“Pérez-Reverte cuenta la historia de un libro que cambió el mundo”

 

Domingo, 19 de abril  de 2015

 

El escritor español presenta en Buenos Aires su nueva novela."Hombres buenos" es un viaje a París en el siglo XVIII en busca de la Enciclopedia, es decir, del conocimiento.

 

Entre los 250 mil libros que se sostienen de pie uno al lado del otro en la biblioteca académica de la Real Academia Española, la Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers podría pasar inadvertida. Sus veintiocho tomos, forrados en piel ajada y restaurados el año pasado, no llamarían la atención si no fuera por un cartelito escrito a máquina y pegado sobre el estante de madera a la altura del primer volumen. Ruega que no vuelvan a sacarlo de su lugar ni a hojearlo. Que lo dejen en paz.

 

Culpables-analfabeto-inculto-salvaje-sostiene_CLAIMA20150418_0107_27.jpgLa culpa la tiene el español Arturo Pérez-Reverte. Su última novela, Hombres buenos -que el viernes presentará en Buenos Aires-recrea una road movie del siglo XVIII en la que dos miembros de la Real Academia Española –los ficticios Hermógenes Molina, el bibliotecario, y el brigadier Pedro Zárate y Queralt- tienen la noble misión de viajar de Madrid a París para traer aquella obra prohibida: los veintiocho tomos de la tan deseada como temida Encyclopédie de Diderot y D’Alambert que despertaba una peligrosa curiosidad fuera de los límites de Francia.

 

-¿Los libros pueden cambiar el mundo?

 

-La protagonista de esta novella, que es la Encyclopédie, cambió el mundo. De hecho, después de la Biblia es el libro más importante de la historia de la humanidad. A raíz de este libro el mundo nunca fue igual. Este libro desencadenó una serie de efectos buenos y malos, terribles en unos casos y maravillosos en otros. Europa cambió, Occidente cambió y el mundo cambió.

 

-¿Para qué le servía a la Real Academia del siglo XVIII contar con su ejemplar de la Enciclopedia?

 

-La novela cuenta la aventura de buscar el libro para también la de cambiar España. Es la historia de varios hombres buenos que intentan que ese libro cambie España y lo español: porque en ese momento también Argentina, Uruguay, México eran España. La aventura de conseguir ese libro es lo que motiva la novela. Un hecho real, porque la Real Academia trajo su Enciclopedia, prohibida entonces, para hacer un diccionario mejor, más culto, documentado y más eficaz.

 

En casi seiscientas páginas, Pérez-Reverte enhebra personajes reales e inventados en diálogos y situaciones de ficción para recrear la travesía y develar, en la voz de un narrador imaginado que por momentos se confunde con el Pérez-Reverte real, cómo escribió la novela. O la novela de cómo escribió la novela.

 

-Es la primera vez que confiesa cómo ha escrito un libro.

 

-No le he dicho nunca, es cierto. Ha sido la primera vez y quizá sea la última. No lo sé. Ha sido una mera herramienta narrativa. Una novela es un problema narrativo que un escritor tiene que resolver con eficacia. Mientras estaba escribiendo me di cuenta de que esta historia contada linealmente sólo en el pasado tendría momentos  monótonos, muertos y poco útiles para una narración eficaz. Entonces decidí crear una estructura que transcurriese en el presente y en el pasado. Contar cómo había escrito la novela me permitía hacer saltos, elipsis, referencias, guiños. Darle una mayor eficacia a la estructura. Ese doble plano, presente y pasado, en el que transcurre la novela es una forma de contar que elegí para esta historia.  No porque yo quisiera decir: “Oye, lector, voy a contarte cómo escribo novelas”. No, no, no. De hecho todo lo que allí cuento es falso. Es otra ficción dentro de la ficción. Es una falsa realidad.

 

-En determinado momento ese narrador dice que encuentra dificultad en recrear una escena erótica porque no había documentos de la época. ¿Siempre necesita un andamiaje histórico?

 

-Sí. Primero documento bien todo. Si no conoces bien la materia que tienes entre manos, no la puedes falsear. Nadie puede falsificar un billete de cien pesos si no lo conoce muy bien. Por eso hay que saber cómo son los personajes, cómo hablan, cómo se comportan y, sobre todo, cómo piensan. Y después decirle al lector: “Vas a jugar conmigo. Vas a suspender tu incredulidad por un tiempo. Vas a viajar conmigo a la París de la Revolución. Vas a ir conmigo a los salones, a los cabarets de entonces. Vas a ver a los filósofos en los cafés. Confía en mí”. Tienes que darle todo ese andamiaje para que el lector piense que está viviendo algo real, que de verdad se está moviendo por el mundo que tú le estás contando. Si seduces al lector en este sentido, es tuyo. El problema es cuando no se lo cree y se queda fuera de la historia. El lector de verdad es aquel que vivela novela como si fuera propia.

