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“Arturo Pérez-Reverte cuenta la historia de los hombres buenos”

 

Sábado, 14 de marzo de 2015

 

Ana Anabitarte / Corresponsal| El Universal

 

Narra el viaje de dos miembros de la RAE que buscan la Enciclopédie

cultura@eluniversal.com.mx

 

Madrid. Hace un par de años, el escritor, periodista y académico de la lengua Arturo Pérez Reverte (Cartagena, Murcia, 1951) vio en la biblioteca de la sede de la Real Academia Española (RAE) una primera edición de los 28 volúmenes que componen la Enciclopédie de D’Alembert y Diderot, una obra a la que define como “la mayor aventura intelectual del siglo XVIII en la que triunfó la razón y el progreso sobre las fuerzas oscuras del mundo entonces conocido”.

 

La obra, que contenía las ideas más revolucionarias de su tiempo, había sido prohibida en España. Así que el escritor se preguntó cómo y cuándo había llegado a Madrid. Y descubrió el viaje a París que a finales del siglo XVII y principios del XVIII llevaron a cabo dos miembros de la RAE con el encargo de sus compañeros de comprarla y traerla clandestinamente a aquella España ilustrada de Carlos III.

 

Arturo P�rez Reverte cuenta la historia de los <i>Hombres buenos</i>Titulada Hombres buenos (Alfaguara) y presentada ayer ante un grupo de corresponsales de medios extranjeros, con esta obra Pérez Reverte ha querido rendir un homenaje a la RAE, a donde llegó hace más de 12 años tras pasar 21 como reportero cubriendo guerras en distintas partes del mundo, para ocupar el sillón “T”, en sustitución del filólogo Manuel Alvar, y donde “esos hombres buenos me acogieron con mucho afecto”.

 

La novela “está dedicada a todos esos hombres que tras las independencias americanas se unieron para crear las academias de la lengua”, relató.

 

“A todos esos académicos quienes durante más de 300 años han hecho patriotismo cultural, han trabajado muy duro para hacer diccionarios, gramáticas y ortografías para España e Iberoamérica para que esos países fueran mejor y para que sus ciudadanos fueran más cultos, más sabios y más libres”, añadió.

 

Son 600 páginas en las que se relata el periplo que vivieron el bibliotecario Hermógenes Molina y el almirante Pedro Zárate, en un viaje en el que padecieron todo tipo de intrigas, aventuras, sobresaltos y traiciones hasta lograr traer el libro a Madrid. Y todo ello en una España analfabeta donde dominaban la Iglesia, el trono y el altar. Pero también en el París previo a la Revolución Francesa de los cafés, las tertulias filosóficas y la razón. Es decir, “en la España que pudo ser si las luces nos hubieran guiado y que no fue porque la oscuridad lo impidió”, dijo.

 

De ella, en la que el propio Pérez Reverte aparece como narrador en primera persona, dice que es optimista, que está llena de trampas, de guiños al lector, y que se parece mucho a las de su primera etapa cuando publicó El club Dumas (1993) y La tabla de Flandes. Y para escribirla y como hace siempre, primero llevó a cabo un gran trabajo de investigación y de documentación, incluso viajó a París para estudiar planos antiguos, calles y lugares además de leer todo lo que pudo del siglo XVIII español y francés. Tareas que son “de las que más disfruto” frente a la escritura, a la que considera como un oficio y de la que dice que es “desagradable pero necesaria”.

 

Los dos académicos que viajan a París son opuestos y mientras el bibliotecario Hermógenes Molina “creía conciliables fe y razón”, el almirante Pedro Zárate fue un “científico, frío, que sólo cree en la razón”. Con ello, el autor quiere demostrar que pese a tener ideas opuestas el diálogo es posible. “Hasta escuchar a los canallas es útil para la inteligencia”, asegura.

 

Dice que para que un pueblo cambie sólo hay dos caminos: la razón y la cultura o la revolución y la guerra. Y denuncia que ni en España ni en Iberoamérica los gobiernos se han preocupado de hacer más cultos y sabios a sus ciudadanos. “Sin cultura estamos perdidos”, asegura, para subrayar a continuación que “un pueblo culto no se deja manipular por los fanáticos ni por los estúpidos”. En cuanto a las banderas, se muestra convencido de que la bandera de Hispanoamérica “es El Quijote”.