SAN FERNANDO EN LA OBRA LITERARIA DE PÉREZ-REVERTE

Bienvenidos a la Muy Leal y Constitucional Isla de León, bienvenidos a San Fernando y a su Real Teatro de las Cortes, cuna del parlamentarismo y la libertad. Entre estas estructuras originales de carpintería de ribera se convocaron las primeras Cortes de la historia de España, aquéllas que dejaron atrás el Antiguo Régimen y alumbraron el Estado moderno. Ideas revolucionarias se debatieron y aprobaron donde estáis sentados. El primer parlamento de nuestra Historia. Mientras, ahí fuera, a unos cientos de metros, tuvo lugar el sitio más largo de la Guerra de la Independencia entre febrero de 1810 y agosto de 1812. El sitio de la Isla de León. Los isleños acogimos en nuestras casas a los diputados venidos de muy diversos lugares y al mismo tiempo defendimos el reducto de soberanía que quedaba ante el asedio napoleónico. Doscientos años después estamos conmemorando aquellos acontecimientos. Pretendemos arrojar luz sobre nuestro pasado, proclamar quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos. Hemos trabajado duro desde hace tiempo para llegar hasta aquí. Pero permitidme desde este momento que comparta mi condición política con la de simple lector de Arturo Pérez-Reverte.

 Mucho se ha escrito sobre su trayectoria y mucho supongo que se escribirá sobre esta nueva novela que hoy se presenta. No seré yo el que hable ni de la una ni de la otra en términos literarios. Lo que sí haré es modestamente analizar en clave isleña, en clave cañaílla, su obra en general y El Asedio en particular. No sin antes proclamar que Pérez-Reverte a finales de los ochenta y con su vuelta de tuerca al género de la novela criminal, nos descubrió a muchos adolescentes inmersos en lecturas ajustadas a planes de estudio inadecuados ambos, que la calidad literaria, en la construcción de personajes, en el estilo, no estaba reñida con la emoción de la aventura.

 Centrémonos. La Isla de León, San Fernando en la obra literaria de Pérez-Reverte. Algunos se sorprenderán de esa presencia. Es breve, pero existe. Por cierto, la Guerra de la Indepencia ya se evoca en El húsar (1986), magistral relato que en esta ocasión se desarrolla también en Andalucía, en Córdoba. Como decía, todo se inicia con otro relato, divertidísimo, que se publicó por entregas en El País durante el verano de 1993. Su título, La sombra del águila, cuya acción se traslada precisamente desde la Guerra de Independencia a la campaña napoleónica en Rusia. Se trata de la historia del “solitario, patético y enternecedor“, en palabras de Pérez-Reverte, segundo batallón del 326 regimiento de Infantería de Línea. Un grupo de voluntarios que se alistaron para luchar junto al ejército francés en la campaña de Rusia a cambio de salir del campo de prisioneros donde se encontraban. Por cierto, hoy nos acompaña otro Regimiento de Infantería de Línea, la Guardia Salinera,  milicianos voluntarios que ahora en tiempos de paz siempre están dispuestos a colaborar como activa asociación histórica y cultural rememorando aquellos viejos tiempos de guerra.

 Pues bien, entre esos hombres comandados por el capitán García estaba el fusilero Mínguez, de San Fernando, “con más pluma que el sombrero de Murat”, según la descripción del narrador que añade: “Amaba en secreto al capitán García, aunque el suyo era un secreto a voces, y en cuanto empezaban los tiros procuraba situarse cerca, bayoneta en mano, dispuesto a defenderlo hasta la muerte”. En el puente de Beresina mientras todos huyen encuentra su final el fusilero Mínguez. Cuenta el narrador: “Y los últimos del 326, que ya ganamos la otra orilla, nos volvemos a mirar por última vez a Mínguez de pie entre la humareda de pólvora, erguido en mitad del puente, las piernas abiertas con desafío y el capitán García agonizando abrazado a una de ellas”.

