“A mí, la calidad literaria me importa un rábano”

 

Miércoles, 7 de abril de 2010

 

POR JESÚS ÁLVAREZ. SEVILLA

 

Es el autor más leído de España y el español que más libros vende fuera de nuestro país. Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) defiende su último libro, «El asedio» (Alfaguara), como «novela de novelas» y la más compleja y ambiciosa que ha escrito hasta ahora.

 

-¿«El asedio» es un libro de física, de moda o de naútica, además de un libro de historia?

-Creo que lo es de todo eso y de muchas cosas más, también, incluso, de ciencia.

 

-Hay quien dice que más que un libro lo que ha hecho usted es un cuadro...

-Es cierto que como en un cuadro yo he querido pintar en este libro distintos tonos y distintas formas. Y en ese sentido, sí puede ser acertada esa definición.

 

-¿Lo que usted cuenta en «El asedio» podría haber ocurrido en Sarajevo en 1990?

-Podría haber transcurrido en cualquier ciudad, incluso en la Troya de Homero. Pero Cádiz me daba muchas y atractivas posibilidades.

 

-En su libro a un sargento francés caído a culatazos en una emboscada le arrancan los dientes de oro. ¿Eso lo ha visto en algún sitio, se lo ha contado alguien, o se lo ha imaginado?

-No, lo he visto. Esa es una práctica usual y actual.

 

-Historia potente, férrea estructura y grandes dosis de esfuerzo y humildad profesional. ¿es ésa su fórmula para conseguir un best-seller?

-Desde luego es mi fórmula y a mí me funciona.

 

-¿Entonces lo del 50 por ciento de sexo y 50 por ciento de violencia...?

-Esa no es mi fórmula, desde luego.

 

-Escribir hoy día una novela de casi 800 páginas parece una provocación para los marquetinianos modernos que sostienen que la gente ya no tiene tiempo ni para leerse un periódico y que hay que poner las fotos más grandes y los textos más pequeños...

-Para mí no se trata de una provocación sino de mostrar con hechos que hay gente justamente que lee y que encuentra este tiempo para leer.

 

-Dice usted que todos los escritores escriben siempre la misma novela, ¿es qué nunca se quedan ustedes satisfechos la primera vez?

-Los escritores vamos cambiando y no es la misma novela la que escribes con 20 que la que escribes con 40, o con 60, porque tu corazón cambia con el tiempo, pero creo que todo escritor coherente debe pisar siempre el mismo territorio e ir desarrollándolo con los años. El lector siempre debe reconocer tu territorio. Desconfío del autor que cambia de territorio o que no lo deja claro en sus libros.

 

-Territorio aparte, ¿no tiene ganas de escribir una novela bien romántica, como hizo Vargas Llosa con «Travesuras de la niña mala»?

-En «El asedio» hay un folletín romántico en plan siglo XIX, de amor imposible que disfruté mucho escribiendo.

 

-Lleva usted más de 20 años de éxito en éxito, desde que publicó en 1988 «El maestro de esgrima». En esta época de infidelidades y de portabilidades, ¿cómo ha conseguido que sus lectores sean tan fieles a usted y, además, durante tanto tiempo?

-Supongo que porque les cuento cosas que le interesan tanto a un chino como a un israelí, a un colombiano, a un noruego o a un español.

 

Éxito y literatura

 

-Ese éxito le ha granjeado recelos de algunos escritores llamemósles «consagrados», que no venden tanto como usted y que lo consideran un «buen artesano» y «un escritor con gran vocación comercial», pero no un autor que haga buena literatura...

-Decir que lo que lee mucha gente no es buena literatura es como decir que un libro no puede ser bueno si provoca muchas ganas de leerlo. Un escritor de verdad no tiene otra cosa que su artesanía. Y un escritor sin lectores desaparece. La única posibilidad que tiene este artesano es que lo lean. Lo que hay que darle al lector es algo que realmente le interese.

 

-¿Una historia interesante?

-Mi trabajo es contar historias. Hay autores, sin embargo, que no se conforman con contar una historia sino que dan su opinión sobre esa historia a cada minuto.

 

-¿Entrar en la Academia de la Lengua no le sirvió para evitar esta discusión sobre la calidad literaria de su obra?

-Las tragedias griegas eran el entretenimiento de las masas, ¿no?. A mí la calidad literaria, francamente, me importa un rábano; además, quién juzga quién tiene o no tiene esa «calidad literaria». Yo escribo para contar historias que a la gente le hacen vivir vidas que no han vivido. La calidad literaria es para mí que el lector lea tus páginas y no pueda dejar de leer tu libro. Lo demás son milongas.

