas, se cargase también eso. Lo que hay que hacer con la historia es limpiarla de estupidez y de manipulación, y el libro es un intento por recuperar aquello. La izquierda, con la democracia, olvidó que el Dos de Mayo fue una fecha reivindicada también por los liberales. Los militares liberales que se pronunciaban en el siglo XIX, Riego y demás, recordaban que Daoiz y Velarde se habían sublevado contra órdenes superiores y a favor del pueblo.

 

-Como otras obras suyas, se trasluce la idea de que no hay guerra limpia, cuando ha hecho fortuna la idea de que antes del bombardeo de Guernica los conflictos eran más nobles, se respetaba a la población civil...

-Eso son cuentos chinos. No ha habido una guerra noble jamás, todas las guerras son sucias, turbias y puercas. Y siempre están sacando partido de ellas los mismos sinvergüenzas, los que nunca se arriesgan. Las guerras de antes eran igual de sucias que ahora, sólo que antes el pueblo era más inculto y era más fácil engañarlo con cuadros, con discursos, con himnos, con monumentos, con banderas... Ahora el pueblo se deja engañar con menos facilidad, aunque todavía se deja engañar.