 Aún hoy me emociono al releer las aventuras del fusilero Mínguez, este paisano al que conocí hace unos quince años. A pesar de ser un personaje breve dentro de un relato por entregas estival es de los que resultan inolvidables. Un soldado humilde del pueblo llano, de esos que no aparecen en los libros de Historia, héroes anónimos -si es que en la guerra queda sitio para los héroes- que dan su vida, no por banderas o patrias, sino por el compañero que tienen al lado, con el que luchan por sobrevivir en el absurdo de la guerra. Y si como algunos dicen, la única y verdadera patria es la persona amada, para el fusilero Mínguez, el capitán García, compañero de batalla y objeto de su amor, era la patria perfecta. En cualquier caso, un hombre valiente. Enamorado de su capitán, pero con más redaños que muchos que van por la vida presumiendo de su condición de hombres y que evidentemente no aguantarían ni un minuto en la colina de Sbodonovo.

 Por tanto, deduje que el autor sabía de San Fernando, de esta isla al sur de Andalucía. Y lo volvió a demostrar de nuevo en La carta esférica (2000), novela en la que se sumerge en naufragios, tesoros y traiciones. En este caso a través de un personaje secundario, Lucio Gamboa, capitán de navío, historiador naval y director del Observatorio de San Fernando, la institución científica más importante de nuestra ciudad. El meridiano de San Fernando y el Real Observatorio fueron referencia de la Europa de la Ilustración, escuela de marinos ilustrados, grandes hombres de ciencia, cuyo prestigio se perpetúa hasta la actualidad dando la hora oficial de España. En esta novela visitamos sus blancas cúpulas y columnas y su magnífico contenido. Por ejemplo, una deslumbrante biblioteca con ejemplares de Kepler, Newton, Galileo, Jorge Juan, Ulloa, Malaspina, Tofiño, Mazarredo. Con estos últimos estamos familiarizados los isleños pues hemos honrado su memoria poniendo sus nombres a calles, avenidas o colegios.

 Hace aproximadamente unos dos años, mediante la generosa intermediación de Óscar Lobato, nos reunimos con Arturo Pérez-Reverte. Convencí a mi Alcalde de que sería bueno explicarle personalmente todo nuestro trabajo ya que se había acercado a episodios nacionales como Trafalgar o el 2 de mayo y que la Isla como hemos comprobado para él no era una absoluta desconocida. En ese amistoso encuentro y posteriormente, le entregamos diversa documentación sobre el San Fernando de la época, que por cierto elegantemente reconoce en el capítulo final de agradecimientos de la nóvela El asedio. Recuerdo que especial ilusión le hizo El Atlas de Fortificaciones de la Isla de San Fernando que hace doscientos años elaboró Carlos Vargas Machuca y que el Ayuntamiento editó en 2004 tras su hallazgo dentro de una ambiciosa iniciativa para la recuperación de todas las fortificaciones de nuestra franja litoral.

 Arquitecto militar que se desplaza a la Isla en 1810, proyectó el plan de defensa de la Isla de León. Dibujó y construyó muchas de las fortificaciones para que no quedara palmo de terreno sin defender, tal y como el propio Vargas Machuca describe en su obra: “[…] línea sobre línea, obstáculo sobre obstáculo y palmo a palmo, defendido el terreno de dos leguas intermedio entre el Puente Suazo y las murallas de Cádiz“. Ese terreno imbatido, fue la Isla de León.

 Desembarquemos en El asedio. Finalmente, los acontecimientos sucedidos hace dos siglos no son tratados a la manera de Cabo Trafalgar o Un día de cólera sino que las Cortes y el sitio militar son un escenario, el telón de fondo de una novela criminal en un período convulso de nuestra historia, en concreto, desde la primavera de 1811 al verano de 1812. Y como no podía ser de otra manera, la Isla de León forma parte de ese espacio físico y moral en los que una serie de personajes hacen avanzar la trama. De los seis personajes protagonistas, uno de ellos representa el genuino espíritu del pueblo isleño ante las huestes del hombre que avasalló a toda Europa. Hablo del escopetero salinero Felipe Mojarra, tratado por el autor de forma que empatizamos con él desde el principio hasta el mismo final de la novela.