 

-¿Se arrepiente de alguna de las polémicas públicas en las que entró, por ejemplo, con Francisco Umbral?

-No me arrepiento de ninguna de ellas, aunque he tenido pocas polémicas. Sólo me arrepiento si he sido injusto con alguien.

 

-En sus artículos usted es muy combativo, incluso un poco chulo, si me lo permite...

-Soy combativo con lo que me interesa y cuando hay algo que me enfurece puedo resultar chulo o lo que usted quiera. Yo podría pasar de muchas cosas que veo y quedarme al margen de ellas y me iría mejor, pero no puedo dejar que los malos ganen siempre y se vayan impunemente. Al menos, que se lleven una bofetada o un insulto.

 

-¿Lo hace para no sentirse vencido o porque se siente herido?

-Cuando escribo esos artículos periodísticos a los que usted se refiere, que son opinión y no literatura, duermo mejor por la noche. Yo ante la estupidez, reacciono. Lo único que no voy a hacer es congraciarme con la estupidez. No soporto la sonrisa de las ratas que se congracian con el verdugo. He observado que en las guerras las ratas siempre están quietas durante un bombardeo y yo no quiero que me tomen por una rata. Ante la estupidez prefiero ser chulo a contemporizador.

 

-Dos «grandes» como Vargas Llosa y Javier Marías, defienden su estilo a muerte. ¿Son amigos suyos?

-Javier Marías, sí. Vargas Llosa, no, aunque lo conozco y lo admiro mucho.

 

-Nunca frecuenta los «círculos literarios»: ¿hay en ellos anta hipocresía y falsedad como dicen?

-No me interesan ni los necesito. Yo no vivo de la literatura, yo escribo literatura, que son dos cosas distintas.

 

-¿Se refiere a los críticos?

-No, me refiero a gente que no escribe y vive de la literatura. Yo no voy a mesas-redondas ni doy conferencias ni vivo de hablar de literatura, sino de escribir. No tengo necesidad de hacer eso. Escribir me tiene demasiado ocupado para hablar de literatura.

 

La España que no fue.

 

-¿Por qué dice que «El asedio» es una reflexión sobre la España que pudo ser y no fue?

-Porque Cádiz fue una de nuestras oportunidades perdidas a lo largo de la historia.

 

-¿Le duele la España actual?

-Me duelen algunos aspectos de España, pero hay otras muchas cosas de mi país que me gustan mucho. Me duele sobre todo la estupidez y la ignorancia. Creo que cuando ambas se alían, la cosa es terrible, pero si a eso le sumamos el poder de un político, entonces ya es lo peor.

 

-¿Se nota más con la crisis que España es un país un poco chapucero para según qué cosas?

-España tiene muchas posibilidades y tiene capacidad para improvisar muy bien. Y tambjén es un país muy generoso y muy vital. Si no fuera por eso nos habrían aniquilado hace muchísimo tiempo, a pesar de estos dos sjglos de desgobierno que llevamos.

 

-¿Qué le parece esta época de relativismo y buenismo que vivimos? Parece que ahora cuesta mucho distinguir a los buenos de los malos...

-Hablar colectivamente me parece muy peligroso. En todos los rebaños siempre hay un hijo de puta. Por eso a la gente hay que salvarla una a una, no colectivamente.

 

-¿Pero no observa un cierto relativismo institucional que se va extendiendo por la sociedad?

-Esto creo que es un problema de incultura, en el sentido de falta de conocimiento. A más incultura, más fácil es dejarse llevar por las palabras, los lugares comunes, la retórica y la demagogia. En este panorama el que tiene espíritu crítico es el que mejor se defiende.

 

-¿Cree que la televisión contribuye a este relativismo?

-Hace un rato la puse en mi casa para ver si encontraba alguna película y me encuentro a Belén Esteban por todas partes y, lo que es peor, al público aplaudiéndola. Este acriticismo del español es lamentable, pero qué quiere que le diga: esto es lo que tenemos.

 

-Usted ha declarado que la educación moderna empieza por tener «unas cabezas de reyes en el cesto» y que a España «le faltó la guillotina». ¿A quién guillotinaría ahora, si pudiera, de una forma metafórica?

-A España le faltó una revolución de ideas. Le faltó abrir las ventanas y dejar correr el aire y eso nos condenó a tener dos siglos de ventanas cerradas. Y creo que aún pagamos el precio de haber tenido unos reyes incapaces, unos curas fanáticos y unos políticos corruptos. Respecto a lo de a quién guillotinaría ahora, en sentido metafórico, con la de estúpidos y fanáticos que veo en España, la lista sería demasiado larga.

 

-Vamos, que no habría verdugos para tanto...

-No, de modo que mejor será no recurrir a la guillotina...