 

-¿Es decir que el hecho de que usted sea miembro de la Real Academia es anecdótico?

 

-Totalmente. La podría haber escrito igual sin ser miembro de la Academia. De hecho, la voz narrativa que está contando es un académico que no soy yo. Los libros que él dice que ha escrito no son los que he escrito yo. Pongo distancia también para que el lector tenga siempre esa duda. Creo ese territorio ambiguo para que no sepa si es verdad o mentira lo que le estoy contando. Todo son técnicas narrativas. Yo no he inventado nada. Todos los novelistas las han usado, desde Tolstoi y Dostoievski hasta Agatha Christie, Corín Tellado o Claudia Piñeiro. Todos los novelistas tienen sus mecanismos narrativos y éste es el mío. Llevo 29 años escribiendo novelas y no me puedo quejar.

 

-Así como en el siglo XVIII había libros prohibidos porque se consideraban peligrosos en manos de la gente, ¿cuál sería la mayor amenaza para la Real Academia hoy?

 

-La mayor amenaza es la incultura. Es sustituir los libros de Borges, de Mujica Lainez, de Bioy Casares, de Carlos de la Púa, los tangos de Piazzolla o de Gardel. La gente los ha dejado, ha dejado de prestarles atención. Ahora todo lo que hacemos es ver la televisión y estar con whatsapp diciendo: “Qué tal, mira, estoy en Cancún con mi novia comiendo una hamburguesa…” Pero estamos perdiendo la cultura, la memoria, lo que nos hace ser mejores, poder dialogar, entendernos. Pues esta novela también habla de eso. De cómo los hombres buenos intentan en cada momento de nuestra historia luchar contra eso. Cuando todo se va al carajo, cuando todo arde y se derrumba, la cultura, los libros no cambian.

 

-¿Qué valor tiene esa permanencia?

 

-Sirve para entender. Argentina hoy es un desastre, como lo es España. La Argentina es un poco más desastre que España, quizá sea nuestra herencia. Si uno mira Argentina dice: “¿Cómo ha llegado hasta aquí?” Pero si uno lee, comprende cómo ha llegado hasta aquí. El libro es lo que nos permite entender. No va a cambiar la situación, pero la cultura nos permite saber cómo han ocurrido las cosas. Sin libros, sin el consuelo y el analgésico que es la cultura estamos en manos del caos.

 

-¿Es por eso que usted suele apelar al pasado en sus novelas?

 

-Claro. Porque el pasado explica el presente. Sin Rosas no puedes entender a Cristina (Kirchner). Y sin España antes que Rosas y sin los moros antes que España y sin los romanos antes de los moros, no puedes entender a Cristina. Ni a (Mariano) Rajoy. La gente no entiende porque no conoce esa cadena maravillosa. El libro es lo que te permite conectar todas esas cosas. El libro te permite entender a Cristina para votarla o no voltarla pero no votarla porque grite, te sea simpática o porque sea más guapo su ministro tal. La votas o no la votas no porque Cristina diga que tiene a Perón sentado en su hombro sino porque sabes que Cristina es el resultado de una larga historia argentina. Ese es el libro. El que ayuda a comprender. El libro es el antídoto contra el que más grita.

 

-¿La cultura también era el único antídoto en el siglo XVIII?

 

-Hay una diferencia importante y es que todavía en aquel siglo XVIII éramos inocentes. Es decir, quien era inculto, no tenía la cultura como mecanismo de salvación, como arma de supervivencia o como herramienta para salir adelante era porque no tenía acceso a ella. La cultura era patrimonio de muy poquitos, por eso los hombres buenos querían que fuese para todos. Pero hoy no tenemos esa excusa. La enciclopedia está, la tenemos. Tenemos internet, periódicos, cine, televisión, tenemos educación gratuita. El hombre moderno que es analfabeto, inculto, que es salvaje, si no tiene a la cultura como mecanismo de convivencia es porque quiere. El que la busca, la encuentra. Ahora somos más culpables de ser malos de lo que éramos hace dos siglos atrás.