 Describamos a Felipe Mojarra según un retrato del capitán de ingenieros Lorenzo Virués para el que presta sus servicios de explorador en las salinas, un personaje secundario éste de Virués cruce de Doctor Maturin y el propio Vargas Machuca: “[…] grandes patillas de boca de hacha compitiendo con unas cejas espesas, las arrugas profundas en la cara y la frente, la expresión obstinada, seca, del hombre criado bajo el sol y el viento, entre la áspera sal de los caños”. Estamos ante un salinero y cazador furtivo de las marismas de cuarenta y seis años, alistado en el regimiento de irregulares de escopeteros y al que no le gustan los franceses: “roban el pan de los pobres, ahorcan a la gente, violentan a las mujeres y son enemigos de Dios y el rey”. Como el fusilero Mínguez o el barbateño Nicolás Marrajo de Cabo Trafalgar, anónimos combatientes cuyos nombres no se imprimen.

 Los escopeteros salineros resultaron decisivos en el sistema defensivo de la Isla. Conocían el terreno como nadie.
Un terreno que en sí ya suponía un fortín natural casi inexpugnable. Pascual Madoz Ibáñez en 1847 en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones en ultramar hace la siguiente descripción: “San Fernando es plaza fortificada por la naturaleza […] su principal fortificación la constituyen los caños de agua del mar y el ingenioso laberinto de las salinas que la circundan; de modo que inundadas éstas, queda defendida la ciudad por un foso de agua de mar de más de dos leguas de longitud y cerca de una de latitud”.

 Junto al personaje de Felipe Mojarra y su propia subtropa más irregular aún si cabe, compuesta por el cuñado Bártolo Cardenas, Curro Panizo, compadre salinero, y su hijo el hormiguilla Currito, permitidme que establezca un segundo personaje que es precisamente el paisaje de San Fernando. Empezando por el paisaje urbano.

 Así, encontramos en la novela la Iglesia Mayor, lugar de refugio cuando caían las bombas y del juramento de las Cortes el 24 de septiembre de 1810, nuestra fiesta local, inmortalizado en un cuadro de Casado del Alisal que preside en la actualidad el Congreso de los Diputados; también las iglesias de San Francisco y el Carmen, ésta última sede de nuevo de las Cortes en 1813 cuando vuelven los diputados a la Isla y le conceden el título de ciudad y el nombre de San Fernando; el Hospital y la población militar de San Carlos; la plaza de las Tres Cruces, actual y recientemente renovada Alameda Moreno de Guerra, cuya calle larga –que bien podría ser la calle de la Plata, después calle de la Soledad y actual calle Dr. Cellier- desemboca en la choza donde vive Felipe Mojarra, muy cerca del Zaporito; la Imprenta Real de Marina; el Ayuntamiento; el matadero municipal; el Observatorio de Marina que vuelve a aparecer y el meridiano de la Isla de León; la Casa de los Zimbrelo, casa-palacio lamentablemente devorada por la voracidad urbanística del tardofranquismo; la Oficina de Intendencia de la Real Armada ubicada en el Palacio de las Capitanías Generales, actual sede de la Comandancia General de Infantería de Marina. Carreteros, arrieros, tenderos, taberneros, buñoleros, milicianos locales, militares regulares. Apostilla Pérez-Reverte: “Desde que asomaron los franceses, la Isla parece más que nunca un cuartel”. Qué frase más cañaílla porque durante casi los dos siglos siguientes así fue y así se ha dicho en la Isla siempre.

 Igualmente, tiene un papel fundamental el paisaje natural de la Isla. Sus salinas, canales, esteros, laberinto de caños, estratégicos para nuestras fuerzas sutiles y letales para los franceses. Ahí están las vueltas y revueltas del Canal de Sancti-Petri y los Caños Zurraque, San Pedro, Camarón y Alcornocal. La Isla de Vicario. Gallineras. Entre estos parajes de fango y sal encontramos un ecosistema propio: esparragueras, matojos, lucios, compuertas, hinojos, sapina, anguilas, robalos, cangrejos, avocetas. Algunas de estas palabras constituyen un léxico propio de la Isla, en algunos casos ni siquiera aparecen en el Diccionario de la Real pero que demuestra su riqueza y diversidad. Por ejemplo y antes lo citaba, “hormiguilla” que no era sino una especie de grumete de las salinas, niños de nueve o diez años que conducían a los burros en el traslado de la sal. Además, todo este mundo manejado por el viento de Levante que igualmente hace acto de presencia en la novela y que por cierto Leonard Euler y su princesa alemana debieran haber conocido.

  Y salpicando este prodigio de la naturaleza, las fortificaciones militares. Por delante de todas, el Puente Suazo que es la primera referencia en la novela a la Isla. Después de años de trabajo y de financiar nosotros, el Ayuntamiento, el proyecto de restauración del Sitio Histórico Puente Suazo (baterías, carenero, puente) hemos logrado que las obras estén a punto de comenzar, un espacio que sería de venerada peregrinación en otros lugares de Europa y América. También aparecen las baterías de San Pedro, Gallineras, Santa Lucía y Lazareto. La Clica y la Carraca, Punta Cantera y su apostadero. Muy cerca tuvo lugar la primera derrota del ejército napoleónico en la Guerra de la Independencia en 1808, la Batalla de Rosily.

 En este espacio escénico, y aunque se apunte por algunos personajes una visión pesimista de las Cortes y en general del futuro inmediato ante las insurrecciones americanas, la consiguiente autonomía de sus puertos y por tanto el fin del monopolio de ultramar, también desfilan algunos de los diputados convocados a Cortes en la Isla y que, tras aprobar principios revolucionarios para la época, deciden entre estas paredes elaborar una Constitución. Conceptos como la soberanía nacional, la división de poderes, la libertad de imprenta, la igualdad entre españoles europeos y americanos son decretados en la Isla y defendidos por hombres como Argüelles, el clérigo Muñoz Torrero o el mejicano Mexía Lequerica. Permitidme que os diga que San Fernando se va a hermanar este 2010 con Guanajuato, ciudad y estado mejicano que celebran también su Bicentenario y que tienen como prócer al cura Hidalgo, el que gritó independencia justo hace doscientos años y al que precisamente en la novela se cita por un personaje despectivamente como el “cura loco, español para más infamia”.

 En todo caso y acostumbrados como nos tiene el autor, por una parte, al rigor histórico en sus novelas y, por otra, a la lucidez de sus planteamientos, se deja claro no ya esa visión pesimista que después se encargará de confirmar Fernando VII, sino la vida más que digna del sitio de Cádiz, la situación económica aceptable de un Cádiz más mercantilista y comerciante que nunca. Muestra de ello es el contrabando y mercadeo con la zona francesa que no se oculta porque simplemente existió. Y de igual forma, diversos personajes señalan que la Isla sufrió más el sitio y su situación peor que la de la ciudad hermana.

 No obstante y en definitiva, Arturo, ya que estamos en plena conmemoración de nuestro papel en la historia, ya que estamos de feliz aniversario, ya que estamos orgullosos de ser herederos de aquella estirpe de isleños que protegieron a diputados que aprobaron ideas en este Teatro que podrían haber cambiado el curso de nuestra Historia y que lucharon y dieron su vida entre los esteros, pensemos que todo esto no fue en vano. Creamos que los valores y principios que aquí se aprobaron y las vidas sacrificadas a unos cientos de metros durante el asedio a San Fernando no fueron exterminadas por un rey cobarde y traidor. Sino que durmieron aletargadas hasta que en 1978 una nueva generación de ciudadanos las despertó y ayudaron a construir una sociedad mejor, más libre y más justa.

 Afirmemos, Arturo, que vidas como la de Felipe Mojarra son la vieja y parcheada piel del tambor sobre la que redobla nuestro glorioso pasado, el pasado de San Fernando. Y si  como dice un personaje de El hombre que mató a Liberty Balance, una de tantas obras maestras de John Ford, “Esto es el Oeste y cuando la leyenda se convierte en realidad, se imprime la leyenda”, imprimamos en 2010 la leyenda de aquellos tiempos durante los que España fue una isla, la inconquistable y legendaria Isla de León. Gracias por tu novela y por presentarla en nuestro querido Real Teatro de las Cortes, tuya es la palabra.

 

   San Fernando, 4 de Marzo de 2010